Elizabeth, la madre de Laria había estado toda la mañana preparando a su hija para ir a la escuela. ¡Primer día de Kinder!
Había revisado su mochila nueve veces, arreglado su pelo doce más y lustrado sus zapatitos otras setenta veces.
Pero no podían culparla, era madre primeriza.
"-Si ir al Kinder implica que mami me haga esto, mejor me quedo en casa"- se quejaba Laria con sus escasos tres años.
John, su padre se reía cuando ella hacía esos comentarios y le besaba la frente.
"Tal vez le habían puesto un nombre tan raro, porque los suyos eran ordinarios..."- pensaba Laria.
Revisó una vez más su mochila con forma de panda: un cuaderno lila, una cartuchera de arcoíris con lápices de colores, un paquete de galletas de chocolate, otra cartuchera de unicornios con el resto de los útiles y una botellita rosa con jugo de manzana. El Kinder sonaba a "expedición al desierto".
- ¿John, tú crees que debo enviarle el Kit de primeros auxilios en la mochila?- preguntó la madre de Laria con una valijita roja en la mano.
- No, cielo. Se va unas horas, no toda la vida.- respondió el padre de Laria tomando.su valija del trabajo.
Elizabeth arregló su corbata y le besó los labios en señal de despedida.
Laria desvió la mirada asqueada. "Adultos raros." - pensó.
- Compórtate Laria, ¿Si? Nada de travesuras. Y comparte tus galletas.- dijo la madre de Laria dándole un abrazo arrasador.
- Si mami.- asintió la niña sabiendo desde ya que mentía. No iba a compartir sus galletas de chocolate con ningún ser en la faz de la Tierra.
Laria se sentó en la parte de atrás del auto y acomodó su falda. Su padre la llevaría al Kinder para luego ir a trabajar mientras su madre se arreglaba para una conferencia que tendría al mediodía. El auto comenzó a andar y John explicó a Laria las normas del lugar al que se dirigían.
- Bien Laria, presta mucha atención: En el Kinder tú debes hacer siempre lo que la señorita te diga; no puedes correr y no debes saltar, ¿Vale?
-"El Kinder suena a prisión"- pensó Laria asintiendo con la cabeza como la niña educada que debía ser.
Luego de un viaje interminable en el que Laria se la pasó contando autos rojos, llegaron al Kinder. Una mujer flaca y arrugada le abrió la puerta con una sonrisa y John se despidió de su princesa con un dulce beso en la frente.
- Prometo que la pasarás maravillosamente.- sonrió.
Laria asintió con la cabeza y entró. La señora flaca la condujo por miles de pasillos hasta llegar a un aula pintada de morado con un cartelito que decía: "Salón Retoños". La mujer se agachó para ponerse a la altura de Laria y la tomó del hombro.
- Escucha, debes entrar a éste salón. Aquí están tus compañeros y tu señorita, van a jugar juntos. Si necesitas algo, solo búscame, ¿Si? Soy la Señora Woodlight, directora...- La mujer siguió hablando, pero Laria ya no la oía: solo quería entrar a jugar al salón con sus nuevos amigos.
Laria apoyó la mano en la cara de la directora para callarla. No sabía muy bien por qué hacía eso. Tal vez solo lo hacía para reírse de las expresiones sorprendidas de la gente.
La directora parpadeó perpleja y abrió la boca lista para decir algo; pero antes de que pudiera hacerlo, Laria se puso de puntillas, abrió la puerta y entró al salón.
Los niños estaban sentados en ronda escuchando a una mujer rubia vestida de morado que leía un cuento. Laria se acercó a la ronda y la mujer morada la observó sorprendida.