Capítulo 1

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─Mamá, en serio, ¿no podemos, no sé, dejarlo para otro día? ─le pregunté a mi madre, mientras ella buscaba un estacionamiento cerca de la oficina del dentista.

─Claro que no Leslie, debes ir al dentista sí o sí ─se podía decir que había pasado algunas horas rogando para que cambiase de opinión.

Odiaba el dentista, nunca me había gustado. No importaba si el doctor me obsequiaba un cepillo de dientes al final o un asqueroso dulce sin azúcar, ¡odiaba el dentista!

Mi madre sólo me dedicó una mirada fugaz y aparcó el auto justo en frente de la oficina.

─Anda, y no me hagas pasar vergüenzas ─dijo antes de salir del auto.

La imité y cerré la puerta del auto con fuerza. Ella me miró, luego a su auto.

─Creo que la puerta no cerró, hija.

Rodé los ojos sonriendo y caminé junto a ella directo al Infierno.

Desde afuera no se podía distinguir nada de lo que había dentro debido a montones de carteles pegados a las paredes de cristal. De esos haciendo promoción a una limpieza mucho más saludable o "¡No a las caríes!", así. Muchos de ellos mostraban lo felices que eran esas personas en el dentista. Claramente les estaban pagando.

Mientras discutía mentalmente conmigo misma por los carteles en el vidrio, la puerta se abrió y en el momento en que mi cerebro procesó ese acto, fue demasiado tarde. En pocos segundos mi rostro se estampó en lo que me pareció ser el pecho de alguien con un excelente aroma. Me aparté y por unos microsegundos, pude echarle el ojo al muchacho con el que acababa de tropezar. Él llevaba una camiseta negra un poco ajustada, sin mangas, dejando a la vista sus brazos completamente tatuados. Además por su cuello se asomaba más tinta oscura, formando alguna -o algunas- figuras que era incapaz de ver con claridad. Tenía el cabello muy oscuro y cuando levantó la cabeza, me encontré con unos ojos azul grisáceo llenos de tormenta y profundidad que juro haber sentido que caía en un mismísimo abismo. Lo que en mi mente fue un momento eterno, duró apenas unos segundos. Sentí mi estómago revolverse, sin duda por los nervios de estar entrando al peor lugar de toda mi vida.

El muchacho me esquivó con agilidad y murmuró un "Lo siento", dejándome allí sin idea de si acababa de disculparse por penetrarme el alma con su mirada o simplemente por mi descuido.

Sin disimulo alguno, le seguí con la mirada hasta que vi su figura desaparecer a la vuelta de una esquina. Envuelta y distraída, no me fui consciente de que la puerta ya se había cerrado y choqué contra ella, sientiendo todo el dolor en la parte de mi nariz y dientes, también una ligera punzada en la frente.

Me alejé de la puerta, acariciando mi rostro.─¿Qué te parece? Ahora si necesitas al dentista para que te haga una caja de dientes, creo que perdiste los tuyos ─se burló mi madre, abriendo la puerta y entrando.

En el interior de la oficina, vi a todas las personas que aguantaban la risa, así que, junto con mi vergüenza, me senté en una silla mientras mamá hacía mi turno.

Saqué mi celular y comencé a responder algunos mensajes, tanto de mi mejor amiga como de otras personas, aunque por mi mente sólo pasaban los ojos del muchacho, una y otra vez.

Algo en su rostro, en su aspecto más bien, me hizo sentir diferente, como si de una u otra forma hubiese entablado una conexión con ese chico. Mi mente se estaba desviando a montón de situaciones similares donde tuviese encuentros fugaces con el mismo chico ya que, ridículamente, el mundo es demasiado pequeño, ¿o no? Este tipo de cosas pasan todo el tiempo y coincidir dos veces ya tiene demasiado que ver con el destino.

KarterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora