De niña ella quería vivir la vida, quería comprarse una moto, quería ver mundo, quería ser feliz. Pero sobretodo ella quería un novio, estaba empeñada en encontrar a su príncipe azul, quizá era por las películas que veía, donde las princesas siempre conseguían a su alma gemela, o quizá fue porque quería un amor como el de sus padres, fuerte, incondicional y correspondido.
Estaba tan cegada por lo que quería que no se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor y cuando por fin abrió los ojos ya se encontraba en la boca del lobo.
Cuando consiguió salir de la pesadilla que había disfrazado de sueño estaba destrozada. Pero el karma, o Dios, o lo que sea que mueva este mundo, tuvo compasión de ella y la mandó unos ángeles. Ellos la cuidaron y arreglaron poco a poco su maltratado corazón.
Pasó el tiempo y fueron llegando más, ellos la cubrían las ideas de miel y azúcar. Todos se iban como habían llegado, la mayoría de las veces no se quedaban mucho y ella conseguía abrir los ojos a tiempo. Aunque cuando ya había acabado todo se preguntaba si había hecho lo correcto, si de verdad no habría sido mejor seguir.
Y ella lloraba y le dedicaba sus lagrimas a la luna para que la diese respuestas que nunca llegaban. Algunos la llamaron puta, y perra, y gorda, y lloraba aún más, y vomitaba mientras en silencio se maldecía por ser tan débil como para dar importancia a esos imbéciles que no sabían ver más allá.
Y un día no podía más, quería acabar con todos ellos, sabía que tenía cosas buenas por las que dar gracias, pero se encontraba tan mal que no podía ver más que las cosas malas.
Iba a acabar con todo, quería acabar con todo, no quería seguir sufriendo más. Lo iba a hacer, iba a apretar el gatillo cuando de pronto él la sujetó el brazo, con una mirada hizo desaparecer todos los problemas, con una sonrisa hizo aparecer todas las respuestas de la luna en sus dientes y la contagió.
Y cuando los dos sonrieron, ella comprendió que él era el definitivo.
