No había salido al intimidante exterior en más de dos meses debido a mi condición alcohólica, que me hacía depender de la botella que se había convertido en mi amante y que me consumía por dentro y por fuera como el fuego al malvavisco. Busqué desesperadamente las llaves de mi Mercedes SLS AMG, la belleza que en su tiempo fue el mayor esfuerzo de mi vida, un esfuerzo como el del escarabajo pelotero que sube una cuesta de arena caliente sin parase a pensar si valdría la pena todo el sacrificio.
Cuando joven, cuando los huesos son fuertes, y el corazón late sin esfuerzo, el dinero me atormentaba por su escasez, no había para la hipoteca, no había para pagar los servicios básicos, el tonayan consumía la mayor parte de mis ingresos, que de por si eran bajos. Con el tiempo, las enseñanzas de mi padre, que había sido un colmilludo comerciante, empezaron a dar fruto en mi vida, sin siquiera haberlo previsto, comencé a hacerme llegar de dinero como un jarro de miel que atrae colibríes, comencé a utilizar el ahorro.
Después de unos meses, me había convertido en el hombre más rico de la bahía, el que las mujeres perseguían, el que olía fuertemente a billetes. Me compré una residencia con alberca y establo, donde resguardaba diez caballos, cada uno con un valor de varios millones. Incluso había hecho un arreglo en el sótano para construir un cuarto sadomasoquista para mis múltiples esclavas sexuales, quienes me amaban por mis millones.
Vivía una vida de placeres variables, drogas, dinero, mujeres, pero sin amor.
Incluso mi madre sólo se interesaba en mi por mis millones, no le interesaba genuinamente mi salud ni si estaba casado o no, mientras la mantuviera en opulencia, yo no valía nada.
Mi familia siempre fue orgullosamente homofóbica. Recuerdo que cuando era niño, mis padres solían llevarnos a la iglesia como mínimo ocho veces por semana, nos dejaban a mi y a mi hermana bajo custodia del monseñor Ceballos. Al monseñor le encantaban los juegos, especialmente aquellos en los que sus manos rebuscaban sobre mi cuerpo desnudo, mientras mi hermana miraba, presa de ese acto tan exorbitante e inhumano. Era la misma rutina siempre, entrabamos a la alcoba del monseñor, y el nos decía que hacer. Y nosotros obedecíamos, sin cuestionar nada. Entrar, cubrirnos los ojos, ser tocados, llorar en silencio, salir como si nada hubiera pasado, conteniendo ese sentimiento que perduraba hasta estos días.
Con el tiempo me di cuenta de que en momentos, esa tortura me llegó a gustar, mi sexualidad estaba confundida.
En lo que respecta a mi hermana, la situación parece haberle afectado más que a mí, desde que nos separaron el día en que Ceballos murió asesinado por un miembro de una secta satánica, lo último que recuerdo de ella es verla a través de la ventana del autobús que llevaba al instituto reformatorio para mujeres Oldenville, con unos ojos llenos de lágrimas, sin decirme nada antes de irse, sin despedirse, sin hacer ningún gesto, totalmente fría. Ese día fue el último que vi a un miembro de mi familia.
Así que todas estas experiencias un día me hicieron pensar en que debía hacer algo grande, que me diera esa satisfacción que no tenía, que me distrajera, y en ese momento me pareció el dinero...
Así que, si, tome mi Mercedes, y antes incluso de encenderlo,lo primero que me pregunté fue:
a quien busco primero:
¿Thalía o Kahína?