el pasado

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-Venga mamá, quiero ir a la fiesta,no tardaré mucho, solo un par de bailes y ya...- dije quejándome a mis padres.
-Sabes de sobra que no vas a ir, es muy peligroso, ¿a caso sabes que hora es?- respondió mi padre señalando el reloj.
-Cariño, por tu propio bien, te quedarás aquí, y no iras a ninguna parte hasta que se te pase el enfado...- continuó mi madre.
-Pero si no estoy enfadada...- repliqué.
-Eres muy joven...- siguió mi padre.
-Tengo trece años, puedo cuidar de mi misma, ya no soy una niña, y no os necesito- contesté bruscamente, y enfadada, corrí a mi cuarto.
Las lágrimas se me escaparon de los ojos, y mi cuerpo se estremeció por el intenso aire que entraba por la ventana de mi cuarto. Yo la miré, aun con los ojos empañados, y me acerqué un poco. Las luces de las farolas ya invadían las calles, y el perro del vecino ladraba sin parar a los pocos coches que pasaban.
Eran las once de la noche, y yo en mi cuarto, encerrada, sin poder ir a aquella tan deseada fiesta. Era el evento del año en las calles, todos los adolescentes, jóvenes, e incluso algunos mayores iban a ir, pero yo no. Yo no porque mis padres no me dejaban, porque era muy pequeña, porque, simplemente, no.
La luna llena iluminaba mi rostro empañado aun de lágrimas, y de nuevo, el gélido viento me revolvió el cabello rizado. Mi balcón separado por unos metros del suelo de la calle, era como una cárcel, unas verjas que no podría traspasar, ¿o sí?
Esa pregunta me inundo por dentro durante un largo tiempo, y una sensación de escalofrío pero a la vez de alegría sobrevoló mi cuerpo.
Sin esperar mas, me agarré a los barrotes del balcón, y pasé mis piernas por encima de estos. Me agarré fuerte, y miré hacia abajo. Tres metros me separaban de mi libertad. No muy lejos de allí, unos cubos de basura anunciaban mi victoria.
Cogí impulso, y me tiré hacia ellos, con todas mis fuerzas. Estos sonaron, pero yo no me hice lesiones. Las luces de mi casa seguían apagadas, y yo, sin dudarlo más, salí corriendo en dirección a la estación de tren.

-Iré a ver como está- dijo mi madre- no quiero que se enfade por que no le permitamos ir...
Subió lentamente las escaleras que los separaban de mi cuarto, y al llamar, no escucho respuestas...
-Cariño...- empezó entrando en mi habitación. Se le heló la sangre al ver que estaba vacía, la ventana abierta, y el aire rugiendo tras ella.
Mi padre subió al oir que algo se caía y se rompía en mi habitación. Mi madre, apollada en la mesilla, había tirado la lampara, que se había roto en mil pedazos. Los dos, con una cara de pánico y preocupación, salieron a la calle y cogieron el coche. Sabían a donde dirigirse, solo hacia falta encontrarme...

Corría lo mas deprisa que podía. A penas estaba llegando cuando en la estacion se empiezan a escuchar gritos. La música sigue sonando a lo lejos, pero siempre se repite la misma melodía. Entro rápidamente en la estación, y me uno a la marea de gente que corre descontrolada por la estancia. De repente, la musica para, y se escucha en la calle el sonido de una pistola. La gente empieza a gritar aún mas fuerte que antes, y todo se vuelve de color rojo.
Varios hombres encapuchados entran y empiezan a disparar a todo aquel que se cruce en su camino. Las personas van cayendo al suelo, sin vida, y el tiempo parece pasar mas deprisa que nunca...
Salgo corriendo de allí, y veo que un coche que me resulta familiar aparca enfrente de mi. De este salen mis padres.
Sin poder decir nada, ellos intentaba acercarse a mi, pero la ola de gente nos separa por sorpresa.
Cuando mis ojos encuentran los de mis padres, veo que el mundo se me echa encima.
Los hombres encapuchados les apuntan con unas pistolas, y al poco rato, ellos caen a sus pies. En mi cabeza, resuena el grito de mi padre  -¡corre!- y mis piernas, impulsivamente, empiezan a correr lo mas lejos posible de allí.

La luna empezaba a caer cuando mis piernas frenaron de golpe. Mi corazón latía con fuerza, y mi respiración parecía descontrolada. El ruido y los colores de la fiesta se habían convertido en un siniestro silencio. Había llegado a un barrio alejado de la ciudad, y ahora caminaba entre las vacías calles. Cuando llegué al centro de la ciudad, los coches y la gente salieron de su escondite...
Me metí por un callejón, y me senté encima de un pequeño banco. De repente, un grupo de chicos se me acercó, y empezó a decirme.
-EH ¿tu quien eres? Este es nuestro territorio, así que largate- dijo eso y me tiró al suelo. Otro de los se acerco y me dio una patada en la espalda, y así, hasta que no escucharon el ruido de la policía y se fueron corriendo.
Yo en cambio, salí a la calle principal y me interné entre la muchedumbre. Con moratones y arañazos, me tiré al suelo, sin fuerzas.
La gente pasaba y me miraba, los niños me señalaban, pero nadie se acercó para ayudarme.
Mis ojos se cerraron, y lo ultimo que recuerdo, fue un extraño olor a pino, que lo invadió todo, hasta dejarme dormida.

BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora