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Estoy tranquilamente en la ducha, intentando relajar mi cuerpo con el agua caliente mientras mi mente divaga por todo lo sucedido hoy.

Su boca, su lengua, sus manos en mis bragas... Siento que la cabeza me va a explotar, si antes no explota mi vagina.

Desisto y salgo de la ducha, no hay manera de tener un momento de tranquilidad, así que me cubro con una bata y me sirvo un vino tinto en una copa. Me siento en el sofá y enciendo la televisión, noto lo incómoda que estoy y no paro de hacer zapping.

-¡No hay nada decente! -me quejo, y apago el televisor, molesta.

Me levanto y voy hacia el cuarto, y vuelvo a mirar los dos vestidos colgados en el armario, que llevo mirando desde que vine del trabajo. Uno negro, ajustado y corto y otro color marfil, más elegante y largo.
No me puedo creer que haya seleccionado dos vestidos para una cita a la que no pienso asistir. Porque no voy a ir, estoy segura.

Porque si voy, ¿que pasará? ¿Me empotrará contra la pared y me poseerá hasta hacer que grite su nombre entre jadeos? ¿Me tumbará sobre la cama y me hará el amor lentamente hasta hacerme perder la razón? ¿Me meterá en el jacuzzy y me someterá a sus deseos entre burbujas y unas copas de champagne? 

Las tres opciones son altamente recomendables, no sé cuál de ellas me gusta más. Ni que decir tiene que imaginármelo sosteniéndome contra la pared, desnudo sobre mí en la cama o mojado y resbaladizo en el jacuzzy dando rienda suelta a su pasión, me está haciendo replantearme seriamente el ir al hotel.
Si no fuera porque me siento como una furcia, una zorra, una puta de la peor calaña, me lo pensaba. Y encima es mi jefe, es que joder ¿porqué tiene que ser todo tan complicado?

De vuelta al salón le pego un tiento al vino hasta acabar la copa, nunca se me ha dado bien tomar decisiones con el estómago vacío, y después del atracón de chocolate no me apetece nada comer. Vuelvo al dormitorio y mi mirada se fija en los vestidos.

-No pasa nada porque me los pruebe, ¿verdad? -me digo, y me lanzo hacia ellos.

Primero cojo el negro, me lo ajusto bien al cuerpo y me planto delante del espejo. Me queda justo a medio muslo, el mismo lugar que aquella misma mañana Vicente recorría hacia mi sexo. El amplio escote favorece la visión de mis pechos, quizás demasiado, y deja muy expuesto mi cuello, víctima de sus múltiples caricias apasionadas.

Me lo quito y me pruebo la segunda opción. El vestido marfil me llega casi hasta los pies, me hace una mejor silueta, disimulando mis amplias caderas. Con unos buenos tacones Vicente no sabría por dónde empezar.

Miro la botella de vino, y sé que la partida está perdida. Me pongo unos tacones color crema, a juego con mi bolso de mano y salgo de casa arrepintiéndome por adelantado por lo que va a ocurrir.

Sólo sé que voy a cometer una estupidez, pero no encuentro fuerzas para quedarme en casa y no correr a su lado.

-Estoy fatal.

IncéndiameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora