Capítulo 4

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Amelia le observaba sin poder creer que estaba ante ella, había conocido a Robert Bradford en una fiesta la temporada pasada, se habían visto por casualidad en la calle y habían hablado, nada más lejos que simples nimiedades. Había sido una persona de trato amable incluso había conocido a Anne en una ocasión, no podía negar que era un hombre guapo.

Alto con el pelo rubio oscuro y los ojos marrones, tenía una amable sonrisa de la que parecia no desprenderse nunca, había pensado que si no eran grandes amigos, sí eran conocidos que podrían ser amigos, pero de pronto desapareció.

No volvió a saber nada de él en los meses siguientes, no volvió a verlo después de ese encuentro con Anne y ni siquiera se había despedido de ella.

—Parece que nuestros caminos vuelven a cruzarse, Amelia— dijo él, mientras la joven aceptaba el pañuelo que el chico le ofrecía.

—En realidad siempre apareces cuando menos ganas tengo de compañía— dijo ella retirándose las lágrimas disimuladamente— Además parece que no sabes las últimas noticias... No deberías hablarme.

—¿Te refieres a la... última travesura de tu hermano?— preguntó Robert haciéndole saber que conocía las últimas noticias.

—¿Ya te han contado el gran chisme?— replicó Amelia con una carcajada seca.

—Aunque me marché sin poder despedirme he continuado al corriente de tu situación, Amelia. Nunca he querido fingir que no me interesaba tu bienestar.

Amelia se removió incomoda en la silla, es cierto que había creado una especia de semilla para una amistad hacia un año pero nunca pensó que él quisiera otra cosa de ella, podría aprovecharse, necesitaba un marido, pero no Rob, no podría engañarle así, no a él.

—Rob yo...

—Sh, Sh... Ahora solo quiero un baile, ya tendremos tiempo de hablar, no planeo irme en un tiempo— le comunicó con una sonrisa.

Un baile no le haría daño, ¿no? Llevaba meses sin hacerlo, a saber cuándo volverían a pedírselo... Cogió la mano del hombre y se levantó junto a él, en dirección al centro de la sala donde todas las parejas bailaban.

***

<<Aceptar la invitación ha sido una mala idea...>> pensó William dejando su capa y su sombrero a unos de los criados de la familia Hays.

Isabelle Hays era una mujer pomposa y chillona que vivía solo para las fiestas y gastar dinero en viajes y ropa, se había casado hacía unos años con Paul Hays, un viudo con una hija en edad de casarse, un punto más en contra a su asistencia a la fiesta, pero estaba francamente aburrido.

Sabía que Isabelle lo había invitado porque desde hacía unos meses estaba encaprichada con él y quizá en otras circunstancias hubiera sucumbido, pero él nunca tendría una aventura con una mujer casada, por muy dispuesta que esta estuviera.

Además estimaba a Paul Hays, había hecho negocios juntos y sabía que era un gran hombre que había sucumbido ante una hermosa y ambiciosa joven, por eso él prefería huir del matrimonio, al menos se esperaba que una amante quisiera dinero, mientras que una esposa capaz de estar con otros hombres no era de fiar y nunca se sabía cómo sería de verdad, hasta que todo el mundo supiera, por lo que prefería su vida tan y como estaba.

—Excelencia, me alegra que haya decidido venir— lo saludó Paul Hays cuando se hubo acercado a él— Permíteme presentarte a mi pequeña Pamela.

El hombre señaló a la muchacha pelirroja que estaba junto a él y se está se inclinó elegantemente con una sonrisa.

—Encantada de conocerle, excelencia, he oido hablar tanto de usted...— le saludó Pam buscando disimuladamente a Amelia con la mirada, la encontró por fin... bailando con un apuesto joven, sonrió más ampliamente, deseando que William Pendleton la viera— Además, creo que tenemos una conocida común.

—¿Si?— preguntó el hombre creyendo que se refería a su madrastra.

—Sí, lady Amelia Phillips, es hermana de la esposa del señor Rutterford— le informó con una sonrisa aún más amplia— Curiosamente ella también se encuentra aquí.

En el momento que William escuchó aquello comenzó a mirar por todo el salón buscando a la pobre chica arrinconada en una esquina, ¿cómo podía Pamela Hays meter a Amelia con todos esos lobos y sonreír tan tranquila? ¿Qué clase de amiga era aquella?

Tenía que sacarla de allí, no quería que la hirieran con comentarios malintencionados que ella no merecía escuchar.

No sabía de donde había salido esos pensamientos sobreprotectores hacia Amelia Phillips, pero se sentía así con ella.

Se dijo a si mismo que era por la promesa que le había hecho a su hermana mayor y que no había podido cumplir.

Hacía meses que no veía a Amelia y a su hermana Anne, sabía que eran prisioneras en la casa de su madre, que no salían, ni las visitaba nadie, incluso Sophia tenía prohibida la entrada a la casa y cualquier contacto con sus hermanas.

Continuó buscándola hasta que la halló bailando en brazos de... un hombre, sin decir nada más se acercó hasta donde estaban, diciéndose a si mismo que no le molestaba, simplemente había hecho una promesa y era hora de comenzar a cumplirla.

***

Le habían ordenado al cochero y los criados que no la dejaran salir con nada más que su sombrero y su parasol.

Había escuchado a su padre gritarlo a todos los criados, tenía prohibido salir de la propiedad, ese hombre estaba más que obsesionado con que no volviera a la casa de la familia Mawsdley y no entendía que había dejado allí a dos niñas solas que la necesitaban más que ellos.

Aunque Amelia tuviera dieciocho años seguía siendo joven, apenas era ocho años mayor que Annie, se había hecho inseparable de ellas en todos esos meses que vergüenza común y su padre no lo comprendía.

Se había puesto de parte de él... No tenía a nadie con quien hablar, ni siquiera podía escribir a las chicas para contarles que había llegado bien, porque la carta no les llegaría y si no era suficiente Peter Dorsey estaba a unos kilómetros de ella y no en el infierno donde prefería que estuviera.

Al menos el aire del campo sería bueno para Mark, pero no podría estar tranquila con las chicas solas en Londres y con Dorsey allí.

Quizá podría escribirle a David Downey, él podría entrar en la casa para llevar a Becky y luego contarle como estaban las cosas...

Sí, porque William Pendleton era su otra opción y no podría ser, porque tenía el paso prohibido como Stephen y Sophia...

Solo David podría entrar, además desde el nacimiento de su hija era mucho mejor persona que antes.

Él no había querido que su hija naciera y parecía que Dios le había castigado... Hacia unas semanas que habían descubierto que la pequeña Becky era ciega, algo que dificultaría su vida, pero estaba segura de que no la haría infeliz, David se había volcado aún más en ella si se podía.

Estaba decidido, le escribiría a él y le suplicaría su ayuda, le pediría que las cuidara en la sombra, mientras ella intentaría aguantar lo que se venía encima.

Todavía no comprendía porque Peter les había contado a sus padres lo que ocurría, esa súbita preocupación era sospechosa, aún más después de tres años sin saber el uno del otro, aunque si lo que sospechaba era cierto y su padre había mantenido el contacto con él, era posible que todo lo que ella les había ido contando en sus cartas, se lo hubiera reproducido a él.

Se asomó a la ventana de su habitación y a los lejos podía divisarse la gran casa de Castlefields, había pasado horas soñando que algún se convertiría en la señora de esa casa, cuando tenía trece se había enamorado de Peter, y creia infantilmente que él la correspondía, lo había creído fervientemente... hasta que le rompió el corazón.

Lady Amelia © #2 DISPONIBLE EN AMAZON DESDE EL 22/07/2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora