XXXV

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El día siguiente, doce de diciembre, debía verificarse el matrimonio de Tránsito. Después de nuestra llegada se mandó decir a José que estaríamos entre siete y ocho en la Parroquia. Habíase resuelto que mi madre, María, Felipe y yo seríamos los del paseo, porque mi hermana debía quedarse arreglando no sé qué regalos que debían enviarse muy de mañana a la montaña, para que los encontrasen allí los novios a su regreso.

Aquella noche, pasada la cena, mi hermana tocaba guitarra sentada en uno de los sofás del corredor de mi cuarto, y María y yo conversábamos reclinados en el barandaje.

-Tienes -me decía- algo que te molesta, y no puedo adivinar.

-Pero ¿qué puede ser? ¿no me has visto contento? ¿no he estado como esperabas que estaría al volver a tu lado?

-No; has hecho esfuerzos para mostrarte así; y sin embargo yo he descubierto lo que nunca en ti: que fingías.

-¿Pero contigo?

-Sí.

-Tienes razón; me veo precisado a vivir fingiendo.

-No, señor, yo no digo que siempre, sino que esta noche.

-Siempre.

-No; ha sido hoy.

-Va para cuatro meses que vivo engañando...

-¿A mí también?... ¿a mí? ¿engañarme tú a mí?

Y trataba de verme los ojos para confirmar por ellos lo que temía; mas como yo me riese de su afán, dijo como avergonzada de él:

-Explícame eso.

-Si no tiene explicación.

-Por Dios, por... por lo que más quieras, explícamelo.

-Todo es cierto.

-¡No es!

-Pero déjame concluir: para vengarme de lo que acabas de pensar, no te lo diré si no me lo ruegas por lo que sabes tú que yo más quiero.

-Yo no sé qué será.

-Pues entonces, convéncete de que te he engañado.

-No, no; ya voy a decirte; ¿pero cómo te lo puedo decir?

-Piensa.

-Ya pensé -dijo María después de un momento de pausa.

-Di, pues.

-Por lo que quieras más, después de Dios y de tu... que yo deseo que sea a mí.

-No; así no es.

-¿Y cómo entonces? ¡ah! es que lo que dices es cierto.

-Di de otro modo.

-Voy a ver; mas si no quieres esta vez...

-¿Qué?

-Nada; oye: no me mires.

-No te miro.

Entonces se resolvió a decir en voz muy baja:

-Por María, que te...

-Ama tanto -concluí yo, tomando entre mis manos las suyas que con su ademán confirmaban su inocente súplica.

-Dime ya -insistió.

-He estado engañándote, porque no me he atrevido a confesarte cuánto te amo en realidad.

-¡Mas todavía! ¿y por qué no lo has dicho?

-Porque he tenido temor...

-¿Temor de qué?

María (Novela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora