Parte 16. Otras noches de huidas.

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  Otra vez, el Brujo Nocturno hizo su aparición, cada vez más hábil con la práctica, volviendo más locos y furiosos a sus perseguidores. A Aral le había servido de mucho todo ese riesgo que corrió y continuaba corriendo; ahora, no sólo sabía pelear, tenía un logro más como el guerrero, ser tan furtivo como un ninja entre el amparo de las sombras. Y por más que sus guardias le rogasen que dejara de hacer esas visitas por temor a que le sucediera algo con todos esos desalmados obsesionados con apresarla, ella simplemente les sonreía y les decía que no debían preocuparse ya que sabía defenderse y les aconsejaba, en son de broma, intentarlo alguna vez, asegurando que era un buen ejercicio para los sentidos primitivos y que ayudaba a agudizar la mente.

  De repente, oyó voces, risas, lo cual le llamó la atención. ¿Quiénes serían los valientes que estaban a tan altas horas en el pueblo riendo sin que los guardias los arrestasen? Se dirigió hacia el lugar de donde provenían las voces; al llegar se dio cuenta de que estas pertenecían a los guardias del Palacio. Se acercó más y logró ver entre ellosa un niño de muy poca edad, amordazado por el miedo. Los crueles hombres se estaban divirtiendo a su costa, empujándolo hasta hacerlo tambalear. Evidentemente le habían quitado algo al pequeño, una especie de cascabel que uno de ellos sostenía con la mano en alto mientras que el pobre pequeño intentaba alcanzarlo. En ese instante, de un salto apareció el Brujo Nocturno por detrás de ellos que, en seguida, giraron perplejos.

  –¡Idiotas, hagan algo! ¡No se queden ahí parados! –ordenó el capitán.

  Uno de ellos se aproximó y recibió tal puñetazo que cayó casi sin sentido al suelo. Sus compañeros se asombraron y, aún así, uno de ellos trató de golpearlo, pero, él hizo un movimiento muy rápido, casi mágico con su capa esquivando el golpe y quedando frente al anteriormente caído. Mas éste lo sujetó de una pierna y no lograba liberarse; el Brujo Nocturno ya podía oír las botas de otro grupo que se acercaba al rescate de esos payasos; tras varios intentos, desesperado, el bandido tironeó y golpeó a su captor consiguiendo liberarse. Tomó, entonces, con presteza al niño que ya había recuperado su cascabel y corrió a los lindes del bosque, donde los guardias no se atreverían a pasar. Una vez fuera de peligro, el niño habló.

 Una vez fuera de peligro, el niño habló

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  –Gracias.

  –De nada; era mi deber. ¿Cómo te llamas?

  –Clai.

  –¿Clai? Qué nombre tan curioso.

  –¿Y el tuyo, cuál es?

  –No tengo.

  –¿Cómo que no tienes?

  –No puedo decírtelo. –Aral no le prestaba demasiada atención porque vigilaba atenta el movimiento en el pueblo.

  –¿Tienes hermanos?

  –No lo sé.

  –¿No lo sabes? ¿Y amigos?

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