Tres

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Hugo tiene la cabeza apoyada en la fría mesa de metal, hoy las cosas están saliendo torcidas. Es la cuarta entrevista que hacen y de momento todos han sido igual, fotocopias unas de otras. César entra sonriendo y sale sonriendo, la única diferencia es que el hombre que se queda en el despacho empieza con una amigable cara y termina con la misma facción que un perro antes de abalanzarse sobre su presa. Sabe perfectamente que su amigo no es precisamente un gran hombre de provecho, pero es muy inteligente y hábil, el único problema es que es extremadamente vago, en lo único que se esfuerza es en encandilar a chicas que luego se lleva a su casa por una sola noche. Hugo sorbe el café, sigue hirviendo A todo esto se le podría sumar el incidente de esta mañana, cosa que le ha generado un persistente dolor de cabeza. Ya sabe que César ha dicho que no habla con nadie, pero desde que sabe lo de su problema no es capaz de no preocuparse cuando lo ve razonar solo, por lo menos aparentemente parece solo. Aún recuerda el primer día que se enfrentó a aquello, tenían quince años, el profesor de gimnasia llegó corriendo para sacarlo de clases a rastras, literalmente. 

El profesor lo llevó hasta el vestuario de chicos, allí se encontró con su rubio amigo llorando en las duchas. Tenía la ropa puesta y empapada, lo primero que hizo fue cerrar el grifo, eso llamó su atención.  El pequeño temblaba, no sabía si de frío o de miedo, y tarareaba una canción que no pudo reconocer. Se estaba tapando los oídos, pronto también cerró los ojos con fuerza y cantaba más alto, parecía que quería evitar algo, más bien alguien.

-César -lo movió despacio- ey, amigo. ¿Qué te pasa? -por primera vez desde que estaba ahí, César hizo caso a alguien, al fin y al cabo ese niño moreno y delgaducho era el único de sus compañeros que parecía caerles bien.

-Discuten.

-¿Quienes? -se sentó a su lado, el suelo estaba encharcado, pero no le importaba.

-Ellos -señaló su cabeza con fuerza, incluso se dio pequeños golpes bruscos.

-Entiendo -un escalofrío recorrió todo su cuerpo- ¿qué te dicen?

-Cosas horribles. No quiero hacerles caso -abrazó a su amigo con fuerza.

-Vale, bien. Pues si no quieres hacerles caso céntrate en el sonido de mi voz -el rubio asintió con la cabeza- ahora vamos a levantarnos despacito, andaremos hasta recepción y allí te irás con tu madre.

-¿La de verdad o la de mentira? -esa pregunta dejó muy confuso a Hugo, el que paró en medio del camino.

-Explícate.

-Mi mamá de mentira es la que quiero ver. Ella cuida mucho de mí, me quiere -César cerró los ojos con fuerza, eso fue una señal para Hugo de seguir hablando.

-Bueno, pues iremos con ella.

Hasta días después no supo lo que César quiso decir con lo de las dos madres. No fue hasta dos días después, cuando decidió ir a visitar a su amigo a casa. Él ya volvía a ser el de siempre, entonces aprovechó para preguntarle, la respuesta fue clara "yo no tengo madre, ella es mi tía". No quiso preguntar más, pero la verdad es que eso dejó muchas incógnitas.  

Escenas como esta se repitieron a lo largo de los años, poco a poco pudo saber que César tenía problemas que afectaban a su cerebro, sufría fuertes alucinaciones y escuchaba voces, no era seguido, pero cuando lo hacía lo pasaba muy mal y como remedio para zafarse de todo eso utilizaba las drogas. Ni Hugo ni su madre (mejor dicho, tía) estaban de acuerdo, pero César se negaba en rotundo a ir a un especialista, solo sabía decir que eso lo convertiría en un loco de manual y él no estaba loco.

El ruido de su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Despegó la cabeza de la mesa y contestó sin mirar quién era.

-¿Si?

-Hola -su hermana.

-Hola. ¿Qué quieres?

-Vaya, que borde. Aunque no se por qué me sorprende. Tengo que hablar contigo sobre un tema bastante importante.

-¿Está todo bien? -últimamente se preocupa demasiado por todo.

-Si, si. Tranquilo. Es una buena noticia y me gustaría dártela en persona.

-Vale. ¿Cuándo?

-¿A la hora de comer te va bien?

-Mmmm...-imposible- no creo que pueda. ¿Cenamos?

-Bueno, vale -un suspiro de irritación sale desde el otro lado de la línea- cuídate, hermanito.

-Adiós, Claudia -cuelga. Pensativo toma el café, ¿qué será lo que tiene que decirle su hermana? No puede darle más vueltas, porque alguien le salta sobre la espalda- ¡César!

-¿Qué? ¿Algún problemilla? -se burla mientras sigue subido sobre su amigo.

-Si, uno muy grande. Tú -intenta bajarlo, pero no hay manera, se agarra con fuerza. Después de unos minutos de forcejeo, César se suelta y lo mira con una sonrisa burlona- ¿qué tal te ha ido? -pregunta mientras se estira la camiseta con las manos.

-Bue...-se encoge de hombros- como los otros.

-Fatal, entonces.

-Exacto.

-A veces me dan ganas de matarte -gruñe. 

-No te enfades, que así dejas de estar guapo -vuelven a discutir cuando el rubio intenta darle un beso en la mejilla al alto. Las cosas acaban con un lametazo por toda la mejilla derecha.

-¡Eres un cerdo, tío! -se limpia con la manga de la chaqueta de su amigo.

-Eso no es nada nuevo -se ríe. De pronto se pone serio  mira fijamente a Hugo- tenemos que hacer una cosa muy importante.

 -¿Qué cosa? -pregunta distraído mientras sigue limpiándose la cara.

-Comer.

-¿Tienes dinero?

-Si.

-Genial, porque vas a invitarme -sentencia el moreno.

-¿Por qué? -se queja.

-Me acabas de chupar la cara, merezco que me invites a comer.

-Bueno, venga, porque eres tú, que si no...

-Y no vale ir a un Burger King o algo así.

-Joder. Que exigente.



La punta de un lápiz rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora