Yo

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He terminado convencida:

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He terminado convencida:

—No te queda de otra.

—No, pero no quiero. —Y el cuerpo se me caliente por una angustia, sólo una, provocada por muchos miedos que a lo mejor no debería ignorar.

—Pero es cierto, ¿qué te queda?

Una extraña comezón me empieza en la garganta seguida de una tos seca que no son más que palabras mutiladas.

Mi propio cuerpo se rehúsa a hablar.

Y llega el lunes y me dijo que el martes sin falta y entre martes y miércoles he llago a jueves y oh, alivio, porque el viernes no hay nada y menos el sábado y el domingo.

Mientras tanto sigo muda e inútil y más inútil que viva y este calor que no deja de agobiarme a veces me parece que me pide que me tire a la pila y me ahogue.

—Y una pila común, con el agua llegándote al cuello, para que tengas que flexionar las rodillas, ¡para que hagas algo!

Por un momento el ocio del olvido, o el olvido que se torna ocioso para que pueda divertirme. Los días desaparecen y sólo reaparecen para gritar: ¡lunes!

—Y sí, bueno, pero a lo mejor el martes...

Y entonces el martes se pierde y resulta que ya es domingo.

Siempre hay dos manchas fijas en el espejo que ensombrecen mis ojos y una media luna tardía reclamándole a la gravedad que siempre la hace ir hacia abajo.

—Pero se eleva la marea y así a lo mejor te ahogas más rápido.

—No, no creo que funcione así.

—Entonces toma un paraguas, párate en medio de la nada y espera una tormenta.

Hay que girar la cabeza para las manecillas del reloj corran siempre en ángulos de noventa grados, en esos cuatro cuartos, cuatro estados en los que se enfría y calienta el cuerpo y se vacía y llena el estómago.

—Son tres.

—¡Cuatro!

El día tiene dos tonos y la noche igual, luego a la inversa pero algo inclinados para más tarde convertirse en uno, cuando Tic llama a Tac.

—Te estás perdiendo.

—¿Y no siempre?

—Se te olvidó darle cuerda al reloj.

—Ya, entonces gírame la cabeza otro poco.

Porque cuando la cabeza está en su lugar, nada tiene sentido. Y yo no soy yo.

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