XXV. Pistola

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So you wonder what have you become?

Lost Forever; Van Canto.

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La muerte había rondado a Seto Kaiba desde que tenía memoria así que cuando fue consciente de todo lo que implicaba (la muerte, matar, morir) también lo fue de todo lo que había hecho (de lo que le habían obligado a hacer). ¿Cómo moriré? La pregunta apareció sin más en su cabeza un día y tan rápido como había llegado se desvaneció de su memoria y al final fueron tres las respuestas que le dio a aquella pregunta, tres posibles que al final... erraron.

A sus quince años la respuesta fue iracunda, colérica, vengativa. Seto Kaiba, en su obsesión por el control, había planeado al detalle su propia muerte y en ella se llevaba a Gozaburo Kaiba con él al maldito infierno, sin embargo, el azar se encargó de arruinar con burla sus planes y no hizo falta morir para llevar a Gozaburo ante las puertas de la muerte y Seto lo interpretó como una bofetada, como una exigencia de la vida misma.

Arregla todos tus estropicios antes de pensar si quiera en morirte.

A los dieciocho años Seto firmó su primer testamento ante notario. Hastiado de los continuos sicarios de sus competidores y de gente que lo odiaba imaginó que, tarde o temprano, alguno de esos imbéciles sería lo suficiente astuto para lograr su objetivo y no podía permitir que Mokuba y la empresa por la que tanto había trabajado (por Mokuba, todo por Mokuba) cayera en las garras de algún desgraciado. Pero siguió viviendo y aunque de vez en cuando aún aparecía algún desesperado con aires de venganza el trabajo de sus guardaespaldas se había vuelto más tranquilo y normal. Seto Kaiba había vuelto a equivocarse.

La tercera respuesta fue dada un año más tarde. Fue una respuesta mordaz producto de una arraigada amargura. Imaginaba que su cuerpo sería encontrado en un callejón oscuro tras ser asesinado por un ladronzuelo de poca monta. Y era gracioso pensar que de todas ellas la más "honorable" era la primera y aun con ello poco había de pacífico en ella, en realidad poco había de honorable en él. Tampoco acertó su imaginación entonces.

¿Cómo iba a imaginar que él, creación del diablo, al final ofrecería su vida por la de alguien más?

Aquella mañana había transcurrido como todas las demás salvo por una pequeña excepción sin importancia. Yugi había querido ir al banco para sacar dinero. Estamos a principios de mes; había esgrimido como argumento. Kaiba lo veía absurdo. Si Yugi quería dinero o necesitaba algo solo tenía que pedírselo, joder, si quería incluso podía poner una tarjeta a su nombre pero Yugi era demasiado terco así que finalmente el CEO accedió a acompañarle al puñetero banco (realmente su pareja no se lo había pedido pero él, internamente, creía que durante el trayecto podría convencerle de que cambiara de parecer con el tema de la puñetera tarjeta).

Nunca imaginó que una acción tan natural en aquel tiempo como lo era el ir al banco terminara de aquella manera.

De haberlo sabido era más que probable que el rey de los duelos no hubiese vacilado a la hora de aceptar esa estúpida tarjeta.

Estaban aún en la cola cuando los explosivos estallaron. Fue automático para el presidente de Kaiba Corp el cubrir a su pareja con su propio cuerpo antes de terminar los dos en el suelo. Después vinieron los disparos, el agente de seguridad fue abatido pero antes de eso se llevó a uno de los ladrones consigo. Eran dos al iniciar toda aquella locura y solo quedó uno nada más iniciarse el atraco, sin embargo, a juzgar por el balazo que terminó recibiendo uno de los empleados del banco que se negó a colaborar el superviviente no había sido precisamente el compositor de aquel réquiem. No era la cabeza pensante, era el ejecutor.

InmarcesibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora