Soy la chica que está detrás de la cortina. Literalmente. Pero después de abrir el gran telón para el Segundo Acto, tendré cuarenta minutos que matar, sin cambios de vestuario ni maquillaje que coordinar a menos que alguno de los actores necesite algún retoque rápido. Respiro hondo. Las cosas han ido como la seda en la noche del estreno, lo cual me preocupa. Siempre sale algo mal en el primer pase. Es una tradición.
Me debato entre irme al camerino de las chicas, donde la charla será sobre los tíos, o quedarme fuera, en el pasillo, donde sí que me podría tropezar físicamente con alguno de ellos, bueno, con uno en particular. Dado que el tío en cuestión tiene una entrada dentro de diez minutos, escojo el pasillo y saco el móvil aunque la señora Santana, nuestra profesora de teatro, nos tiene amenazados de muerte para que los mantengamos apagados durante todas las representaciones.
Nada nuevo en mi página de ThisIsMe. No me extraña, ya que la mayoría de mis amigos está en la obra o entre el público. Envío un mensaje:
Aún quedan entradas para los dos siguientes pases, ¡así que compra una si es que no has movido ya el culo hasta aquí!
Ya está, he cumplido con mi deber cívico.
Junto con el mensaje, cuelgo una foto que me he sacado antes de la función con mi mejor amiga, Sydney, la protagonista de la obra. La foto es algo así como esos libros de preescolar que te muestran los contrarios: ella, la Barbie Hollywood rubia, a mi lado, que soy la muñeca Blythe retro con la piel pálida, el pelo castaño oscuro y los ojos un tanto grandes para mi cara. Eso sí, por lo menos, la sombra metálica que he cogido del kit de maquillaje del reparto hace que parezcan más azules de lo normal.
Un anuncio de Custom Clothz me salta en el móvil con la promesa de mostrarme lo bien que me queda su nueva colección de verano. Pensar en ropa de verano en Seattle es hacerse ilusiones, en especial en el mes de abril, pero hay un vestido de color lavanda con falda larga que es demasiado mono para resistirse, así que subo una foto mía y relleno los datos de mi altura, metro sesenta y dos, y peso, mmm, no sé cuántos kilos. Mientras decido qué otras medidas introducir, una risotada que me resulta conocida sale del camerino de los chicos, seguida de su dueño, Matthew, que se me acerca con sigilo hasta que nuestros hombros se tocan, bueno, mi hombro con su bíceps esculpido en el equipo de fútbol americano.
Se inclina para que sus labios se queden a milímetros de mi oreja.
—Una noventa B, ¿verdad?
Aj, ¿cómo me ha leído el móvil tan rápido? Lo aparto de su mirada.
—A ti qué te importa.
Más bien una ochenta y cinco A, ya puestos, especialmente con el sujetador que llevo esta noche, fino como el papel, que tampoco promete ningún milagro.
Se ríe.
—Estabas a punto de compartirlo con desconocidos, ¿por qué no conmigo?
Apago la pantalla.
—Es solo para esa bobada de anuncio, no para alguien de verdad.
Se da media vuelta para que quedemos frente a frente, con los antebrazos presionados contra la pared a cada lado de mi cabeza, y va y me dice con esa voz suya de seda que siempre suena como si te estuviera contando un secreto:
—Venga, tengo verdaderas ganas de verte con ese vestido.
Me aplasto el brazo detrás de la espalda.
—¿En serio? —comparada con la suya, mi voz es de plástico chillón. Encantadora.
Me rodea con el brazo y me desliza el móvil de entre los dedos.
—O quizá con algo, ya sabes, más cómodo.
Se vuelve a deslizar a mi lado, toquetea el móvil, lo sostiene en alto y me enseña una imagen de mi cara puesta sobre un cuerpo que luce lencería blanca. El tamaño del pecho parece descomunal, más allá de la talla D.
Un ardor me sube por el cuello.
—Muy gracioso. ¿Qué tal si lo hacemos ahora con una tuya?
Empieza a desabrocharse la camisa.
—Yo te hago un pase en persona, si quieres.
El pasillo se vuelve sofocante. Me aclaro la garganta.
—Mmm, tienes que dejarte puesto el vestuario, así que ¿por qué no empezamos con tu yo virtual? —cielos, ¿sería capaz de sonar menos sugerente?
En sus ojos hay un destello más verde de lo normal.
—Claro, cuando terminemos de disfrazar a la Vee virtual.
Nos pegamos el uno al otro mientras él va seleccionado distintas partes de arriba y de abajo de un bikini. Cada vez que trato de quitarle el móvil, él se ríe y vuelve a tirar de él. Pruebo una táctica distinta, la indiferencia. Casi funciona cuando le sorprendo con un barrido rápido. No soy lo bastante veloz para quitarle el teléfono, pero al menos pulso en la parte correcta de la pantalla y cierro el probador virtual. Lo reemplaza un anuncio de ese juego nuevo que se llama NERVE, algo así como «valor», que viene a ser fundamentalmente un «verdad o reto» pero sin la parte de «verdad». Debajo de un letrero que dice «¡MIRA QUIÉN JUEGA!» saltan las fotos en miniatura de unos chavales que están llevando a cabo diversas misiones.
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Nerve: Un Juego sin reglas
Ficção AdolescenteVee es una chica que no destaca demasiado, así que cuando es elegida para concursar en NERVE, un juego anónimo de retos que se retransmite online, decide probar suerte. Pronto descubre que el juego sabe cosas de ella: la tienta con los premios que m...