Solo

61 15 12
                                    

De repente un día vas conduciendo y no hay nadie en la carretera. Está desierta. Ni un coche, ni un peatón. Nadie.
Y te da por acelerar.
La adrenalina recorre tus venas, quieres más.
Cada segundo que aumenta la velocidad, tu corazón vuela más alto, casi tanto que tienes que sujetarlo con la punta de los dedos.
Te gusta tanto esa sensación que no frenas. Ni tú, ni nadie.
No te dicen que deberías reducir la velocidad, que todo puede terminar en una milésima de segundo.
No te dicen que tengas cuidado, que la carretera aunque esté bien iluminada, es peligrosa, tiene curvas cerradas de reducida visibilidad.
No te lo dicen porque no hay nadie para advertirte.
Estás sólo a 220 Km/H en una carretera desierta, que crees que conoces bien porque siempre vuelves a casa por ese camino.

Suena el teléfono de tu madre. Es del hospital. Coge la primera chaqueta que ve y sale a buscarte, sale a cuidarte. Como ha hecho toda tu vida, aunque fueras un inconsciente.

El amor es así. Cuanto más tienes, más buscas, más te gusta. Tanto, que te autoengañas, piensas que todo es seguro porque esa persona no sería capaz de hacerte daño, la conoces bien. Puede hacerte volar con su risa.

Pero entonces, en una milésima de segundo, se termina.
Y tienen que recoger tus pedazos, aunque nadie te advirtió de lo que iba a doler. Estabas solo.

Lo estás.

Con tinta y papel #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora