Capítulo 2: Pelea a medianoche

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Mi expresión debe de ser bastante sorpresiva ya que los abadones bajan sus garras y confundidos miran hacia donde se pierde mi vista. Su corto alcance de visión es suficiente como para ver lo que no se puede ver ahora. El cadáver de su compañero ya no está. Apenas unos minutos. Quizá solo unos segundos. Pero ya no está. Es imposible.
No, como detective, si algo he aprendido es que todo tiene explicación. Y ya encontraré la explicación a esto cuando salga vivo de aquí, si es que lo hago.
Afortunadamente, los abadones siguen confusos debido a la misteriosa desaparición del primer abadón, así que aprovecho para lanzarme contra uno de los alienígenas. Pero este se percata y me asesta un golpe rápido que me lanza al suelo. Ahora los dos han vuelto a fijar su mirada en mí y se acercan lentamente, como saboreando el momento. No puedo luchar contra dos a la vez. Espero mientras se van acercando. Tres pasos más. Dos. Uno. Levanto el pie derecho cuando tengo a uno de los abadones casi encima, lo apoyo en su tórax y aprieto un botón de mi cinturón. Mi bota propulsora se enciende y aunque la he puesto a la mínima potencia, el abadón, que no se esperaba el repentino contraataque sale volando varios metros atravesando la calle y acabando entre unos cubos de basura. La fuerza de la propulsión también me ha tirado hacia atrás a mí, pero yo ya estoy pie. Frente al otro "exterminador". Activo las dos botas a la vez ahora, pero a más potencia y me abalanzo contra el abadón con las dos manos hacia él. Lo empujo con fuerza hacia una de las paredes de los destartalados edificios humanos. Y el edifico tiembla. El abadón deja escapar una especie de gruñido, y a la vez un grito de ira. Sus alas empiezan a moverse y me coje del cuello con sus dos extremidades no cortantes. Nos elevamos increíblemente rápido. Ya hemos llegado a doblar la altura de los edificios. Cuando comienzo a ver unos puntitos negros debido a la falta de aire, le pego un fuerte gancho, donde debería estar su mandíbula, que provoca que me suelte. Las botas no me permiten volar durante mucha distancia. Así que decido esperar al último segundo. Me precipito al suelo a gran velocidad. Entonces veo al abadón al que acabo de propinar el golpe venir hacia a mí a una vertiginosa velocidad. Miró hacia el suelo. El abadón será más rápido que la gravedad. A no ser que...
Cuando el abadón me alcanza apenas quedan unos diez metros hasta llegar al suelo. Pero soy rápido. Lo suficiente como para realizar una maniobra que no se esperaba. Cuando trata de alcanzarme con sus manos, me consigo poner a su espalda, de manera que él está mirando al suelo. Antes de que pueda frenar, usó la propulsión de las botas a máxima potencia para que la caída sea más repentina. Cuando llegamos al nivel de las azoteas de los edificios, lanzó al abadón contra la ventana de un edificio, y con ese mismo impulso y el de las botas, salto a la azotea del edificio contrario. Lo justo como para agarrarme a la cornisa. Aún tratando de subir a la azotea, oigo detrás de mí como el cristal se rompe. Cuando me giro ya arriba, veo al abadón inconsciente, a través de la recién rota ventana. Echo una visual al escenario. No se nota que haya habido una pelea es la parte buena de que este sector esté hecho un asco. Algo me desconcierta. El abadón al que aparte con la bota propulsora no está donde la basura. Oigo un zumbido detrás de mí, luego una cuchilla cortando el aire, silbante. Me giro justo en el momento adecuado, pongo mi antebrazo para recibir el impacto, y aprieto un botón de mi guante izquierdo. De éste sale un escudo de luz que para la garra del abadón. Saltan chispas hacia todas direcciones. La fuerza me hace retroceder. Estoy de rodillas. Con un pie colgando de la cornisa. A mis botas no les queda batería, necesitan un tiempo de recarga, debería mejorarlas. No son una opción. Tengo que buscar un punto débil. Entonces me doy cuenta. Una de sus alas, que se agitan furiosamente, parece chafada, seguramente por nuestro encontronazo al principio. Empiezo a retroceder, es más fuerte que yo. Caeré si no hago algo pronto. En ese instante, me lanzo hacia atrás con un rápido movimiento. La fuerza hace que él también caiga. Pero yo puedo volar sin alas. Saco de mi cinturón una pistola que termina en gancho. Disparo el gatillo velozmente, y el gancho se queda en la cornisa. Con otro botón de la pistola le doy más cuerda y acabo aterrizando suavemente en el suelo, tras un rápido balanceo entre los edificios. Cuando toco el suelo recojo mi gancho que vuelve obediente a la pistola. Y la vuelvo a enganchar en mi querido cinturón. Vuelvo hacia donde ha caído el abadón. No está muerto, solo inconsciente. Ha hecho un aterrizaje más forzoso que el mío, pero un aterrizaje al fin y al cabo.
