Capítulo 2

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Amaneció. Un nuevo día se abría ante Numia lleno de expectativas. En aquel día con el sol tan despierto iba a ir con su madre al río.

Su padre iba a zarpar pronto, por lo que había cierto ajetreo en la casa. Numia decidió dar un paseo. El aroma de la calle olía a flores. Los pájaros cantaban alegres. Había un lugar cerca de su casa que le encantaba. Era un jardincillo con frondosos árboles que impedían el paso de la luz. Era una cueva natural hecha con ramas que Numia solía frecuentar. Allí soñaba con grandes lugares en los que se podía volar, fundirte con la hierba y hablar con los animales. Estaba segura de que dirían grandes cosas, y que tendrían muchas cosas que contar. Los animales debían de hablar alguna lengua secreta que solo ellos conocían. Numia extendió con delicadeza su mano. Una hoja transparente se deslizó hasta quedarse suspendida sobre su palma. Comenzó a destilar una tenue luz verde y blanca. Se abrió poco a poco y salieron de ella una piernas pequeñas. Una diminuta cabellera pelirroja emergió y se inclinó hacia la niña con una reverencia. Extendió sus alas y revoloteó sobre su cabeza hasta desaparecer entre el follaje.

-Nenita, no te quedes atrás -exclamó su madre.
Numia aligeró el paso hasta alcanzarla. Se había quedado admirando un guijarro envuelto en musgo.
-Mami.
-Dime, tesoro.
-¿Que sucedería si los árboles pudieran hablar?
-¿Hablar? Más bien cantarían.
-Sería precioso. Las melodías que deben de saber después de escuchar durante tanto tiempo al viento silbar. ¡De estar dejar sus ramas a los pájaros para que descansen!
Su madre comenzó a entonar una canción. Numia la siguió mientras daba saltos de alegría.
Cuando llegaron al río, Numia se tiró sobre el césped y comenzó a dar vueltas sobre sí misma dejando que las puntas le hicieran cosquillas. Su madre se tumbó junto a ella y le dio un beso en la mejilla.
-Guapa -le susurró al oído.
Aunque el cielo comenzó a encapotarse ellas no hicieron ademán de resguardarse del agua, que ya empezaba a caer. Numia abrió la boca y sacó la lengua.
Los chorros de la lluvia se estrellaban contra el suelo con una música apacible y secreta. Numia miraba al cielo con los ojos muy abiertos.
-Gracias, nubes.
-¿Por qué das las gracias a las nubes, cariño? -le preguntó su madre, risueña.
-Porque gracias a ellas puedo mirar al sol.
Cómo le gustaría estar allí. Jugar con los rayos al pilla-pilla y a la pelota y almorzar luego con sus padres, bañados con la luz rojiza de la gigante esfera.
-Hija -dijo su madre muy seria-, por estas cosas merece la pena luchar. Nunca lo olvides. Estos son los momentos que perdurarán siempre. Hay que aprovecharlos.
No sabían que desde los altos chopos, se encontraba una mujer de pelo oscuro como la noche que las observaba.

La lluvia había desaparecido dejando un delicioso olor a vida. Uno de los favoritos de Numia. Y estaban volviendo de su excursión. Tenían ganas de compartir un chocolate junto a la lumbre de la chimenea. Hubo algo entre la hierba que flanqueaba el camino que llamó la atención de la niña.
-Ve yendo tú, mamíta. Ahora voy para allá.
Numia se acercó gateando. Vio un grillo que ante tanta humedad, quiso salir a dar saltitos para disfrutar de aquel clima tan agradable. La niña le seguía con la mirada y comenzó a imitarle. No oyó los pasos apresurados de botas que se acercaban apresurados hacia ella.  

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⏰ Última actualización: Sep 12, 2016 ⏰

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