Capítulo 1: Turno de noche

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La noche pintaba aburrida, como cualquier otra, en realidad. Para un detective privado con tantos casos que atender, hay una cosa que nunca cambiará, los casos no suelen venir hacia a ti tan fácilmente. Así que esa noche decidí salir para ir a buscar uno por mí mismo. Es bastante fácil teniendo en cuenta que los humanos son los seres más despreciados de Arcadia.
De pequeño aprendí que eso nunca fue así, porque en verdad fueron los humanos, o los "exterrestres", los que fundaron esta ciudad que ocupa el planeta entero. Es realmente irónico, pero supongo que en el fondo tiene mucho sentido. Otra de las cosas que me enseñaron en la escuela fue que mi raza, acabó destruyéndose así misma. Es un comportamiento humano bastante básico y triste a la vez. Ya que, tal y como aprendí en las clases de historia terrestre, los humanos que vivían en aquel planeta tan grande y azul llamado Tierra, fueron los mismos causantes de su destrucción así como los causantes de que la raza humana diezmara tanto. Las principales causas: las múltiples guerras que ellos se empeñaban en hacer contra sí mismos y sus hermanos, buscando diferencias entre ellos, en vez de buscar las cosas que los unían; y también, las catástrofes naturales que la propia Tierra lanzó contra aquella especie que estaba acabando con ella, aunque en cierta manera podría decirse, que también fueron ellos los causantes de esto.
De una manera o de otra a los humanos arcadios no nos fue mucho mejor, ya que nuestra obra en este planeta acabo volviéndose contra nosotros. Irónico.
Mientras pensaba esto como muchas veces me he descubierto pensándolo, me encuentro cruzando las paupérrimas calles del sector humano, dejando atrás mi vieja oficina. Arcadia en sí, es una ciudad que abarca todo el planeta, pero está dividida en distintos sectores, y en cada uno vive una especie o raza distinta. En realidad, hay algunos sectores en los que conviven varias razas, pero el sector humano, junto con el sector robot son los más claros ejemplos de que en la mayoría se da la soledad de cada especie en un mismo sector. Cuando era pequeño oí muchas historias de una ciudad llamada Arcadia en la que todas las especies y razas convivían en paz y armonía, sin odiarse unos a otros, sin haber diferencia racial alguna. Si me lo dijeran ahora no me lo creería. Y menos pensar que fue la misma ciudad en la que estoy ahora. Una ciudad en la que los humanos son repudiados de la sociedad como si de una enfermedad que hubiera que erradicar se tratase.
Supongo que la mayoría del odio que nos tienen las otras especies se debe en parte, a nuestra propensión a la autodestrucción, como pasó con nuestro antiguo mundo, y a la crueldad que el único humano con poder político ejerce sobre toda criatura viviente en este planeta. Wyatt Jones, dueño, creador y fundador de CyberTech, la única empresa de Arcadia y también la que ejerce gobierno sobre ella.
Al principio, CyberTech era una simple empresa de I+D, pues siempre fue su fuerte, junto con la biotecnología, pero acabó absorbiendo todas las demás grandes empresas, fueran de lo que fueran, hasta conseguir el absoluto monopolio de todo lo que la gente podría necesitar. Y así consiguió también llegar al poder. Nadie sabe como pudo crecer tan rápido y como pudo conseguir lo que consiguió...nadie supongo, excepto el propio Wyatt Jones y el resto de peces gordos de CyberTech. Cómo me gustaría saberlo yo también...
Miro hacia arriba, para pensar en otra cosa, pero lo único que veo es el oscuro firmamento apenas visible debido a la gran cantidad de polución que la atmósfera retiene.
Arcadia tiene más horas de noche que de día, desde siempre. Lo cuál, sinceramente, me encanta. Qué mejor sitio para acechar a los crueles abadones que desde las sombras.
Los abadones, en realidad, son con diferencia, la raza alienígena que más odio tiene a la humanidad en Arcadia. Como la mayoría, piensan que los exterrestres deberían desaparecer. Pero estos no creen en el destierro ni el exilio precisamente...de hecho, son más partícipes a la...exterminación. Y así es como se les conoce y teme por parte de los humanos a esta raza, los exterminadores.
