Una tarde en el bosque

62 8 0
                                    


Tenía unos cinco años cuando lo conocí, un domingo por la mañana caminando escuché un chapoteo, guiada por el sonido llegué hasta una pequeña quebrada que arrastraba palitos y hojas secas llenas de tierra, justo al borde, sobre una roca estaba mi monstruo jugando con una varita de madera que al extremo tenía pegada una extraña hoja parecida a una palma, pero más pequeña, la sumergía en el agua como si fuera una caña de pescar, me asusté un poco al verlo "¿Qué niño tan raro era ése?". Pero al observarlo más de cerca me di cuenta de que igual que yo sabía divertirse,  se veía inofensivo y en sus ojos brillaban chispas de inocencia infantil, me acerqué despacito entre la hojarasca, partiendo palitos y embarrando mis zapatos en el suelo blando de la orilla, pero justo a menos de dos metros, el monstruo se percató de mi presencia. Dio un gran brinco partiendo su improvisada caña, se quedó petrificado, helado del susto, tan sorprendido que casi  le salían los ojos de las cuencas, nos quedamos  unos segundos aguantando la respiración, fui yo quien decidió romper el hielo, no pude decir más que un tembloroso ¡Hoola! apenas audible, el monstruo no cambio de expresión, empecé a hablarle en un tono muy bajo, no sé que tanto le dije, pero parecía funcionar, hasta sentí que le inspiraba confianza que ya para ese momento era recíproca.

Por años nos reunimos en el riachuelo, me enseñó a hacer cañas y a colgarle hojas como carnada, no había nada que pescar pero nos divertíamos durante horas sintiéndonos unos verdaderos expertos. Hacíamos pequeñas chozas con cualquier material del bosque, yo le llevaba hojas de papel y colores. Aprendió a pintar, hacia lindos dibujos de flores y animales  en poco tiempo nos volvimos amigos, una amistad clandestina y silenciosa, era imposible entendernos a través de palabras, no sé si hablaba, o hacía sonidos o si se trataba de un idioma extraño y desconocido.

Juntos tuvimos muchas aventuras; fuimos piratas, gitanos y exploradores. Yo desvalijaba mi baúl de disfraces y convertía al pobre monstruo en mi maniquí personal, lo ataviaba con ropas ridículas de encajes, perlas y lentejuelas, pero él era feliz, se sentía importante, un auténtico héroe que se sorprendía con facilidad. Esa amistad será por siempre inolvidable, siempre será mi amigo, aunque ya no realizamos las mismas aventuras.

Mi monstruo y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora