capítulo 53

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-Sólo quiero hablar con ella –era su voz, sin duda, la que se oía a través del pasillo con eco propio.

Me quedé helada, mis pies no se movieron más y mi cuerpo quedó escondido tras la pared continua.

-Pero ella no quiere hablar contigo, pervertido –esa otra voz era la de Liam, aireada.

¿Qué estaba sucediendo?-pensé yo-

-¿Pervertido? –repitió Harry, escandalizado.

-¿La llevas a tu casa sabiendo que no está en sus cinco sentidos? No te hagas el santo –alegó Liam.

-La llevé a mi casa por eso mismo –explicó-. No iba a dejarla aquí sola en ese estado, además, yo no tenía llave de este departamento, ¿qué querías? ¿Qué la dejara en el pasillo? –replicó.

-Como sea, ella no quiere verte.

-Tú no decidas, no tienes derecho –decía Harry.

-No decido, sólo te estoy repitiendo lo que ella me dijo esta tarde –refutó Liam.

-Necesito hablar con ella, y tú no me lo vas a impedir –advirtió Harry.

-Pues, ojala la encuentres –la voz de Liam parecía ocultar una sonrisa malévola.

Hubo un silencio y me eché a correr al captar que la conversación entre ellos había terminado y que Harry pasaría por donde yo estaba escuchando todo.

Corrí hacía el ascensor, Harry no lo tomaría, de eso estaba segura. Las puertas se abrieron a tiempo y me escondí antes de que sus ojos me vieran. Apreté el botón para el cuarto piso, sólo por si acaso y el estómago se me encogió, evidentemente más sensible, cuando el ascensor subió un piso arriba.

Cuando las puertas se abrieron de nuevo y me dejaron salir, bajé rápidamente las escaleras hasta mi piso y llamé a la puerta del departamento trecientos ocho. Alguien dentro refunfuñó palabras ininteligibles y luego la tía de Liam me abrió la puerta y me puso mala cara, deformando su rostro con más arrugas de las que ya tenía. Su cabello blanco estaba atado en una desecha coleta y algunos cuántos pelos se salían de su lugar.

-Disculpe que la moleste, ¿está Liam? –pregunté.

-¡Liam! –lo llamó, luego sin decir nada más, se dio media vuelta y volvió al sofá en el que seguro estaba antes.

Liam salió de una de las habitaciones y después de que miró a su tía me captó en la puerta de entrada, esperando.

-Oh –musitó y se acercó a toda velocidad-. ¿Qué pasa, Jane? –dijo, saliendo un poco y cerrando la puerta tras de sí.

-Escuché la discusión que tuviste con Harry, ¿por qué? ¿A qué vino? –inquirí, desesperada.

Él exhaló.

-Venía a hablar contigo, pero le dije que tú no querías hablar con él –musitó.

-Eso lo escuché, pero ¿por qué le dijiste que yo no quería hablar con él?

-Pues, ¿no es obvio? Jane, yo sé que te lastimaría más de lo que ya lo ha hecho. No quiero que te sientas culpable de nada, Harry es el que tiene la culpa aquí y quiero que lo acepte. Además ya has llorado bastante.

-Pero...

-A menos de que quieras despedirte de él, yo no puedo impedirlo –se encogió de hombros.

-No –negué rotundamente-. Ni siquiera le diré que me voy.

-No digas que te vas, se siente horrible –musitó, bajando la mirada.

-Gracias por todo,Liam. Por esto y por... todo –reí sintiendo de nuevo esas ganas de llorar.

-No te preocupes por mañana, yo te llevaré al aeropuerto y...

-No –me negué, amablemente -. Lo mismo que le dije a Ferni te digo a ti, no me gustan las despedidas y mucho menos si son largas. Gracias por ofrecerte pero... no.

Se me quedó mirando por unos segundos.

