Capítulo 1

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  –¡¡Bieeeeen!!
De un salto, Numia salió de la cama. Agarró a su padre con fuerza y le dio un achuchón. Pregonaba a gritos cuanto le quería.
El desayuno de costumbre fue rápido. A excepción de la miel, el alimento favorito de Numia. La saboreaba siempre con detenimiento, moviendo lentamente la lengua. Si todos fuéramos capaces de vivir las cosas como ella... Cuando acabó, subió dando saltos a su habitación. Abrió el armario de un tirón y suspiró.
–Cuantas ganas tenía...
Trasteó entre el desorden de ropa, sobreros y zapatos.
–Tiene que ser algo especial... –Se tocó la barbilla mientras pensaba– A ver, estamos en primavera... Tiene que ser algo con color.
Miró a su alrededor y rió con fuerza. ¡Todo a su alrededor tenía color!
–Hija, ¿ya estás lista?
–No, aun no.
–Date prisa, que tu padre no puede demorarse más.
–Podría valer –murmuró Numia.

Padre e hija iban de la mano. La gente al pasar saludaba inclinando levemente la cabeza mientras se llevaba la mano al sombrero.
A su alrededor la ciudad comenzaba a despertar. Los comercios abrían, los pescadores se dirigían al puerto... Todo tenía luz. Numia andaba dando saltos.
–Nenita, ¡qué guapa vas hoy! ¿Quién iba a decir que llevas la misma ropa que ayer?
Ella solo sonrió. El hombre ya tenía felicidad suficiente para el resto del día. Los ojos de Numia se centraban en los baldosines rocosos cubiertos de musgo y alguna florecilla. El tema de conversación cuando salía de paseo con sus padres era el mismo: Las nubes. Siempre buscaban formas en las espumosas masas. Cuando no había nubes, Numia se limitaba a mirar el cielo. Sus ojos eran de enamorada en estos casos, brillaban como la mar en el atardecer. Sus padres no necesitaba hablar con ella, mirándola ya les bastaba.
La niña respiró hondo cuando llegaron al muelle. Era la primera vez en su vida que estaba tan cera del puerto. Era un olor distinto al de las playas. ¿Habría también arena canela? ¿Podría reírse con las cosquillas que le hacía la espuma de mar entre los dedos? ¿Vería los peces multicolores desde la orilla? Ante ella se abría un mundo desconocido y entrañable. Casi no podía contener las lágrimas de la emoción.
Su padre la miraba risueño.
–¿Ves, hijita? Desde aquí salen todos los barcos rumbo a tierras desconocidas. Van en busca de nuevas especies. Conocer nuevas costumbres. Aprender los entresijos de su gastronomía. Comprobar los placenteros efectos de sus plantas. Y queda tanto, pequeña, por ver y saborear...
Numia le escuchaba con la boca abierta. Seguro que sería un lugar mágico... No podía ser de otra manera, tenía que tener un cariz especial.
El gran manto marino se acercaba cada vez más. Las gaviotas comenzaban a revolotear sobre sus cabezas. Le pareció oír a los peces salpicar. Y llegaron.
Ante ellos se alzaban enormes naves con marineros cargando y descargando titánicas cajas de madera. Un hombre peliblanco y con una enmarañada barba fumaba plácidamente una pipa sentado sobre en hamaca de ébano bajo la sombra.
–Ven, te voy a presentar a un amigo –le susurró su padre al oído.
Ella le cogió de la mano con fuerza. Estaba tan contenta. Seguro que aquel hombre tan anciano le contaría cosas maravillosas.
–¿Qué hay, Herr?
El hombre abrió un ojo con pereza.
–¡Ja! –su voz era ronca, pero agradable–. Pero si es mi querido capitan. Y con buenas compañías. ¿Es esa tu hija de la que tanto hablas, truhán?
–Se llama...
–Numia... –susurró Herr. Pronunció su nombre con cautela y admiración.
–¿Es esta la mercancía de la semana?
–Sí –gruñó el viejo. Volvió a cerrar el ojo y a fumar de su pipa.
–¿Y cómo...? –preguntó el padre de Numia, mirándola de soslayo.
–¡Ja! Todo se está agotando, pirata. Si al menos tu...
–No quiero hablar de esto. ¿Qué has encontrado?
–Poca cosa –bufó Herr–. Si al menos hubieras...
–Ya sabes que estoy ocupado ahora mismo. Hay otras cosas que urgen más.
–¡Ja! Grumetillo, tú a mí no me abordas.
–Lo seinto, Herr, tengo que enseñar a Numia el muelle.
El viejo se quedó mirando fijamente a la niña.
El padre la cogió de la mano y la alejó de Herr. De repente, se quedó con los ojos fijos en un punto del puerto.
–Lo siento¸ hijita. Voy a tener que dejarte. Si quieres, puedes investigar sola los barcos. Si dices que vas de mi parte te dejarán pasar.
La espalda de su padre siempre le había gustado estrecha, atractiva. Acostumbraba a llevar un chaleco de fieltro morado o verde. Hacía resaltar sus ojos verdosos. El verde de la hierba y de los bosques primaverales era uno de los colores favoritos de Numia. La gente comentaba que ella tenía el mismo color castaño claro de pelo que su padre. "Pero no", les respondía siempre Numia, "el de él es más bonito". En cambio los ojos no los tenía como sus padres. La belleza era claramente por la madre. Pero los ojos de Numia eran especiales. No llegaban a ser ni verdes, ni azules pero eran claros, con vetas doradas muy llamativas. La piel como el café, propia de los mercaderes de aquella zona.
Llegó hasta un navío con las baterías plateadas. El espolón estaba ribetado con pan de oro. Ese barco siempre le había llamado la atención cuando lo veía partir. Subió la rampa conteniendo el aliento de la emoción. La cubierta era del mismo color. La puerta del castillo de popa era de marfil, con el rostro de una mujer muy hermosa tallada en alto relieve. Numia se acercó y le acarició lentamente los labios.
-Predecible -comentó una voz a sus espaldas-. Muy predecible.- Numia se giró asustada. No había oído llegar a nadie. Era un joven con capa gris oscura y barba hirsuta oscura. Tapaba parte de su rostro con una capucha-. Vi a esa... mujer en una isla del Sur. Nunca había visto a alguien igual.
-Es muy hermosa.
El hombre se acercó a Numia y abrió la puerta. Un fuerte olor a pipa y a cerrado la envolvió. Unas luces de colores diversos adornaban la habitación, como si se tratara de una cueva secreta de piedras preciosas en la que nunca nadie había podido explorar.
-Ven.
El desconocido le tendió la mano. Se la agarró con una sonrisa. No era peligroso.
-Eres la hija de...
-Sí, es mi padre. ¿Por qué no te quitas la capucha?
-¿Quieres ver mi rostro? -El hombre parecía estar nervioso-. Es mejor ser precavido.
-Yo no te voy a hacer nada...
-¿Cuántos años tienes?
-Siete.
El encapuchado hizo una mueca.
-Tengo algo para tu padre. -Rebuscó tranquilo en uno de los cajones de la mesa de ébano que estaba juto a la ventana. Sacó un pergamino enrollado con un lazo morado. -Ha sido un placer conocerte, ehmm...
-Me llamo Numia -respondió jovial- ¿Y tú?
-Capitán, simplemente capitán.
Numia sonrío. Los ojos del encapuchado brillaron en la sombra.

