Diablo

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A la mañana siguiente, pongo rumbo al bosque. Allí se encuentra la antigua cabaña del abuelo. Solo fui una vez, pero recuerdo perfectamente que había una chimenea. Ahí pienso destruirla.

Entro a la cabaña. Sucia y polvorienta, hace muchos años que nadie pisa estos tablones. Hace muchísimo frío aquí, así que enciendo la chimenea.

Coloco mi mochila en una silla y saco la caja.

No puedo evitar sentir miedo al tocarla. Tantas historias he oído sobre demonios, fantasmas, maldiciones, que en cualquier momento espero que salga una mano de ella y me arrastre hacia el infierno.

La observo detenidamente. ¿Cómo algo tan hermoso puede llevar tanto mal en su interior? Aunque lo mismo podría decir sobre las almas de mis familiares. Tan hermosas por fuera, y no solo lo digo yo, mi bisabuela era conocida también por su gran belleza, al igual que mi abuela y mi madre. Tenían sueños, de felicidad junto a su familia, de poder iniciar una nueva vida, de alcanzar sus metas... Pero ninguna lo consiguió.

Hubieran podido llevar una vida feliz. Yo hubiera podido llevar una vida feliz.

Por suerte para mi, aún tengo esperanza de conseguirlo.

En un arrebato, arrojo la caja a la pequeña hoguera.

Esta de repente comienza a arder, tanto que me aparto hacia el otro lado de la estancia. Es como si todo lo malo que lleva dentro hubiera estallado. Como si las almas que se había llevado consigo fueran inflamables.

Las llamas consumen mis ojos aguamarina, pero aún así, no despego mi mirada de ellas.

Inconsciente de ello, cuando despierto de mi trance, el fuego se había extendido por la habitación.

Cojo mi mochila y salgo corriendo sin pararme a mirar atrás.

Cuando estoy lo suficientemente lejos, cojo el móvil y llamo al 112.

-Hola, me llamo Greta Alaya, hay un incendio en una cabaña a las afueras del bosque de la zona-- continúo escuchando lo que me dice la mujer-- Sí, he entrado cuando he visto las llamas, pero ahora están más extendidas.

Cuando termino de hablar con la mujer, vuelvo a dirigirme a la cabaña, y me sorprende, no en el buen sentido, no percibir ni el mínimo olor a humo.

Me acerco más y con un sentimiento de miedo e intranquilidad en mi estómago.

Es imposible.

La cabaña está apagada, no hay ni rastro de las enormes llamas que salían de la chimenea.

Temerosa, me acerco y abro la puerta poco a poco.

Todo está intacto, salvo la chimenea, que está totalmente ennegrecida y llena de cenizas. Ni rastro de la caja.

Pero antes de irme, algo me llama la atención, debajo de las cenizas. Las aparto con la mano, y un escalofrío rápido me recorre de arriba a abajo.

Ahogo un grito.

El Sigilo de Lucifer está tallado en el suelo.

Crónicas de un pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora