Prólogo

9 2 4
                                    

"Corría a través del verde campo sin poder mirar atrás, sin poder apenas respirar. Jadeaba con fuerza y de forma ronca. El gélido aire invernal ardía en sus pulmones y su enmarañado cabello castaño dificultaba su visión, haciendo que sus pasos fueran torpes e indecisos. Las voces sonaban a su espalda como un eco mortal, deseoso de rozar su piel canela, de inducirla en un fuerte estado de sumisión y oscuridad.

No, por nada del mundo volvería a pisar aquel viejo castillo, no volvería a dejarse engatusar por un querubín maldecido por las sombras, hermano del más malvado de los seres, pariente del mismísimo Lucifer. Solo quería olvidar todos aquellos maravillosos días en los que las mentiras eran el aire que respiraba y, el amor que creía sentir, el oxígeno que necesitaba.

Entonces siguió corriendo a lo largo de aquel campo que la separaba del valle, siguió corriendo dejando atrás sus recuerdos, sus sentimientos y más profundos deseos. ¿Y si era la oscuridad lo que su corazón quería?" –No, no era aquello lo que quería poner, ¿o quizás sí? La oscuridad como la buena de la película y la luz como los malvados seres que deseaban el mal en la tierra era algo extraño, pero algo extraño que ya era un cliché. También era cierto que era uno de los clichés que más triunfaban y más juego daba para escribir. De eso no cabía duda. Todo el tema oscuro resultaba tentador, era hipnotizante. Placentero. Morboso. Suculento... Incluso para los demás. Siempre solía debatirme sobre cual era el mejor tema para escribir. Que tipo de historias deseaban más los lectores, pero llegó uno de esos momentos en los que ya no era capaz de dar más, por lo que comencé a escribir aquellas cosas que acudían tanto a mi cabeza como a mi corazón. Oscuridad como lo principal, lo tenía claro. –"Con aquella idea sus piernas fueron disminuyendo la velocidad hasta quedarse completamente inmóvil sin mirar a ninguna parte, con los ojos llenos de crueles lágrimas que le gritaban la verdad de su alma a gritos.

De alguna manera sabía por fin cual era su lugar, a donde pertenecía, con quien debía..."

-Mina, baja de una vez a comer –la voz de mi madre al otro lado de la puerta consiguió asustarme de verdad. Di un respingo al tiempo que mi bolígrafo caía sobre la hoja cuadriculada de libreta haciendo un sonido sordo y esponjoso, aquel sonido que conseguía hacerme sonrojar.

Esbocé una sonrisa y me incorporé.

-Ya estoy yendo, mamá –respondí con calma mientras abría la puerta y la encontraba apoyada a la pared de enfrente, con los brazos cruzados y su mirada lavanda juzgando mi rostro. -¿Qué ocurre? –pregunté cautelosa.

-Nada, solo es que no me gusta tu pelo –tan sincera como siempre.

De mis labios escapó un leve suspiro que terminó en una mueca de resignación. Desde el, para mí maravilloso y para mi madre fatídico, día en el que decidí dar un cambio radical a mi vida y teñirme mi hermosa melena rubia de color turquesa ella no deja de recordarme el gran y tremendo error que he cometido, claro está, yo no lo veía de tal manera. Estaba en mi etapa de chica alternativa, y en mi adolescencia tierna y llena de problemas obvios y otros no tanto, quería destacar y al mismo tiempo pasar desapercibida.

-Supéralo –descendí por las escaleras a mi izquierda poniendo rumbo a la cocina. -¿No teníamos que comer? –decidí poner ese torno burlón que mi madre tanto amaba y odiaba. Siempre le entraban ganas de sonreír, aunque lo reprimía para poder dar una figura más autoritaria. Me encantaba el conjunto de aquellos sentimientos, la mueca tan auténtica que ponía y, ya solo de imaginarla, sonreía también.

Mi vida no era lo más interesante del mundo, consistía en ir al instituto, llegar a casa y salir al bosque a escribir cuando hacía buen tiempo. Aquel día llovía, y el sonido que hacían las gotas contra el cristal de la ventana conseguían calmarnos los nervios a ambas. Éramos demasiado parecidas en la gran mayoría de las cosas, pero demasiado distintas en otras.

-Estos champiñones están deliciosos, mamá –dije saboreando cada bocado. Masticando con lentitud.

-Sé que los odias –hizo un gesto de indiferencia con la mano que sujetaba el tenedor.

-¿Entonces por qué me torturas de esta manera tan cruel? –haciendo gala de mi dramatismo natural dejé caer el tenedor sobre el plato y la miré llorosa.

Sonrió y masticó con delicia otro puñado de champiñones a la plancha. Sin aceite, sin sal, sin algún tipo de salsa. Ni siquiera acompañamiento. Así le gustaban a ella, solo a la plancha.

-Quería hablar contigo, Mina –su tono fue serio al momento, se tornó casi sin poder haberlo previsto tan siquiera. –Mañana comenzáis el nuevo trimestre, y sé que eres una chica de buenas notas, no voy a darte la conversación del futuro laboral. Te la sabes de sobra –hizo una pausa esperando que mi curiosidad atacase como de costumbre, pero me contuve todo lo que pude. –Esta charla es más bien por tus amistades.

-Mamá, ¿qué amistades? –pregunté sarcástica y orgullosa de mi tono.

-Exactamente por eso. Te pasas el día sola con esos cuadernos que pintarrajeas y escribes, apenas sales de casa y, cuando lo haces, es para aislarte en el bosque. ¿Qué chica de dieciséis años hace eso?

-Yo –sonreí –cumplo con todos los requisitos.

Dejó escapar un suspiró ronco, se parecía más bien al rugido de una leona enfadada. Con una leve pizca de temor la miré seria, dejando de sonreír al momento. Su cabello negro se pegaba a su rostro, tan liso como siempre enmarcaba sus facciones delgadas pero destacables y exóticas.

-No quiero que recuerdes esta etapa de tu vida con tristeza y pena cuando seas grande –esta vez sus ojos de felina enfurecida dejaron paso a la compasión y la dulzura de madre de la que solía hacer gala por norma general.

-Mira, si tanto te preocupa intentaré habar con alguien este trimestre, pero no prometo nada.

Fui lo más sincera que pude. Lo cierto era que no tenía ni la más mínima intención de hacerlo, no me serviría de nada.

-Con eso ya me haces feliz. –de nuevo su sonrisa iluminaba la cocina.

-Muy bien. Ahora tengo una pregunta realmente importante que hacerte, ¿vale?

Asintió con suavidad.

-Dime –su voz era clara y aterciopelada.

-¿Qué prefieres? ¿Luz o oscuridad? –me recliné hacia delante para mirarla mejor a los ojos, para que aquello se convirtiese en un pequeño secreto, en una conversación confidencial.

-Oscuridad, por supuesto.

-¡Lo sabía!

Al final, aquello que me rodeaba, siempre estaba relacionado con la oscuridad.


PODER ESCRITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora