Introducción

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Siempre fui la niña mala, la malcriada, pero no era porque realmente quisiera serlo, estaba en mí. Es como si hubiera nacido para ser eso, para salirme de los márgenes de lo adecuado.

Creo que fui hecha para incomodar y, también, para causar impresión.

Y no lo plasmo tan severo como realmente lo fue y es, pero no estoy en obligación de dar detalles cuando quiero dar aunque fuera una mínima buena impresión.

Mi nombre es Tzuyu Zhou, tengo 18 años y he tenido más citas con médicos que con hombres o mujeres. ¿Mi problema? Lo anterior mencionado, no he nacido para encajar. Tal vez, me gusta un poco la destrucción, la rebeldía y mandar a la mierda aquellos que dicen tener poder superior sobre los demás.

Te doy una pequeña introducción de mi historia.

Mis padres son un par de emperdenidos, estrictos, que se asemejan más al significado de perfección que cualquier otra cosa, ya sabes, quieren que sea la futura imágen de la familia y, siendo sincera, no se los puedo negar; nuestro estatus es grande, alto, tenemos respeto, pero nos falta bondad sobre algunos temas.

Nos llamaría una familia disfuncional.

No tengo hermanos, hija única con una carga enorme sobre los hombros.

Empecé a tener síntomas desde los siete años, según recuerdo. Iba en primaria grado-no-sé, pero el punto es que era un pequeño diablo, así lo describían los profesores. Siempre rompía mis trabajos aunque estuvieran impecables, tenía ataques de ira y me irritaba por todo lo que estuviera cerca. Dirás, joder, pero es normal en un niño de esa edad.

Vamos, yo no era normal.

Y se confirmó cuando tuve la primer actitud violenta contra alguien de mi grupo.

Usaba aparatos de pequeña, era miserable, pero era una niña, no merecía que me mirasen mal ni merecía tener que interesarme tan rápido en mi físico para complacer o evitar burlas, humillaciones. Tan sólo tenía siete años...

Ese día, recuerdo haber estado tendida sobre lodo, con raspones en mi cara, piernas y en los brazos, con el uniforme roto por las ramas de los árboles y las rocas filosas, mis cuadernos tendidos por la tierra también. Y mi almuerzo, oh, mi almuerzo por todo mi cuerpo. Cualquier niña, con un acto como ese, se hubiera sentido avergonzada, lloraría de la vergüenza y saldría corriendo en busca de los brazos de papi.

Pero... Yo no hice eso.

Es como si me hubieran desconectado un cable llamado “Autocontrol” y me apagarán el interruptor de las emociones, me sentí tan libre, fue una sensación de poder hacer lo que quisiera sin limitantes. Fue ahí, cuando recordé que llevaba unas tijeras de costura en unos de los bolsos de mi mochila, las empuñé y, me arrepiento tanto de haber apuntado bien, mi objetivo era su cuello; aún no sabía muy bien los componentes del cuerpo y sus puntos débiles, siendo más clara, quería rajarle la yugular, pero tuve que confirmarme con atravesar sus mejillas y picando el hueso de su quijada.

De sólo recordar el crujido y el grito de dolor de aquel niño, me hierve la sangre de placer.

Cómo era de esperarse, me expulsaron de aquel colegio, pero el dinero evitó que hubiera alguna mancha en mis antecedentes. “Es sólo una niña”, decían.

TAPS (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora