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Me di cuenta de que había crecido una noche cuando las cordales amenazaban con salir; el dolor era espantoso, mi papá estaba en algún lugar de la casa, y podía gritar y llamarlo, pero nunca lo pensé. Creo que hace cinco años lo habría llamado, pero esta vez solo me levanté de la cama y fui a por un poco de hielo y pastillas.

Volví a la cama pensando en que ya había crecido, pero sabiendo que no era la primera vez que lo sentía, y por un segundo, todo lo que había sido, todos los años en los que solo me preocupaba crecer, pasaron por mi mente. Luego recordé el día en que salía de La Plaza de Los Palos Grandes y bajaba hacia Altamira; donde empezamos a caminar más lento, a crear nuestra cofradía a medio trayecto, y entonces dije:

—Cuando seas grande, al menos podrás decir que conociste a un gran escritor.

Porque se suponía que aún no habíamos crecido, y que yo tendría tiempo de ser alguien, y que dejar de ser adolescente y convertirse en un adulto (o en tal caso, en un adulto joven) no era la gran cosa, no suponía mucho.

—Pero si ya somos grandes —contestó Tommy.

Y tenía razón, y caí en cuenta de que era más viejo de lo que pensaba, de lo que me veía; pero antes de eso, estuvo el día en que fuimos a la Universidad Católica, donde hablamos de la gravedad, dejando a un lado que pronto estaríamos en la universidad, y tendríamos trabajos (en algunos casos) de medio turno, y estaríamos terminando el rito de iniciación hacia la sociedad media, esperando dar un salto a la siguiente esfera social, y no hundirnos, porque nuestros padres no esperaban un retroceso; ellos esperaban vernos en la cima, sin importar cómo demonios llegásemos  allí, porque el fin justificaba los medios de un ascenso social, lo demás sería vergüenza y desdicha moral.

Esa noche pensé en todos los momentos que había notado que ya había crecido, y para 17 años tres momentos de conciencia de edad, son pocos.

La Plena Conciencia de una MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora