Mama, I don't wanna die.

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Que ya sean casi las 3 a.m. y encontrarme escuchando los magníficos intros de piano by Freddy Mercury no es razón para acudir a la cama y caer en un sueño profundo. No señores, yo estoy aquí para tratar sobre actualidad y de las cosas más pésimas y de sus miedos y de los míos y de los suyos y míos y viceversa. Ohh too late, too late.

Hablándoles de mis caminatas aproximadamente diarias y nocturna por Santiago de Surco, ¿se han dado cuenta de aquellos que vagan por las calles buscando criaturas pixeladas, imaginarias y de ficción con su maldito celular? Pues yo sí, y habían muchos. Ya me siento en The Walking Dead.  Lo que faltaba joder, un ignorante buscando algo que no existe. ¿Qué es esto?, ¿la religión?


El último viernes, me encontraba adentrándome por la gran avenida Camino de los Incas cuando pude presenciar un recuerdo, por más vago que haya sido, recordé que también sentía una fuerte atracción por Abril, una chica a la cual llamaba Marzo; siento atracción por muchas chicas, no me culpen, soy un adolescente. Abril era una chica muy sencilla, algo inculta pero era soportable. Le había cogido un grandísimo cariño en estos 8 meses que pudimos conversar. Era buena, asimismo aveces era indiferente. Nunca tuve la oportunidad de decirle que lucía más hermosa de lo que era cuando llevaba puesto un vestido.
Recuerdo que un sábado de esos días de Junio más fríos que nunca aquí en Lima, nos desvelamos conversando hasta que las luces del alba surgieron por mi ventana; era un diálogo donde cabía cualquier tema abierto, y que a mí me encanta charlar con un individuo de infinitos temas, donde la ignorancia es bienvenida con un parloteo no decadente sino caritativo e invita a adquirir conocimientos; joder Abril, tu voz era estupenda, daría una pestaña por escucharla de nuevo.

Fue en ese instante que me decidí en ingresar a un fenomenal bosque atractivo que cuenta ese distrito en busca de un delicioso café con la ilusión de encontrar un asiento libre en la plaza central para continuar leyendo la copia barata de un gran libro que contaba con una colección de cuentos escritos por Lovecraft y su descendiente literario August Derleth. Ambos padres del horror cósmico. Pero tal sorpresa fue la mía que el local donde acudía cada sábado se encontraba clausurado por desconocidas razones. No quedó otra opción que socorrer a la ayuda del pinche Starbuck. Por un lado Starbuck era demasiado delicioso, sin embargo, el precio era un barbaridad comparado con los demás establecimientos de café rápido. Odio los precios altos, y acompañado de una galleta de vainilla con muchísima azúcar, - bienvenida eres diabetes - y un Expresso deambule hacía un asiento que se encontraba a la espalda de un sofá doble donde una pareja conversaba sospechosamente sobre su rutina y siempre concordaban en llegar al mismo punto de partida cada vez que se descuidaban de  lo que decían. Él posiblemente contaba con unos 18 años y ella con uno menos, pero aún así ella, titubaba y echaba miradas a la nada. Al notar un fuerte cambio en la voz de la mujer, llegué a la conclusión de que se encontraba totalmente aburrida. Y eso me empilo mucho, joder. ¿Acaso saben cómo mantener entretenida a una mujer? Es realmente difícil, pero es un reto. Siempre lo es, cada mujer tiene su propio lenguaje, casi imposible comprender su genio; pero las mujeres no se han creado para entenderlas, sino para amarlas.

Posteriormente, al acabar el penúltimo capítulo del segundo cuento de Lovecraft, reflexioné sobre lo tan insignificantes que somos en el infinito finito universo. Como dijo Einsten: la única prueba de que existe vida inteligente en otro planeta es que no hacen contacto con nosotros. Así de bestias somos los humanos. Amén.
Al terminar el café y próximo la galleta, solté una carcajada imaginaria y me dirigí hacia el baño para remojarme el rostro. Salida de los servicios recordé el cuerpo de Abril con mucha nostalgia. Empezó a llover. Y yo ya me alejaba de la cafetería lentamente.

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