Una nueva etapa

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Podía sentir en mi mejilla el intenso frío de enero al tiempo que caminaba junto a mi hermano rumbo a la parada del camión con destino a la zona universitaria. La noche anterior me había sido imposible conciliar el sueño debido al recuerdo de los días pasados y a la inquietud generada por el comienzo de esta nueva etapa de mi vida.
Gracias a que nos alistamos a buena hora, logramos encontrar asiento en el camión. Por la ventanilla del autobús divisé a lo lejos el Cofre de Perote y el Pico de Orizaba; lucían espectaculares. En sus cimas –como un hermoso manto blanco- se extendía la nieve, iluminada con los primeros rayos del sol. El recorrido me permitió disfrutar de un paisaje bastante diferente al que estaba acostumbrada. La vista del Paseo de los Lagos del Dique me deslumbró, y qué decir de la variedad de flores que adornaban los jardines del área universitaria... sencillamente maravillosa. Me enteré después que coloquialmente mi nueva ciudad era llamada: Xalapa, la ciudad de las flores.
Volví de mi contemplación cuando el camión se detuvo frente a la que sería mi escuela durante los siguientes cuatro años: la Facultad de Comercio y Administración. En cuanto bajamos, me dispuse a buscar -entre la multitud de estudiantes que abarrotaban los pasillos de la Facultad- a Rita y a Rocío, mis entrañables amigas.
Debido a que se trataba del primer día de clases, reinaba un alegre bullicio generado por las voces de los estudiantes que se encontraban nuevamente después de haber disfrutado de casi un mes de vacaciones; supongo que los únicos que lucíamos rostros desconcertados éramos los alumnos de nuevo ingreso.

-¿No son aquéllas tus amigas?-preguntó Ricardo, mi hermano, señalando uno de los pasillos del ala superior. Al mirar hacia donde me indicaba, comprobé que en efecto, se trataba de ellas. En cuanto me vieron, agitaron sus manos indicándome que subiera. Nos saludamos con un efusivo abrazo.
-¿Cuándo llegaste? –preguntó Rocío.
-Anoche, a eso de las once. Me acompañó mi hermano –contesté, dirigiendo mi mirada hacia él. Ambas le sonrieron a manera de saludo.
-¿Ya tienes el lugar donde vas a vivir? –preguntó Rita.
-Sí –le respondí -. ¿Recuerdan a la señora que conocimos cuando andábamos arreglando nuestros papeles de ingreso a la universidad?
-Sí –dijeron ambas.
-Pues guardé la dirección que nos dio. El mes pasado vine con mi mamá para conocerla y ver las condiciones de la pensión y ambas quedamos a gusto. La señora se ve muy agradable. Voy a probar un tiempo. Además, me queda cerca de la parada del camión y no está lejos del centro.
-Nosotras estamos rentando un cuarto. Me parece que es cerca de la pensión donde te vas a quedar –mencionó Rocío.
Interrumpimos nuestra conversación al escuchar el timbre que anunciaba la entrada al salón de clases.
-Todo irá bien –dijo mi hermano mientras se despedía y me abrazaba fuertemente-. Verás que los días pasarán volando y pronto nos veremos nuevamente en Tuxtepec.
-Eso espero –le respondí con voz entrecortada-. Gracias por haberme acompañado. Saluda a todos y diles a mis papás que me dejaste tranquila.
Se me hizo un nudo en la garganta cuando lo vi alejarse.

Para mi fortuna, la mañana transcurrió rápidamente. Éramos un grupo bastante numeroso e inquieto. Mis amigas pronto llamaron la atención. La gente del puerto siempre es muy abierta en su trato. Así eran ellas. No tardaron en entablar charla con otros chicos y chicas; si bien yo no participé, me distraje bastante oyéndolas conversar. Nos retiramos temprano pues nos comunicaron que las clases comenzarían formalmente hasta el día siguiente.
Tal como dijo Rocío, el cuarto que habían rentado quedaba muy cerca de la pensión donde yo estaba, así que tomamos el mismo camión y nos bajamos con diferencia de una cuadra.
Fue al llegar a la pensión y entrar en mi cuarto, cuando sentí el peso de estar lejos de mi familia, de mis amigos y... de Kiko. No pude evitarlo y rompí en llanto. Serían cuatro años fuera. ¿Lo resistiría? Recuerdo haberle pedido a Dios una vez más su ayuda y su compañía.
Poco a poco me fui tranquilizando. Me hice la promesa de ahorrar lo más que pudiese para ayudar con el costo de mis pasajes y así no tener que espaciar demasiado mis regresos. En estos pensamientos me encontraba, cuando tocaron a la puerta de mi habitación avisándome que la comida estaba lista.

KikoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora