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Este día tenía que llegar. Ya fuera más tarde o más temprano. Y ese, era mi momento.

A todos nos llega. La cuestión es cómo se afronta, qué pasa después, qué cambio podemos llegar a experimentar. Es algo que nos planteamos muchísimo, y a lo que se le da la suficiente importancia como para quedar retenido en nuestros más preciados recuerdos.

Jóvenes adolescentes que siguen el mismo ritual, que crecen juntos y pasan a una nueva etapa en sus vidas.

A algunos, parece que les llega de forma espontánea. Surge. El destino elige ese mismo día, ese curioso lugar, ese ambiente idóneo; para hacer que cesen las palabras y pasen al siguiente nivel.

Desde mi punto de vista, son los más afortunados. Casi siempre les sale bien la jugada. En la escena del delito, no aparecen familiares/vecinos cortando el royo/pidiendo leche, ni hermanos chivatos. Estos últimos, los peores. Con un buen soborno se controlan por un tiempo. Pero estos afortunados, no tienen que enfrentarse a dichas amenazas. Solo disfrutan de aquel primer momento.

Quizá no se conozcan y suceda en una fiesta guiada por el alcohol, etc... Es otra posibilidad, y sería aparentemente también sin planear. Y a la mañana siguiente, al despertarse, seguramente la primera cosa que se les vendría a la mente sería la mítica frase: "Qué he hecho". No hay que preocuparse, si llevaban protección no debió salir todo tan mal.

Pero, aunque uno de los dos no se esperara lo que iba a pasar; éste es un momento que, de una manera o de otra, "planeamos", como todo momento significativo. Siempre. Aunque solo sea darle una vuelta a la posibilidad de que sucediera ese mismo día. Y si ninguno lo recuerda, seguro que lo soñó la noche anterior. Siempre; en parte, se planea.

Esperas a que se quede tu casa sola, ese día que tus padres no volverán hasta pasadas mínimo seis horas. Se van de vacaciones, de compras por el centro, a comer con los amigos... El plan es lo de menos. Salen por la puerta, ordenas un poco lo que te vas encontrando, y lo avisas. Él viene, y lo hace rapidísimo. En menos de 10 minutos; ya viva en el lado opuesto de la ciudad o en tu misma calle, lo tienes allí.
Si se da este ejemplo, vendrá desaliñado, con un peinado de forma casual pero en su sitio justo (es lo único que se ha arreglado), y el primer conjunto de diario que ha encontrado en el armario. Eso sí, lleva el que sabe que a ti te gusta. Esa camiseta negra de tirantas con aquellos vaqueros rotos por la rodilla, o la camisa que llevó el día de vuestro primer beso, de la cual no quieres que se desprenda aunque hubieran pasado cien años desde aquel primer contacto.

Las cosas se ponen más serias. Seguramente llevaréis algunos meses o largas semanas juntos (lo que será en el futuro el tiempo más bonito de la relación); y ahora ha llegado vuestra oportunidad de hacer eso que tanto deseabais desde el primer calentón, el cual fue en un lugar muy poco apropiado; en el que no pudisteis dejar volar vuestra imaginación y acabar con un final, con un poco de suerte, feliz.

Este es el momento.

Lo que me pasó a mí, no se encontraba en ninguno de los casos anteriores. Fue planearlo... Demasiado. Y con demasiada inseguridad. Lo que lo hace más forzado.

Él era un chico de mi escuela. Nunca me había fijado especialmente en él, pero solo por el mero hecho de que, desde el primer momento en el que lo conocí, estaba pillado. Cosa que había cambiado desde hacía un par de meses.
Porque las chicas, a diferencia de muchos de vosotros, no añadimos a nuestra lista a chicos que ya tienen novia. Bueno, excepto si sabemos que van a cortar en cualquier momento, porque nosotras podemos saber eso. Nosotras sí.

Pero yo no conocía a la que en ese tiempo era su pareja, que no era de nuestra zona, así que solo habría podido guiarme por las gilipolleces que se publican en las redes sociales para saber cómo era y tal.

La lista que antes he mencionado es aquella secuencia de nombres que todo adolescente con las hormonas lo suficientemente activas guarda en el rincón más inhóspito de su mente.

En el momento que nos preguntan nuestros colegas, o que con las amigas sale el tema "Qué bueno está este"; tu lista está presente. Y es que, en esta lista, es donde tienes a los 12 chicos con los que sabes que, sin pensarlo, te liarías cualquier sábado. Tu vecino del sexto, el del piercing de la lengua que está yendo al gimnasio de tu barrio, el exnovio que robó un pedacito de tu corazón pero con el que no salieron las cosas del todo bien, el ex de tu amiga no lo suficientemente amiga como para no liarte con su ex...

Todos esos que por su cuerpo, por su forma de mirar, o por cualquier razón que ninguna otra persona podría comprender; te resultan jodidamente atractivos.

Adam era alto, guapo, conocido, atlético y algo macarra.

Era rubio, algo que se sale de mi prototipo, pero él se lo podía permitir; y con unos ojos de ese color azúl del que es mejor no hablar.

Dentro de mi lista, en un principio no habría tenido un puesto muy prestigioso, pero debido a las circunstancias supongo que acabó por pillarme un poco más.

Y el problema de pillarse por un chico como él, de su estilo, era tener que lidiar con un defecto lo bastantemente evidente como para no obviarlo: Era gilipollas.

EyelinerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora