First meet

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First meet

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Estaba acorralado.

Tenía la pared de su escuela detrás suya, se pegaba a ella lo más que podía, rogando por un milagro que hiciera desaparecer aquel muro y pudiera huir de los cinco enemigos que tenía en frente, sonrientes con palos y hierros.

Sonreían al saber que no tenía escapatoria, que iba a ser apaleado hasta que le dejaran casi sin aliento.

Nadie le ayudaba. Había personas que miraban la escena con un brillo lastimero en sus ojos, y él les rogaba ayuda con la mirada, pero todos pasaban de largo, ignorando la situación.

-Por favor... -el pequeño castaño no podía hacer otra cosa que suplicar clemencia y poner sus brazos en posición defensiva, inútilmente.

-No servirá de nada tus inútiles ruegos -burló uno, acercándose lentamente.

No sabía por qué le sucedía eso a él. Nunca hacía daño a nadie, no intencionadamente por lo menos. Intentaba ayudar a todos los que podía, no se metía con nadie.

¿Entonces por qué le pasaba eso?

A sus seis años, no podía contar cuántas veces había pasado por situaciones similares. Debería estar acostumbrado ya, pero aún tenía fe en la humanidad. Quería creer que algún día, alguien le ayudaría.

Pero ese día parecía estar lejos.

-Si no te hubieras cruzado en nuestro camino, quizá te hubieras librado, enano -el que parecía el líder del grupo, cuyos integrantes fácilmente le doblaban la edad, alzó una vara de hierro.

El pequeño supo que era inevitable el golpe, y cerró sus orbes color avellana. Dicen que ojos que no ven, corazón que no siente.

Pero el dolor lo iba a sentir igualmente.

-¿Qué demonios...? -al oír de nuevo la voz de su agresor, esta vez sorprendida, abrió los ojos.

Descubrió la espalda de un niño con el pelo color azabache y de su edad, quizá un poco más mayor, armado con unas tonfas de hierro y parando el golpe destinado a él.

-¿Qué crees que haces, niño? -preguntó otro del grupo-. ¿Jugando al héroe?

-No permitiré que alteréis la paz de Namimori -su voz sonaba algo infantil, después de todo era un niño, pero tenía un aire autoritario y peligroso.

Los maleantes rieron por las agallas del niño, que medía diez centímetros menos que todos los demás exceptuando al pequeño.

-Tienes coraje, enano, pero... -la oración del líder quedó incompleta al recibir un rápido golpe en la cara, que lo empujó varios metros atrás y le dejó totalmente inconsciente.

Cosas similares ocurrieron con los restantes. Dejó fuera de combate a todos en menos de cinco minutos.

-Increíble... -murmuró el niño, viendo el panorama.

Su salvador le miró con unos inexpresivos orbes grises, y sintió miedo. ¿Le atacaría a él también?

Vio como se acercaba a él, y empezó a temblar.

-Por favor, no me hagas daño -sollozó.

Sin embargo, el de ojos grisáceos le tendió la mano.

El castaño, confuso, miró la oferta, luego la cara del niño, y de nuevo la mano del mismo.

-Gracias... -sin salir de su asombro, y aún dudoso, decidió aceptar la ayuda y se incorporó.

Ni bien se puso en pie, el de cabello oscuro deshizo la unión.

-¿Cuál es tu nombre? -preguntó, con una voz más pasiva que la anterior, pero aún autoritaria.

-Me... llamo Sawada Tsunayoshi, pe-pero puedes decirme Tsuna... -respondió nervioso. Vaciló un instante, y luego habló-. Gracias... por salvarme.

Le dedicó una pequeña sonrisa.

-No te confundas, pequeño herbívoro -replicó el de ojos grisáceos-. No te he salvado, simplemente esos cinco alteraban la paz y merecían un castigo.

-Igualmente, gracias -amplió su sonrisa, abarcando su pequeño rostro-. ¿Cómo te llamas?

-Hibari Kyoya -respondió indiferente, y luego se dio la vuelta. Empezó a caminar, dispuesto a irse.

-¿Nos volveremos a ver, Hibari-san? -preguntó Tsuna, pero el otro niño le ignoró, desapareciendo de su campo de visión.

El pequeño no se desanimó por la falta de respuesta y simplemente amplió más su sonrisa.

Después de todo, no lo había negado.

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