Arrepentido

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Se retorcía. Suplicaba piedad. Lágrimas de terror caían de sus ojos azules, profundos como el mismísimo océano.

La tenía amarrada a la silla con una soga. Su cabello negro se le pegaba al rostro por culpa del sudor. Tenia puesto un pantalón negro y una camisa blanca. No llevaba zapatillas.

Podía ver su miedo, y aún así, era incapaz de hacer algo por ella, por la simple razón de ser el culpable de su sufrimiento. Comenzaba a sentirme culpable, pero necesitaba apartar esos pensamientos para poder hacer mi trabajo.

-Ayúdame, por favor. Te lo suplico; no dejes que me toquen,-dijo con la voz quebrada por el llanto- me conoces desde hace tiempo. Somos amigo, ¿Por qué me estas haciendo esto?.

Y no pude mirarla a la cara.

Ya no había vuelta a atrás. Los hombres de Nikko ya habían llegado, y ahora venían para llevársela a quien sabe donde.

-¡Vaya!, ¿Que tenemos aquí?-dijo Nikko entrando a la oscura habitación.

-Parece que "El Gorrionzito" ha decidido traer carne fresca para el mercado.- Aclaró uno de los dos guardaespaldas de Nikko.

-En verdad ya te habías tardado bastante, Gorrión. La ultima vez que trajiste una chica para vender fue hace tres meses. Además, no era tan bella como esta.

Levantó su mano, y lentamente, tocó el rostro de la pálida chica. Ella lo miraba con temor y algunas lágrimas se le escapaban de esas esferas azules que yo tanto admiraba.

La sangre parecía hervir en mis venas. No quería que la tocara de esa manera asquerosa. No.

Saque mi arma de la cintura. Y automáticamente, los guardaespaldas imitaron mi acción.

-¿Qué haces, idiota?- gritó Nikko con odio.

-Algo que tendría que haber hecho hace tiempo: Alejarme de este negocio maldito.

Me miró con diversión y sadismo.

-Sabes que eso es imposible. Una vez que entras al juego, no puedes salir.

-Oh, si que puedo, y lo hare en este preciso momento. -Dije comenzado a disparar a los guardaespaldas y matándolos en el acto.

Una de sus balas rozó mi hombro, rasgando piel y carne. Rode en suelo, a pesar de mi herida, para esquivar las balas que Nikko disparaba. Me levante rápidamente y salte encima de él.

En suelo, rodamos en una lucha infinita por tomar el control de la situación. Yo quede a horcajadas sobre él, e inútilmente, trataba de eludir mis golpes. Le encesté dos golpes en el estómago que lo dejaron sin aire, fuera de juego.

-No te mataré porque has hecho muchas cosas por mi -dije con voz serena-, pero con la condición de que no nos sigas, ni a mi, ni a ella. ¿Entendido?

Asintió con exagerado temor. Le di un último puñetazo para dejarlo inconsciente. Me levanté muy lento con el puño aún cerrado. Gire mi cabeza para observar a la débil chica amarrada mirarme con un pequeño brillo de orgullo.

-Sabia que no lo harías. Pero aún no te perdono. ¿Como pudiste traicionarme desde un principio?.-Susurró con angustia.

No le conteste. No me atrevía a decirle la verdad de mi vida. La realidad de todo.

Me agaché para recoger mi arma y la de Nikko. Les puse seguro y me las guarde en la cintura. Me acerqué a la silla para desatarla y sacarla de una buena vez de este infierno. Cuando lo hice, comenzó a temblar, seguramente recién se daba cuenta de lo que había sucedido. Intenté abrazarla, pero levanto su mano manchada de tierra, y mostrándome su palma, dijo:

-Voy a estar bien. Solo necesito que me saques de este lugar.

Con más seguridad que antes, caminé hacia la puerta de madera vieja y gastada para abrirla y asomar la cabeza. Cuando vi que no había nadie, salí al pasillo, seguido de la chica.

Cuanto más avanzábamos por el estrecho y oscuro pasillo, más se podía sentir el viento salado del mar. Eso significaba que estábamos cada vez más cerca de nuestra libertad. La tan anhelada Libertad.

Pero cuando escuche mi nombre en un gemido lastimoso y me gire para ver a Katia cayendo al suelo con un cuchillo clavado en su estomago, supe que el bello retrato se había desmoronado. Que la historia tomaría otro rumbo. En el cual no todos seriamos felices.

-Lucas...,-dijo en un susurro- huye de aquí. No dejes que te atrapen.

-No. Tu te vienes conmigo.

Hubo un momento de silencio, en el cual parecía que el tiempo se había detenido.

-Nadie se va de aquí hasta que yo lo ordene.-Aclaró una voz que yo conocía muy bien.- Veo que, aunque pasen los años, tu sigues igual de ingenuo, Gorrión. ¿Creíste que con unos cuantos golpes me dejarías fuera de juego? ¿A mi? ¿Que soy el rey de esta ciudad y el mejor ex-luchador nacional?. Estupido.-Escupió con odio.

No pude soportar la rabia. No podía seguir viendo esa sonrisa de superioridad en su rostro. Les juro que no lo soporté.

Me lancé encima de él decidido a causar su final. Lo golpee tantas veces en el rostro que no podía verle los ojos por culpa de la sangre.

Nunca en mi vida me había sentido tan seguro de una decisión. Pero sabía que tarde o temprano, el malnacido de Nikko tendría que pagar por lo que hizo.

Me levanté, con los ojos clavados en su desfigurado rostro, y saque el arma de Nikko. Gatillé y apunté hacia su pecho. Decía palabras incoherentes, pero a estas alturas, eso ya no importaba. Yo iba a ser su verdugo. Y eso lo decidió el destino.

-Vete al infierno, Nikko.

Y disparé.

No quise mirar lo que quedo de su cuerpo, temía que mi conciencia hiciera algo estupido. Aún impactado por la escena, me gire para buscar y ayudar a la chica de ojos azules.

Pero mi sorpresa fue aun más grande cuando vi que su respiración era agonizante. Cada vez más lenta. Corrí hacia ella con el temor de que no hubiera una solución.

No. Me negaba a creer eso. "Ella tiene que reponerse", pensé. Yo necesitaba, y necesito de su cálida sonrisa, de esas que con tan solo ver una, sabes que todo estará bien.

Y antes de cerrar sus bonitos ojos, me regalo una última mirada y una sonrisa. De esas que amo.

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