-Mañana imaginaré que sigues viviendo justo enfrente de mí –sonrió y el corazón se me oprimió, entristecido. Extrañaría a Liam mucho más de lo que había imaginado. Me dio un último abrazo y luego me besó la mejilla-. Ya sé que van como tres veces que hacemos esto pero, no cuenta como una despedida, nos volveremos a ver algún día –aseguró y algo en su voz me hizo creerlo.

Sonreí.

-Entonces hasta pronto –dije, separándome de él.

-Hasta pronto –sonrió.

Entré al departamento y me esforcé por no dormir al principio. Tenía que volver a mi ritmo de vida de un día a otro; en California era de día cuando aquí era de noche. Antes de que viniera a Venecia, me había preparado con la diferencia de horas, hasta que logré controlar muy bien mi sueño y ajustarlo perfectamente al horario en Venecia. Pero para eso había tomado semanas, y ahora, tenía que hacerlo de un día a otro, aunque ese era el menor de mis problemas.

Logré quedarme despierta hasta las tres de la mañana, porque a pesar de que los ojos me ardían de sueño y de haber llorado tanto, estar despierta provocaba que los recuerdos nítidos vagaran en mi mente; así que mejor decidí cerrarle el paso a todo eso y cerrar los ojos para intentar dormir mi última noche.

Los ruidos sonoros del exterior me despertaron. Me revolví entre las sábanas y me estiré antes de bostezar. Hoy era un nuevo día. ¡Hoy era el día!

Me levanté como zombie de una tumba, incluso tenía el aspecto de uno. Miré el reloj, eran siete con treinta y cinco minutos. Los ruidos siguieron escuchándose fuera y lo único que mi mente produjo fue un pensamiento con nombre propio: Sharon.

La respiración se me entrecortó y el corazón me latía oprimido. No tenía cara siquiera para verla, sostenerle la mirada y tratar de sonreírle, sabía que no podría hacerlo. Respiré hondo varías veces, tratando de calmarme, llevaba puesta la misma ropa del día anterior, arrugada por haber dormido con ella; había dejado sólo un cambio para el viaje.

El viaje. Si Sharon entrara a mi habitación a despertarme vería las maletas y... esa no era una buena forma de enterarla de que me iría, yo tenía que sacar valor y hablar con ella, aun cuando no quisiera.

Me levanté rápido de la cama y me cambié de ropa, guardando en una de las maletas la que antes me había quitado. Me sorprendí de lo rápido que lo hice y salí de mi habitación, con el corazón latiendo a mil por hora.

-¡Ey, hola! –la sonrisa de Sharon se expandió al verme, mientras luchaba con su pequeña maleta por que la cremallera no abría.

Corrió hasta mí y me abrazó, ella siempre hacía eso y me recordó al primer día que llegué a Venecia. Le correspondí tímidamente.

-¿Puedes creerlo? El señor Vittore quiere que trabaje hoy, aunque sea medio día. Tendré que irme a las dos –hizo un mohín.

Traté de hacer algo, un gesto o lo que sea, por que hablar no podía; repentinamente la voz se me había ido.

-¿Te pasa algo? –me miró.

-No, no... –tartamudeé- sí.

-¿Qué ocurre? –me preguntó.

Este era el momento, en poco más de tres horas me iría, y si no le decía ahora, quizá ya no encontraría el valor después.

-Regreso a California, Sharon –dije, con el nudo en mi garganta.

Los ojos de Sharon se abrieron más grandes de lo que ya eran.

-¡¿Qué?! Es broma, ¿no? –farfulló. Cuando me vio en silencio, sería y entristecida a la vez, entonces supo que no lo era- Pero, ¡¿por qué?! Pensé que te irías después de año nuevo, ¡apenas comenzó diciembre! –parloteó y los ojos se le pusieron rojos.

-Tengo que irme, Sharon –el temblor de mi voz dieron paso a las lágrimas, podía ver llorar a todo mundo, pero nadie movía tanto mi fuero interno como lo hacía Sharon, verla llorar a ella era distinto, desgarrador

Manual de lo prohibido. |h.s.|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora