1. ¿Una muerte segura?

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Susurrando a la tierra, una magia se movía en forma de niebla negra condensada entre los huesos de lo que una vez se llamó honor, una guerra desatada en el mismo tiempo que tardó en acabar la orquesta de tocar, no obstante, algunas banderas permanecían en pie, como pronto lo estaría el cuerpo en el cual se envolvía aquella magia. Cada vez volviéndose más tenue, dejando entrever como las heridas la absorbían con ansia, las venas regenerándose, los órganos volviendo a funcionar, los ojos se le abrieron de golpe, conjuntándose con una bocanada de aire.

Despertó de su extraño letargo, palpándose el cuerpo, como si acabara de nacer, como si la parca no le hubiera besado, abrió lentamente los ojos, adaptándose de nuevo a la vida, arrancando cada trazo de luz del cielo con las pupilas, unos trazos que le hicieron arañar la tierra ensangrentada, una tierra plagada de armaduras con despojos humanos, una tierra que acababa de ser el jardín zen del caos. Volvió a retorcerse del dolor, aquella nueva forma de vivir le pedía moverse, le suscitaba a mirar con pasión el bosque, que, a sus pies se extendía, no entendía nada de aquella nueva entidad que se le alojaba en el cuerpo, en el alma.

Una voz en su cabeza se iba haciendo nítida por momentos, una segunda conciencia, que le hablaba a trompicones de sonoridad, unas veces más alto y otras más bajo, lo suficiente para darle a entender, que debía alimentarse, como si la memoria le fallase, como si fallase en todos los sentidos guiaba su cuerpo, su voluntad, una que se dirigía en busca de algo que comer, algo que cazar, algunos latidos ajenos que devorar, sus tripas se lo exigían, no le quedó más remedio que erguirse, y caminar cegado por el hambre, en dirección a la arboleda que tan lejos le parecía estar. La voz iba subiendo el tono de sus gritos, desgarrando poco a poco, el silencio que tanto se había labrado el orgullo de los soldados ya caídos.

Con la mente nublada pero las ideas claras, siguió andando hasta adentrarse en la espesura del verdor, hasta poder perderse para encontrar lo oculto, cualquier animal le bastaría para saciarse, cualquiera con o sin pulso. A medida que dejaba atrás aquel dantesco espectáculo repleto de focos apagados, también agudizaba cada sentido, o aquel era el propósito inicial, hasta que algo empezó a brotar de las palmas de su mano, al principio, unas chispas, del tamaño propio de un cortocircuito, casi al momento, se transformaron en algo más peligroso, unos pequeños rayos escapaban de los nudillos hasta convertirse en un solo, hasta dar la impresión de cobrar vida y escaparse atravesándolo todo a su paso. Atónito por lo recién descubierto, aceleró el ritmo sin dejar de observar el surco que aquello había dejado, llegaba hasta el tronco de un árbol, lo suficientemente gordo como para aguantar el golpe, aunque no para salir indemne, la madera aún humeaba, como humeaba el cadáver del zorro que no pudo hacer nada para salvarse.

Sin tiempo a calmar sus instintos primitivos, se lanzó a comerse al animal, con cada bocado, la voz en su cabeza tomaba fuerzas, con cada grito, se le asomaba una lagrima, estaba pagando el precio por haber malgastado su vida, ahora le pertenecía a un algo, que permanecería dentro de el.

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⏰ Última actualización: Aug 27, 2016 ⏰

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