Cuando encontró a su padre estaba junto a su barco, hablando con un hombre de enormes patillas y aspecto fornido. Nunca había visto el navío de su padre. Supo que era el de su padre por el nombre que había escrito en la popa con letras estilizadas: Numia.
Estaba barnizado y se reflejaba en él el brillo del mar. Sobresalía la quilla, carmesí, por la superficie del agua. La pilas estaban recubiertas de pintura esmeralda. El mascarón de proa no era una sirena o un tritón como los demás. Representaba a un hombre ya una mujer, que se parecían mucho a sus padres, con las manos entrelazadas. Ambos señalaban el horizonte. Sus ojos eran desafiantes y su mirada soñadora. Los cabellos hondeaban libres. Parecían muy felices juntos.
-Toma papá -le dió el pergamino que le había dado el encapuchado.
El hombre que les acompañaba lo miró interesado. Su padre entrecerró los ojos y lo cogió.
-El Haz del Crepúsculo...
Al hombre de las patillas le cambió el rostro.

Cuando llegaron a casa era de noche. Su padre intentaba disimular su rostro de preocupación y cansancio. Numia miró a los matorrales de flores lapislazuli que había enfrente y sonrió.
Cenaron con su madre frutas del bosque con miel y dátiles. Su padres intercambiaban palabras con voz queda.
Cuando acabaron, Numia, una día más, salió al balconcillo a mirar el cielo. Tenía grandes recuerdos guardados en su corazón. Entre las estrellas pudo ver el barco del encapuchado, el Haz del Crepúsculo navegar.
No sabía que entre los matorrales había un niño con el rostro sucio y los ojos del color del mar mirándola.
-Juro que alguna vez te conquistaré, Numia -susurró a la oscuridad de la noche.  

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