amour.

302 43 22
                                    

--Y...--comenzó Antoine, encantado con las nubes en el pecho de Suzanne. Pensó que sí, era correcto comparar los pequeños pechos de su reina prostituta con aquellos cuerpos que parecían de algodón. Eran tan suaves como su propio rostro. Era como si un bebé tuviera pechos de mujer--¿Sabes
deletrear hipopotomonstrosesquipedaliofobia?

La cara de Ava se trastorna en una ignorancia que ni ella sabía que existía. Y eso que ella, en su arrogancia, creía que lo sabía todo.

--¿La ha inventado usted?--se acerca, algo sutil y algo salvaje, hacia los labios de Antoine. Él sonríe y acaricia sus caderas, tratando no en vano de distraerla.

Suzanne está encima de sus caderas, y por supuesto, no podía permitirlo.

En risas tontas, Antoine se acerca más, hasta tocar su nariz y ver sus miedos--Claro que...--en un movimiento rápido, se coloca encima de ella. Su reina prostituta ríe emocionada, como una pequeña niña--No--besa sus labios, tan dulcemente que no parece él mismo.

Le pareció un claro momento para cuestionarse su existecia, ¿y si se estaba enamorando de una vulgar puta? No podía, claro que no. Él no podía sentir, eso decían todos.
Solo deseos carnales, eso también decían todos.

Murmuraban que el señor Antoine no tenía ningún tipo de sentimientos. Él no sabía porque lo decían, ¿será por esa vez que...?

Suzanne toca la lengua de Antoine con la suya, desencadenando veneno en su mente, matando todo pensamiento filosófico y existencial que el joven se planteara.

Su cuerpo solo sentía las pequeñas nubes de su reina, y eso era placentero como el infierno.

Pero era otro tipo de infierno, uno placentero. Un infierno del que no podía escapar.

La delicada tela que cubría el cuerpo de Ava desapareció en las sábanas ahora blancas, a causa de las manos expertas de su rey.

Oh, sus manos. La habían tocado hasta hacerle ver el cielo, las estrellas y la luna entera. Ni el profesor de piano con quién follaba cada domingo podía hacerla sentir así. Antoine era especial, y eso ella lo sabía.

¿Se enamoraba ella? No podía, claro que no. Eso decían todos.
Las agujas en su piel lo decían, el aire de sangre en sus pulmones lo decían.

Un apretón en su suave trasero fue suficiente para que la reina prostituta se convirtiera en un pequeño animal salvaje. Ava volteó su cuerpo, poniendo a Antoine debajo de sus piernas excesivamente delgadas. Bueno, no, para ella no lo eran.

Atacó los labios del chico, mordiendo su carne y saboreando su aroma. Los besos desenfrenados eran lo suyo, pues no se permitía ningún tipo de dulzura con sus clientes.
Pero con Antoine era diferente, y eso él lo sabía.

Las nubes se las había robado su piel, el azul del cielo sus ojos. Tan perfecta, tan etérea, tan luminiscente. Así era Suzanne para él, así era Ava para el mundo.

Pero, ¡ay de Ava!, ella no se veía así. Sus inseguridades se reflejaban en aquél no sentir, en aquella sonrisa de niña buena. Quería pensar que no fingía, quería pensar que sí esperaba algo del mundo, algo especial y bondadoso.

Pero Ava hace tiempo dejó de creer, y hace tiempo dejó de pensar en las cosas.

Aunque no se arrepentía, nadie lo hacía. Su imperfecta perfección la había conducido a su rey, a sus manos y a su deliciosa carne.
No se arrepentía del vaivén de sus caderas, entrando en ella, de forma física y mental. Penetrando tanto su cuerpo como su alma.

No sabía como lo hacía, pero Antoine la amaba sin amarla, y eso encantaba a la reina prostituta.

Los gritos de la noche fueron acompañados por la lluvia de dos cielos.

Un cielo todos lo veían. Y el otro cielo, el cielo de los ojos de Ava, solo él podía verlo.

Dolor y amor unidos en guerra. Dos mundos iguales unidos, haciendo colisión en la más placentera necesidad carnal.

La respuesta era sí, se había enamorado. Ava se había enamorado de Antoine, tan rápidamente que no aún no podía percibirlo.


_______

Perdonen lo corto del capítulo y lo extenso de los días, pero esto abre una nueva era.
Ruego enserio, perdónenme. La muerte y la vida se unirán, y el resultado no será muy bonito.





EuthanasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora