Dos.

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Me acerqué a aquellos adolescentes hormonados con odio y se me quedaron mirando como si hubiesen descubierto un tesoro justo delante de ellos. Odiaba tanto aquellas situaciones incómodas...

Hola, ¿os podéis quitar? Es mi taquilla.me dirigí a ellos cortante sin pensármelo dos veces. Mi otra yo meses atrás les hubiese hablado tranquila y amablemente pidiéndoles que se movieran de allí pero hoy no tenía ganas de aguantar las gilipolleces de nadie.

Eh, nena relájate. me respondió el chico que tenía mi taquilla pegada a su espalda. Vestía unos tejanos desgastados y una camisa de cuadros rojos. Parecía el típico creído que se pensaba que las chicas eran nada más que su objeto sexual. Se pasó la mano por su pelo color azabache y siguió hablando con sus ojos verdosos clavados en mi mientras sonreía— Esos no son modales para una señorita.

Empecé a reír frente a aquella contestación. Ellos me observaban divertidos mientras que en mi mirada había odio, un odio que iba creciendo por momentos.

No estoy de humor. Ya puedes mover tu maldito trasero de ahí si no quieres que haga una tortilla con tus huevos. Y no me llames nena, imbécil.

La expresión de aquél chico cambió por completo. Ahora apretaba la mandíbula y ya no quedaba rastro de aquella impecable sonrisa que me mostraba hacía apenas unos segundos atrás. Puse mis ojos en su amigo. Nos miraba algo serio pero con miedo. En sus ojos azules se podía notar un rastro de duda y preocupación. ¿Qué era lo que le daba miedo? Después lo entendí.

 Mira nena, no sé quién te crees que eres pero has ido a dar con el chico más capullo e insoportable del mundo.habló el moreno otra vez pero con un tono más amenazante y autoritario. Se separó del retículo donde yo guardaba mis libros y me acorraló entre la pared y sus brazos con una mirada amenazante. Mi corazón empezó a acelerarse instantáneamente— A mi no me amenazas, ¿me entiendes? Ni te atrevas a amenazarme porque juro que te rompo esa bonita cara que tienes delante de todos. No querrás que eso pase.

Dicho esto, sonrió satisfactoriamente muy cerca de mi cara. Se dio la vuelta y guiñó un ojo a su colega. No volví a abrir la boca, no por miedo sino porque no quería meterme en problemas con el rector por un memo como él. Esperé a que se fueran los dos sin moverme de aquella pared y saqué mis libros de la taquilla para dirigirme a mi primera clase, anatomía.

Bufé. Odiaba a esa clase más que a nada en este mundo. Desde que las cosas se pusieron difíciles en mi vida había perdido toda la motivación por estudiar. Era incapaz de concentrarme con aquél vacío que sentía dentro de mi misma. Ya me daba igual mi futuro, podría trabajar de cualquier otra cosa sin estudiar. Desde pequeña había querido ir a la universidad y ahora que la tenía a tan sólo siete meses, lo quería echar todo a perder. 

Siempre había sido una chica con el rendimiento académico bastante alto ya tenía una memoria casi fotográfica. Las medias de mis cursos nunca bajaban del sobresaliente, cosa de la que mis padres se sentían muy orgullosos, pero este curso estaba siendo catastrófico. Acabábamos de empezarlo pero ya había suspendido casi todos los exámenes.

Llegué a clase justo cuando el horrible timbre sonó.

 Por los pelos. pensé aliviada al ver que no había llegado tarde a primera hora. El profesor Matthews me miró y me sonrió forzadamente dejándome pasar. 

Entré en el aula y cerré la puerta tras de mi. Recorrí el estrecho pasillo que dividía la clase en dos y me senté en mi pupitre librándome de aquél pesado abrigo que llevaba puesto. Me alisé la camiseta que vestía en esos instantes quitándole las arrugas y saqué el cuaderno que iba a necesitar para tomar apuntes.

Falling apart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora