¿Cómo podría saber alguien que entraría en aquella tienda en particular, y que hojearía aquella revista en especial? Aun así, cuando terminó de repasar todas las revistas de la estantería para ver si habían toqueteado alguna otra, ya le había perdido la pista a la nota en cuestión, como si jamás hubiera existido. Probablemente la había robado alguno de esos «nosotros» desconocidos que espiaban todos y cada uno de sus movimientos. Aquella era la peor parte, no ponerle cara al enemigo, mientras que su propia imagen estaba disponible para todos, como una especie de cromo perverso.
A los pasos se unió un silbido. Ni siquiera una imaginación tan activa como la suya era capaz de concebir un escenario en el que un animal conociese la melodía de «Somewhere Over the Rainbow». Se le humedecieron los ojos al obligarse a creer que aquella persona no era más que un simple excursionista de buen humor.
Los pasos se detuvieron. Ella se agachó más entre la vegetación cuando se agitaron los arbustos cercanos.
—Sé que estás ahí —dijo una voz profunda.
Sintió un temblor en el vientre. Se apretó contra el árbol a su espalda, y deseó haberse subido a él. No había nadie en kilómetros a la redonda, y un vistazo rápido al móvil le mostró que no había cobertura. Mira tú por dónde. Su móvil no le daba más que motivos de sufrimiento en aquellos días.
Las ramas del rododendro entre las que ella se escondía se abrieron para revelar el rostro de un hombre con cara de pitbull y un aliento que olía a beicon. Cielo santo, habría sido mejor no ponerle cara a sus torturadores. Aquel rostro interpretaría un papel protagonista en sus pesadillas durante el resto de su vida. Por muy larga que esta fuese.
Sus manos carnosas apartaron las ramas todavía más.
—¿Por qué no sales de ahí, encanto? Pongámonos las cosas fáciles.
Se le contrajeron todos los músculos, y casi le cedieron las rodillas. El absoluto pavor que surgía de su vientre fue peor que durante la última ronda del juego, cuando se enfrentó a un cuarto lleno de serpientes. Y pensar que ese había sido para ella el peor temor del mundo.
A pesar del temblor que le sacudía el pecho, reunió de algún modo las fuerzas para decir:
—Déjame en paz, gilipollas.
El hombre se sorprendió.
—No hace falta ponerse borde. He sido tu mayor partidario.
Su mirada recorrió veloz la penumbra del sotobosque. Solo había una opción con algún tipo de esperanza. Dejó que la mochila se le deslizase de los hombros, al suelo, antes de abalanzarse hacia la zona menos densa de ramas. Aun así, seguía habiendo las suficientes para arañarle los brazos al atravesarlas de golpe hacia el sendero. Por desgracia, el hombre bloqueaba el camino de regreso hacia su coche, de manera que su única opción era seguir adentrándose en aquel bosque empinado.
Echó a correr, seguida por unos pasos atronadores. Todos los sonidos quedaron pronto amortiguados en la caída de la cascada, más adelante, que le salpicó la cara con una fina llovizna al acercarse a la barandilla desvencijada del mirador. La única manera de continuar avanzando era un descenso por el pronunciado y rocoso precipicio, con unos pedruscos cubiertos de musgo.
Por detrás llegaba el silbido desafinado, en un tono que atravesaba el ruido del agua. Se volvió para enfrentarse al hombre, cuyos bolsillos abultaban con formas irregulares que le traían a la mente las diversas armas en una partida de Cluedo. Tampoco es que el hombre necesitase un candelabro o un cuchillo, con aquellos brazos tan gruesos como los troncos de los árboles cercanos. ¿Qué quería? ¿Sería un Seguidor furibundo que había decidido castigarla por perderse la retransmisión del «epílogo» con los demás jugadores la noche antes? Ella lo había visto, con la mano en la boca, mientras sus compañeros de juego bromeaban y se reían a pesar de los temblores en las mejillas y las oscuras bolsas debajo de los ojos. Sin embargo, ninguno de ellos había respondido a sus mensajes de texto después de aquello, como si verse asociados con ella supusiera una mayor amenaza que quien fuera que les estaba dando caza. Era demencial. A ella nadie le había dicho nada sobre los vídeos de seguimiento ni sobre los acosadores cuando se apuntó al juego.
Pasó por encima de la valla tratando de agarrarse al metal resbaladizo. ¿Sería capaz de bajar hasta el río sin partirse la crisma?
—No hace falta llegar a eso, Abigail —gruñó el hombre y se metió la mano en el bolsillo—. Solo tienes que volver aquí y trabajar conmigo. Podríamos grabar algo que no tiene nadie más, ganar mil créditos.
¿Créditos? Debía de ser uno de esos pirados que grababan vídeos de los jugadores sin mayor motivo que ganarse el respeto de sus colegas Seguidores, que se concedía en forma de votos favorables, o «créditos». De haber alguna forma de medir el terror que sentía, aquel tío se llevaba la palma. Los pervertidos enloquecían con aquello. Pero ¿sería capaz aquel hombre de ir aún más lejos? Se le hizo un nudo en la garganta con aquella idea. Respirar hondo. Concentrarse en buscar una salida.
El tipo la miró con la cabeza ladeada, como si estuviera valorando la composición y la luz. ¿Sería posible que todo cuanto quisiera fuese una foto? Contuvo la respiración cuando él fue a sacar la mano lentamente del bolsillo. Solo fue capaz de pensar en lo raro que era que no hubiese discurrido toda su vida ante sus ojos. Se acordó, no obstante, de una película antigua que vio en clase de Lengua en octavo curso, ¿La dama o el tigre? Le había fastidiado que la película dejase colgado al público. ¿No podían haber escogido un final?
Y ahora, delante de ella, un desconocido podía estar sacando una cámara o una pistola, dependiendo de lo que pretendiese arrebatarle, su imagen o su vida. Con un sollozo, se percató de que una parte de ella deseaba la opción que no se habría imaginado que escogería antes de participar en el juego, solo con tal de poner fin a aquel horror que se había convertido en su realidad.
La mano del tío salió del bolsillo con un último tirón, agarrada a una cámara, minúscula y negra, como un pequeño insecto. Soltó un suspiro y contuvo un sollozo en la garganta. Así que al final se trataba de una foto. Quizá, si lo intentaba con todas sus fuerzas, podría fingir una sonrisa y todo se habría acabado. Podría bajar corriendo por el sendero, conducir de vuelta a casa como alma que lleva el diablo y esconderse en su cuarto el resto del día. O más. Los Seguidores tendrían que acabar perdiendo el interés en ella, en especial cuando arrancase otra edición, con un nuevo elenco de participantes.
—Una bonita sonrisa —le dijo el hombre delante de ella.
Ella le miró fijamente y trató de curvar hacia arriba las comisuras de los labios. Una perla de sudor le rodó por la sien, seguida de inmediato por otra. Unos pocos segundos más y todo aquello habría acabado.
Clic.
Suspiró. Vale, si eso era lo que quería, todo bien. Bueno, bien no, pero sí soportable.
Y entonces, con una sonrisa torcida, el hombre metió la mano en el otro bolsillo.
#Blu
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Nerve: Un Juego sin reglas
Ficção AdolescenteVee es una chica que no destaca demasiado, así que cuando es elegida para concursar en NERVE, un juego anónimo de retos que se retransmite online, decide probar suerte. Pronto descubre que el juego sabe cosas de ella: la tienta con los premios que m...