El mes de noviembre transcurría lentamente, a la par que el frio se apoderaba de los ciudadanos, preparándolos para las celebraciones de diciembre el cual representaba quizás, para esa ciudad, el único mes donde se podía dejar de lado el odio y el resentimiento para abrirle paso a la unión familiar.
Pero por supuesto, eso no quería decir que la delincuencia en la ciudad se minimizara, al contrario, los robos por navidad aumentaban increíblemente mientras que la policía de la ciudad ya se había rendido ante los criminales, unos que otros inclusive, uniéndose a ellos.
La ciudad había cogido un ambiente depresivo y tétrico durante los últimos años, reteniendo aquellos ingresos que aportaban el turismo, el cual dejo de funcionar por el temor de los extranjeros desde la última toma de rehenes en la ciudad. A pesar de todo lo que estaba aconteciendo últimamente, el señor Joan MCGray no se dejaba amedrentar por lo sucedido, muestra de ello era que nada ni nadie le impediría abrir su circo en el corazón de la ciudad.
Joan MCGray, un típico hombre de franquicias, tenía un pensamiento que a diferencia del pesimismo caracterizado en la ciudad, relucía por su buen ánimo y esperanzas de que este se contagie a las demás personas, es exactamente por este motivo que él creía que su circo le podía dar a la ciudad un ambiente muy diferente, a partir de esto también habría una reacción en cadena entre los empresarios, que al ver el triunfo del circo, se animarían paulatinamente a dedicarle espacio a los ámbitos recreativos en la ciudad en donde todos salgan ganando, los empresarios con grandes cantidades de dinero, los ciudadanos y las familias con grandes sonrisas en el rostro, y la ciudad con una nueva y positiva imagen.
Así pues Joan MCGray empezó con los trámites y el papeleo crucial para ocupar una zona céntrica en el corazón de la ciudad donde establecer su circo y las llamativas luces que llamarían la atención de la ciudadanía.
En menos de un mes el circo estaba erguido completamente y los animales del mismo estaban en lugares seguros, así mismo el personal estaba preparado mental y físicamente para dar los mejores espectáculos de su vida.
Joan MCGray dio un pequeño paseo por el circo un día antes para observar que todo este exactamente como debía estar.
Las catapultas, los cañones, los asientos, las salidas de emergencia, todos y cada uno de los pequeños desperfectos significarían un fracaso para lo que él se propuso.
Entonces Joan volvió al camerino y se sentó para terminar unos papeleos a última hora. El asiento de Joan se hundió lentamente haciendo sonar un ''clic'' y acomodando su columna en una posición muy confortante.
Joan se había dejado de preocupar de la hora que era, el solo seguía terminando su oficio abordado por las ansias de ver como reaccionaria la gente ante su espectáculo, de todas formas con tanta ansiedad que recorría en el, hubiera sido muy difícil echar un ojo.
En ese momento Joan pudo escuchar afuera del camerino, pasos acelerados que recorrían el circo, segundos después de los ruidos la luz que alumbraba el camerino se apago.
Joan pensó que sería algún desperfecto o en el peor de los casos, algún vándalo que se habría colado en el circo solo para merodear. Desgraciadamente no era eso, Joan escucho como alguien se detuvo en seco detrás de la puerta del camerino.
Entonces la puerta del camerino de abrió, Joan no pudo distinguir por la oscuridad de que o quien se trataba, solo podía ver la silueta de lo que, por su voz, pudo saber que era un hombre.
-¿Acaso no le gusta la compañía señor MCGray?- vocifero el sujeto con voz rasposa, a Joan no le hubiera asustado en lo absoluto si no hubiera notado en seguida que en su mano derecha llevaba un arma blanca.