Adicciones; superfluidad.

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He tratado, sin conseguirlo, de adaptarme al método de vida humano clásico; mas no anticuado. Ya porque existe un sinfín de sueños donde uno se aprecia los hechos habidos y por haber en un futuro anhelado. Pero hay de quienes abusan más de lo usual. Dichosos los que sufren del consumo de drogas universales tales como el amor y la soledad. Y de aquellos quien con sublime pertinencia sobrellevan ambas adicciones.

Me aproximé a presenciar el caída de astro diurno, con una taza rebosando de un delicioso café amargísimo para empezar una fría noche, sin considerar un minuto para salida mi salida casi habitual. Apresurándome hacia el portillo pasado un cuarto de hora desde acabar el café arreglando lo que yo llamo La moral del individuo, para así poder confrontar a mi padre para que autorice un caminata jovial y no una de esas desastrosas donde lo único que te cruzas son a unos tortolitos enganchados de las manos. Contaba con un par de billetes de veinte, para mi buena suerte. Cerca de las siete vacile por la calle principal que me llevaba a una gran autopista donde fronteriza el distrito de Santiago de Surco y la próxima avenida Camino de los Incas. Así que con una amargura indescriptible me encaminé hacia el pórtico el cuál me anunciaba que Santiago de Surco estaba al frente mío.

Cerca de una de la acera principal, la que cruza por ambos carriles donde transcurren los autos, reflexioné sobre una raro valor y autonomía que de vez en cuando se me cruza por la cabeza. La moral del individuo es una virtud que siempre llevo muy dentro mío, y lo utilizaba sólo a mi conveniencia. Va la razón de presentar ante mi papá la manía que poseo sobre salir en horas nocturnas, trivial y cotidianamente; esperar su confirmación y proceder a retirarse lo más rápido sea posible, ya que sabiendo cómo es él - mujeriego, mentiroso, estúpido, etc -, puedo imaginar que arderá su tiempo libre en tirarse a una de sus putas mujeres o a manosearse en frente del espejo como un sucio y depravado travestí. A veces no lleno lo necesario al hablar de mi padre y su asquerosa manera en como se desenvuelve conmigo. No todos nacen para ser progenitores. 

A unas pocas cuadras de Santiago de Surco, opté por llamar a Camila, mi vecina. Camila, por una superficial razón, tan basta que ni yo mismo entendía, me hacía sentir super bien. En años, los momentos y las anécdotas que me concedió eran inigualables. Ella era suprimista con la moda, indiferente. Su personalidad era tan superflua, que aún así me hacía sentir buenísimo. Dudo en otra vida hallamos sido amantes, ya que amaba los números y el socialismo tanto como yo odiaba al teísmo. Malditos creyentes. Puesto a que no andaba ocupada, fue que en un cuarto de hora apareció a lo lejos con su común vestido azul que me vuelve loco; y caliente. Podíamos hablar de tantísima hasta el punto de desvelarnos como un poeta se desvela con su amada. No existía tabú en nuestro vocabulario, ni palabra mal dicha sino mal entendida. No había parámetro en nuestra charla noctámbula. Desconocíamos el significado de ignorancia. Me hacía sentir sempiterno. Me hacía. El exclusivo problema he aquí: no estaba enamorado de ella. No. No. Y no. O sí. O sólo de la manera cómo me hacía sentir al conversar. ¿O no? Creo, que definiendolo un sentimiento incompleto. Claro, eso era.

Retomando nuestro frágil parloteo; aquél día le mencioné sobre un fetiche reciente el cuál había descubierto en las interminables páginas del Internet. El incesto, para mí, ha sido una fantasía oculta. No era doloroso ya ser un dependiente del sexo y mantenerse en una lucha constante contra el apetito sexual diario que me avasallaba constantemente, y mucho pero, así como las caminatas nocturnas seguidas, ser un frecuente espectador de pornografía. El Internet puede haber sido un milagro, así como una maldición. Observar por continuidad y deseo aquellos vídeos de lujuria conformaban un episodio excitante en mi vida. No cuento desde extenso tiempo con el contacto de ninguna mujer, y el deseo es insuperable e insoportable. Tarde o temprano caes en las manos de la red y junto a tus impúdico juicio cometes, una rarísima manera de coito cibernetico contigo mismo.

Camila sabiendo, que ni yo ni ella eramos castos, hubo un momento de distorsionable empatía. Por la mirada que me propuso, deduje que pensaba algo casi similar a lo que yo discurrí. Después de todo le dejé a entender que el sexo era sólo una decadente reacción del cuerpo humano en busca de un placer insatisfecho.

Nos dirigimos a nuestra cafetería favorita que se encontraba a la avenida paralelo con la de Camino de los Incas,  justo en la entrada de la Bolichera. En aquél local, había un lugar especial que era nuestro sitio favorito para pasar una noche fría observando una autopista secundaria que cruzaba toda la ciudad de Lima y se apreciaba una gran vista del malecón de Grau. Al terminar las dulces galletas de mantequilla y de reposar el café amargo, ambos nos despachamos a nuestros hogares ya que el cansancio hurtó efecto en nuestros cuerpos. No había llovido aquél día. No hasta que me desperté a las tres de la madrugada al despertarme con el estruendo de un rayo, aquel anunciaba el comienzo de la primavera.

¿Alguna vez han escuchado I'm yours de Jason Mraz? ¡¿NO?! Pues es buenísima.



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