Dejo escapar un ligero suspiro de alivio. Se acabó. Se acabó la pelea. Y he ganado. Pero...¿Se le puede llamar ganar a acabar con dos arcadios inconscientes y un muerto? Al menos el niño sobrevivió y eso es lo que me consuela.
Pero ahora tengo nuevas preguntas que resolver. ¿Cómo desapareció aquél abadón? ¿Quién se lo llevó y por qué? Oigo las sirenas y alarmas de los vehículos de la ley. Tengo que huir. Los agentes de la ley son más peligrosos y crueles que los abadones...que ya es decir.
Echo un último vistazo al lugar donde se encontraba el cadáver, por si puedo sacar alguna prueba, o alguna pista. Pero nada. Oigo las sirenas cada vez más cerca. Es hora de irse. Me meto en el primer callejón que veo. Y comienzo a andar hacia mi oficina. Cuando llego, saco de mi bolsillo las pocas llaves que utilizo. Entro y cierro la puerta con cuidado. A veces cierra mal. Tuve muchos encontronazos en este lugar. Y la suciedad, y lo poco cuidado que está, como todo en el sector humano, no ayuda mucho. Aún así, es mi oficina, mi fortaleza, mi guarida. Es mi casa desde hace mucho tiempo, y con ella he hablado muchas veces. La soledad da para pensar. Me siento en la silla de mi escritorio, y dejo caer mis pies encima de éste. Lanzó ni sombrero hacia el perchero que hay al lado de la puerta. Pero no llega a engancharse, tal y como yo quería y cae al suelo. Estoy muy cansado y la pelea me ha dejado algo magullado. Abro uno de los cajones para ver todos los papeles desordenados y desperdigados. Excepto en una carpeta que contrasta con lo que tiene alrededor por su orden. La cojo y empiezo a hojearla, aunque sé perfectamente que tiene. Me imagino que no soy yo, que soy otra persona investigando mi despacho. Abro la pulcra carpeta, y casi me sorprendo al ver que está repleta de dossieres y archivos de mis anteriores casos. Todos tienen algo en común. Todos están cerrados, pero ninguno resuelto. A veces me pregunto porque sigo en este trabajo. Luego lo recuerdo.
El sonido de una alarma me alerta. Me despierto y tras unos segundos me doy cuenta de que me he quedado dormido. Me estiro un poco. No es la primera vez que me quedo dormido en mi escritorio. Aunque según mi reloj no he dormido ni un par de horas. Fantástico. Tampoco es la primera vez que no duermo en varios días, y no lo recomiendo. La alarma debía de alertarme de otra cosa en realidad, pero ha servido como despertador. De todas formas, aunque sé que es necesario, no me gusta dormir. Estar despierto me mantiene activo, estoy alerta en todo momento, y en la vida real, mis pesadillas no me persiguen. Bueno, a veces sí, pero si estoy despierto puedo defenderme.
Necesito un café. Tras llegar a esa conclusión, me vuelvo a estirar, esta vez más que antes, y voy derecho hacia la mini-cocina que tengo en la parte de atrás del despacho. Abriéndome paso a través de papeles, arrugados o amontonados, esparcidos, formando un mar que siempre que atravieso el cuarto tengo que surcar. Algún día recogeré todo este desorden. Pero sabiendo que cualquier día de éstos podría ser el último, ¿Para que molestarse? Mi trabajo, esta ciudad, toda la gente a la que no le caigo demasiado bien. Estoy en una carrera constante hacia ninguna parte. Temo que si me paro o freno un poco, me acabarán atrapando. Y no podré seguir con esta infinita carrera. ¿Para que seguir entonces? Tengo que seguir porque las promesas, a veces, son lo único tan poderoso como una bala.
Vuelvo a mi escritorio, ya con la taza de café en la mano. Bebo un poco. Noto como el café baja por mi garganta, como un amargo río que lleva cafeína a su desembocadura final, que es mi cuerpo. Empiezo a guardar los múltiples archivos de mis fracasos. Cuando voy a meter el último papel me doy cuenta de algo. Ese último papel es igual a los otros. Pero no tiene mi letra.

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⏰ Última actualización: Sep 18, 2016 ⏰

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