Su aspecto no es mejor que su macabra ideología sin duda. Son parecidos a, lo que los terrestres de antaño creo que llamarían...insectos. Tienen cuatro finas extremidades salientes de su torso, acabadas en garras bastante afiladas. Y los "dientes" de estos bichos tampoco se quedan atrás en ese aspecto, por cierto, con su forma de pinza. También andan a dos patas como nosotros los humanos, aunque son bastante más rápidos...y letales. Su punto débil: su visión. Ya que su vista es muy reducida y se limita a corto alcance. Por desgracia, esto se compensa con su increíble sentido del oído, ya que son capaces de oír gotear una triste y rota tubería a un par de kilómetros.
A pesar de su repudio hacia la raza humana siempre han sido bastante tolerantes con ellos. Pero desde hace unos meses los castigos y ejecuciones que CyberTech llevaba a cabo comenzaron a multiplicarse y volverse más sádicas que nunca. ¿Y quién es el principal representante de CyberTech? Exacto, un humano.
Normalmente, y desde que empezaron los ataques, los humanos han procurado huir dentro de sus casas a la mínima señal de abadón. Y han extremado como han podido las pobres protecciones que aseguran las casas.
Pero aquel niño estaba demasiado entretenido jugando en la calle como para darse cuenta de la situación en la que se encontraba. Veo a cámara lenta como el veloz abadón alza una de sus garras para rematar al chaval con un golpe mortífero. Y hago una de las pocas cosas que odio de mi trabajo. Rápidamente saco mi revólver y apunto al pecho del alienígena en unas décimas de segundo, y sin pensar en las consecuencias, aprieto el gatillo. El láser de mi disparo recorre el espacio que separa al abadón de mí y casi instantáneamente alcanza su destino. Ya no hay vuelta atrás. El abadón me mira durante unos segundos, y en sus ciegos ojos puedo ver una mezcla de sorpresa y furia. Pero solo durante un mero instante porque al momento siguiente, el abadón cae primero de rodillas y después su cuerpo inerte y tumbado se queda en la acera.
Lo he vuelto a hacer. Siento un suspiro de alivio al ver que el niño está bien. Pero es momentáneo, y no cambia el hecho de que le haya quitado la vida a otro ser. Me acercó corriendo al niño. Él está confundido por lo que acaba de pasar, y llora sin saber por qué. Es curioso cómo los niños tienen ese sexto sentido, cómo pueden percibir que algo va mal. Por desgracia yo no tengo de eso. Es demasiado tarde. Oigo el fuerte y rápido zumbido, que me recuerda una cosa que con la adrenalina del momento había pasado por alto. Y eso no suele pasarme.
Los abadones nunca van solos, actúan en pequeños grupos de tres o cuatro. Y si plantarle cara a uno supone la muerte casi segura...cuando veo las figuras de otros dos surcando el cielo hacia mi a toda velocidad solo pienso en mi final. Se me olvidaba mencionar que los abadones también vuelan.
El llanto entrecortado del niño me saca de mi ensimismamiento. El niño. Tengo que sacarlo de aquí antes de que salga herido. Visualizo las posibles salidas de escape del niño. Si lo salvo probablemente muera. No hay tiempo suficiente. Sólo uno de los dos sobrevivirá. Elijo al niño. Él aún tiene mucha vida por delante. Miro hacia los lados. Solo hay pobres pisos del sector humano. Oigo el zumbido cada vez más fuerte. Cojo de la mano al niño y me abalanzo sobre la ventana más cercana. La de un primer piso, que llega casi al suelo. Levanto la pistola y vacilo un instante. Solo veo la cara del abadón. Pestañeo varias veces y la imagen cambia a lo que realmente tengo delante. La ventana. Aprieto el gatillo para causar la primera fisura y debilitar el vidrio. Abrazo al niño y me lanzo de espaldas contra el antiguo y descuidado cristal, que estalla en mil fragmentos que chocan contra el suelo. El niño está bien. Yo algo molido, pero la adrenalina me mantiene en pie aún. Le susurro que corra, pues ya he oído el suave aterrizaje de los otros abadones. Me pongo en pie mientras noto las rápidas pisadas del infante alejándose al interior de la casa.
Salgo por la ventana rota y veo a los abadones a pocos metros. Miden unos tres metros. Desde tan cerca son más temibles que desde lejos.
Se han percatado de lo que le ha ocurrido a su amigo y agitan sus alas furiosamente, aunque ya se encuentran en el suelo. Me tambaleo mientras uno de los abandones echa su brazo hacia atrás. Suena su garra cortando el aire como una cuchilla. Observo mi alrededor. Y entonces me doy cuenta de que el abadón caído, el que yo maté, ya no está.

John Justice: Purga nocturnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora