Uno

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-¡Qué bruto! -balbucea César después de que su mejor amigo lo haya tirado literalmente en la cama.

-No estás en condiciones de reclamar -gruñe Hugo.

-Oye, no hace falta ser grosero -se envuelve en las mantas.

-Te he traído desde la otra punta de la ciudad, he cargado contigo por las escaleras, ya que apenas puedes mantenerte en pie y he aguantado que has vomitado cuatro veces, cuatro putas veces! No eres tan grande como para retener tanto -César se ríe ante el comentario y se gana la mirada asesina de su amigo. Ambos son completamente opuestos, Hugo es alto, César bajo. El primero tiene el pelo negro y el segundo rubio. Uno piensa con prudencia y el otro simplemente no piensa.

-Tío, te agradezco mucho lo que has hecho, pero después de que me hayas metido bajo la ducha con el agua helada -recalca la última palabra- pues ya estoy mejor. Además prefiero que te vayas antes de que me riñas, a veces eres muy cansino.

-¿¡Cansino!? De esta te mato -se pinza el puente de la nariz- te has drogado.

-¿Y? No es la primea vez -se encoge de hombros mientras se gira dándole la espalda a Hugo.

-Lo sé. No es necesario que me lo recuerdes -niega con la cabeza- César, sabes que me preocupo por ti y no me gusta que hagas esas cosas. Estás acabando contigo.

-Por eso lo hago -susurra para que no lo oiga.

-Para de hacer el memo y ponte ha hacer algo de provecho.

-Ahora suenas como mi madre -se sienta en la cama demasiado rápido por lo que se marea. Se sujeta la cabeza un par de segundos antes de seguir con la conversación- tío, te quiero, pero vete. Quiero dormir unas horas o hasta dentro de dos días, lo iré viendo.

-Ni de coña. Mañana a primera hora te voy a sacar de la cama, vas a ir a buscar un trabajo.

-¡NO! Ni te atrevas -lo amenaza con la mirada.

-Ya verás como si -sonríe triunfante y sale por la puerta justo a tiempo para evitar el zapato que le tira su amigo.

Hugo sale del edificio con paso ligero, llega siete minutos tarde al trabajo y no es buena idea teniendo en cuenta el humor de perros de su jefe. Desde que su mujer lo engañó con el vecino no pasa ni una, Hugo comprende que eso no es plato de buen gusto para nadie, pero no hace falta tomarla con todo el mundo.

Llega a casa a eso de las nueve de la noche. El jefe lo ha tenido trabajando el doble, además de obligarle para que se quede otra hora más. Se tumba en el sofá, no está ni unos minutos hasta que suena el timbre.

-¡Hola! -grita eufórica la mujer del otro lado.

-Hola, Claudia -sonríe con cansancio.

-¿Cómo está mi hermanito preferido? -lo abraza con fuerza.

-Ya tengo veintiseis años, dejé de ser tu hermanito hace mucho.

-Jamás dejarás de serlo y lo sabes -entra en el piso con rapidez.

-Claro, por supuesto que puedes pasar -dice con ironía.

Claudia se sienta en el sofá después de haber cogido una cerveza y haberse descalzado. Hugo la imita dejándose caer con todo el peso.

-¿Qué tal te va la vida? -pregunta ella después de dar un gran sorbo.

-Cansada.

-Venga, enserio -golpea su hombro sin fuerza.

-Podría ser mejor. 

-¿Qué te pasa?

-El trabajo, mi jefe, César...

-¿Qué le pasa a ese cabeza hueca?

-Lo de siempre. Sus líos que acaban siendo míos también, los múltiples vicios en los que anda metido y esa manía que tiene de no hacer absolutamente nada.

-Eso no es una manía, es vagancia. Ya es adulto, no es como cuando erais adolescentes y andabas pendiente de él. Sus líos son solo suyos, nada más -mira su botella vacía- voy a por otra -cuando vuelve de la cocina ve a su hermano dormido en el sofá. Con cuidado lo coloca y lo tapa con una manta- buenas noches, enano.



La punta de un lápiz rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora