Capítulo 2: Ya no sé si quiero entrar ahí...

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—Bien, acá no hay nada, vamos a tener que ir a comprar algo —dijo Leiza luego de registrar minuciosamente las alacenas y la heladera en busca de comida.

Las chicas habían llegado hacía unos minutos al departamento que los padres de Leiza le habían comprado y se habían propuesto la tarea de conseguir alimento, pero como la suerte no estaba de su lado, no consiguieron más que unas galletas saladas y un bol con los restos de un ramen instantáneo que habían comprado para probar el día anterior. Y ninguna de las dos tenía planeado volver a probar esa cosa asquerosa por mucha hambre que tuvieran.

Así que luego de agarrar las llaves y el dinero que consideraban necesario para comprar, se dirigieron al supermercado más cercano, a unas dos cuadras, por suerte para este par, al cual no se les daba muy bien cocinar y menos que menos caminar ya que eran bastante vagas.

—Hay que comprar las cosas para lo de esta noche —dijo Alma una vez que llegaron y vio en un pasillo lleno de herramientas. Era un supermercado grande por lo que había de ese tipo de cosas.

—Sí, unas pinzas corta metal, vendas y medicamentos por las dudas, linternas, algún objeto contundente y que nos sirva de defensa y... creo que nada más. Anda a buscar las cosas que yo agarro lo que necesitamos para la casa y nos encontramos aca.

Al escuchar la orden Alma corrió por los pasillos en busca de todos los objetos. Luego de unos largos diez minutos vuelve completamente equipada con todo lo pedido. En su mano derecha había una llave inglesa, en la otra tenía una pinza para cortar alambre y bajo el brazo un bate de béisbol y un par de linternas, y finalmente sostenido por sus dientes, una bolsa con las vendas y los medicamentos. Leiza ya había vuelto con las cosas, puestas en un carrito.

Leiza río por lo bajo al observar tan cómica escena, así que rápidamente saca su celular del bolsillo y le toma una foto.

— ¡Hey! Ezo mo ze aze! —intento articular Alma al ver como su amiga fotografiaba su humillación.

—Ay cálmate, prometo no publicarla en ningún sitio... —respondió su amiga mientras ponía los ojos en blanco—, sólo la voy a usar para que cuando me sienta miserable y esté triste, me pueda reír de alguien que ha estado peor que yo sin luego cargar la culpa de que era alguien con un problema de estupidez serio... No como vos... Lo tuyo es natural —acoto Leiza completamente risueña por su comentario mientras que hace un gesto como secando lágrimas de risa.

—Encima que te traigo un bate... —dijo después de soltar la bolsa de medicamentos y que caiga al suelo, Leiza se acercó rápido a levantarla y ponerla en el carro—. Sabes que algún día me voy a vengar de esto... Estate atenta, acordate que dormís en el mismo edificio que yo, en el mismo departamento que yo y que yo tengo acceso a absolutamente todos tus bienes más preciados... Al menos que quieras ver tu conjunto favorito de lencería blanca teñida de marrón... Y hablo de marrón caca. —La mueca de gracia de Leiza se fue borrando a medida que Alma escupía cada palabra con un enojo fingido.

—No serias capaz de hacerme eso —respondió Leiza mortificada, pensando seriamente en la amenaza.

—No se te ocurra desafiarme —contraataco completamente divertida por la situación.

—Si tranquila, no hace falta la amenaza, pone las cosas en el carro —dijo señalándolo—. Ahora que hago memoria... Te acordaste de poner a cargar las cámaras, ¿no? —pregunto Leiza, con un pequeño sobresalto, ya que las dos eran bastante olvidadizas.

—Sí, sí, no te preocupes, para la noche ya van a estar cargadas.

— ¡Que alivio! Pero... ¿que compramos para comer? —Leiza miraba al techo como buscando que un plato de comida aterrizará en sus narices. Las dos se voltearon quedando enfrentadas con una mirada cómplice en sus ojos, ya sabedoras de lo que pensaba la otra.

— ¡Panchos! —gritaron dando pequeños saltos mientras corrían arrastrando el pesado carrito, repleto de objetos innecesarios, hacia las góndolas de los congelados en busca de las codiciadas salchichas. No era muy apropiado para cenar pero era la comida más fácil y rápida de preparar.

Las personas las observaban de manera rara y es que no era muy normal que, chicas entre veinte y veintiún años, actuaran de esa manera, pero así eran ellas, revoltosas y llenas de vida. Todas unas niñas.

Una vez que agarraron todo lo que necesitaban y lo pagaron en la caja, volvieron con varias bolsas a su departamento.

Eran las nueve de la noche cuándo terminaron de comer y sus estómagos ya no hacían ruidos extraños. Empezaron a armar las mochilas con todo lo que iban a llevar.

Tenían pensado ir a las once de la noche por lo que todavía había tiempo. Pensaban que así había menos riesgo de que las vieran aunque el manicomio abandonado estaba alejado de la ciudad por lo que tendrían que recorrer un tramo un poco largo en bicicleta.

Las desventajas de no manejar y no tener plata para comprar un auto.

(...)

Leiza y Alma emprendieron su camino hacia el manicomio, luego de una hora de cansancio y agotamiento por pedalear frenéticamente para poder llegar al lugar más rápido, arribaron al predio donde se encontraba el edificio abandonado. El color de sus paredes era gris y estaba desgastado por los años, aunque puede que anteriormente hubiera tenido otro color. Sus ventanas, algunas rotas, estaban cubiertas de suciedad por lo que no se llegaba a ver nada de adentro, la puerta principal era tenebrosamente imponente y el olor a abandono y podredumbre se metía por los poros y hacía que cada célula de tu cuerpo tuviera náuseas. Pero en fin, mientras Alma miraba con desprecio y hasta asco el mugriento edificio, Leiza lo observaba detenidamente con ojos iluminados y con cada vez más ganas de entrar y ver que había allí.

El complejo estaba alambrado, y parecía que ya hacía años nadie habitaba ahí. Los alrededores estaban plagados de basura humana, latas de bebida, paquetes de comida y demás. Pero parecía que nadie había traspasado el alambrado ya que lo único que se veía adentro era el pasto alto, al igual que afuera, que llagaba a las rodillas. Además, las paredes del edificio no tenían grafitis o signos de vandalismo, las únicas señales de esto eran las ventanas rotas, seguramente por tirarles piedras.

Todo el lugar desprendía un aura tenebrosa y pesada, tal vez demasiado cargada por los recuerdos de los habitantes anteriores. Las chicas lo habían notado desde que había puesto un pie en el lugar pero Leiza no pensaba abandonar la misión.

—Ya no sé si quiero entrar ahí... —dijo Alma un poco cohibida por todo, no le gustaba para nada el ambiente del lugar, la ponía incomoda.

—Dale, ahora no te tires para atrás, porque no puedo llamar a mi segunda opción a las doce de la noche, decirle que pedalee 30 kilómetros y convencerla de entrar a este hermosamente grotesco lugar —respondió Leiza con un toque sarcástico pero de manera dura.

—No te creo, no tenes segunda opción, yo soy tu única opción... o eso espero...

—No es momento de discutir los problemas de nuestra infidelidad amistosa, prosigamos a demostrar que este lugar era un infierno para los pobres animalitos hermosos que... —Leiza callo de repente y Alma se sorprendió al dejar de escuchar el discurso de su amiga.

Esta se quedó sin habla al notar un pequeño y extraño detalle en el edificio que hizo que un fuerte escalofrío le recorriera toda la espalda...

Lectores y lectoras, hermosos y hermosas, pasaba por aquí para contarles algunas cosillas...

1) esta historia tiene dos autoras, los capítulos se publicarán acá pero les dejo el usuario de la otra autora nahiru14

2) no están programados las publicaciones porque escribimos sobre la marcha, pero prometemos ser lo más constantes posible.

¡We love u!

La Entrada Al Paraíso Es Un ManicomioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora