5

765 34 4
                                    

A la salida me topé "casualmente" con Ángel, ahora que ya sabía su nombre, debo confesar que no tenía tanto miedo. No iba a cederle ese poder de destrozarme a su antojo. A los tipos duros hay que darles las más letales de las sonrisas.

Estaba solo, fumando un cigarrillo, enfrente de su Harley-Davidson. Medía cerca de un metro ochenta. Su mandíbula bien marcada y lo que más sobresaltaban eran sus tan bien definidas y pobladas cejas.

Al darse cuenta que lo estaba viendo, se acercó a mí como si fuese una tormenta que arrasaría todo a su paso. El sudor se hizo presente en mi cuerpo y mi corazón empezó a latir más intensamente.

—¿Cómo has estado, Elizabeth? —Tras haber escuchado mi nombre salir de su ronca y profunda voz, mis piernas inestables comenzaron a balancearse al mismo tiempo que me ponía firme ante él. Lo que menos quería demostrar era debilidad.

No dejaba de contemplar sus ojos, tenía una mirada tan profunda que, la más despistada, se hubiese perdido en ella. Tal y como me encontraba yo en esos momentos: perdida en ese océano oscuro y en tinieblas.

—¿Cómo sabes mi nombre? —Respondí con otra pregunta.

—Tengo a la mano toda la información de mis víctimas. —Dijo sarcásticamente mientras me regalaba una pequeña risa, su tono caía en un grado de maldad, pero a la vez me gustaba.

Debo confesar que me sentía con miedo y a la vez no le temía. Mi instinto decía corre lo más lejos posible, pero otra parte me decía que permaneciera allí. No sabía si hacerle caso a mi instinto o a esa parte descerebrada. Tras unos intensos y eternos segundos, decidí quedarme. Al final, siempre afronto las consecuencias de mis decisiones.

Elizabeth, estás eligiendo una vez más. Las elecciones las haces tú, me repetía Kenn en mi subconsciente, recordándome que ésta podría ser una decisión fatal; por otro lado, me decía: Debes vivir una vida para recordar.

Me armé de valor y lo confronté.

—No soy una de tus víctimas —le recordé, fulminándolo con la mirada.

Me lanzó una media sonrisa.

—Todos somos víctimas de nuestras decisiones. —Me dijo, como si pudiese leer mi pensamiento.

Dio unas cuentas caladas a su cigarro, mientras miraba al horizonte en el que ya comenzaban a salir las estrellas y cobraba ese azul oscuro tan peculiar.

—¿Quieres ir a dar una vuelta? —Me invitó.

Y entonces me dije a mí misma por qué no.

Recordé que no tenía nada que hacer, mañana era sábado. Dudé en un principio, pero luego acepté su invitación.

Me subí a su Harley y en todo el trayecto me limité a contemplar su cuello y su espalda. Del lado izquierdo de su espalda sobresalía lo que era un tatuaje de una calavera con flores rojas, de la cual salía una serpiente verde que llegaba a parte de su cuello. Y unas palabras en árabe que no logré entender.

Él realmente me atraía, por momentos me acercaba intencionalmente a su cuello para oler su colonia que despertaba en mí las más profundas debilidades, como si ésto hubiese sido una de sus trampas y yo hubiese caído fácilmente. Presa de sus intenciones. Fue una atracción física a primera vista, aunque ya lo había visto anteriormente con lo que supuse eran sus amigos, ésta vez era la primera vez que las circunstancias me empujaron a él. ¿O ellas lo empujaron a mí?

El viento chocaba contra mi rostro y por instantes me ponía a pensar en lo bonita que puede llegar a ser la vida cuando viajas en una Harley. No creía conveniente rodear mis brazos alrededor de su cintura, como él me había sugerido al principio, me negué para que no hubiesen malos entendidos. Soy muy recta, no sabría cómo decir lo que él provocaba en mí: era una especie de curva en la cual estuviese dispuesta a morir.

Regálame un amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora