Mientras era joven, mi vida se basaba en estafar y engañar a la gente alrededor del mundo, especialmente en los países como Estados Unidos, Alemania y Suiza (todavía conservo ese dinero, y me mantiene en opulencia). Un día, sin embargo, me descuidé y fuí detenido en 1956, lo recuerdo muy bien, tenía 18 años y la guerra de Vietnam comenzaba a dehestallar.
Me encontraba en Seattle, a punto de cerrar la mayor estafa de mi carrera criminal. El trato era una yo fábrica de textiles de seda, a cambio de tres millones de dólares. Pero me encontrado cegado ante el hecho de que era una trampa para atraparme, creada específicamente para arruinarme. Ya que había eluido diversas veces a la INTERPOL, CIA y FBI, pero esta vez, no eran ellso quienes me perseguían, esta vez era un antiguo "cliente", nieto de mafioso, llegué al lugar y me cubrieron la cara con un trapo viejo bañado en cloroformo.
Después de un par de horas, mientras recuperaba la conciencia, me encontré en una sala hecha con un triste ladrillo gris. Intenté moverme pero me encontraba sometido a la inmovilización, una humilde bombilla levemente como la brasa de una colilla de cigarro que se extingue, como el amor que le tenía a Thalía...o tal vez Kahína.
Después que hubo pasado un minuto, un hombre vestido de un traje caro, negro caribeño, rapado al estilo Los Ángeles. Tomó la silla delante de mí, y se sentó como alguien que está acostumbrado a lo que iba a pasar, con el respaldo al frente, y me dijo:
-Hijo, sabes que te hemos estado observando y tus acciones no son del todo, lo que nosotros diríamos...aceptables.
-¿Tú quién eres?
Se levantó con serenidad, se giró, respiró hondo, y me volteó a ver.
-¿No me reconoces?
-No recuerdo a ningún mediocre lame-botas maricón como tú.
Lo miré a los ojos, pude ver la furia que lo consumía por dentro, incluso sentí miedo...hacía mucho tiempo que no sentía miedo, que no me sentía inseguro. Se levantó lentamente, dejando su silla como un hombre deja la habitación de la mujer con la que tuvo una noche de pasión, como un joven deja la escuela para trabajar en una fábrica de cajas todo por mantener a su madre enferma, así dejó su silla este hombre caribeño, y ese fue el acto que más horror me había causado en mi vida solamente vivida hasta este momento. Se levanta, sostengo el aliento, ahora me estoy preparando para enfrentarlo, en parte, me encuentro emocionado al respecto, quiero romperle la cara, y no volve a sentir miedo. Mi corazón late con desdén...voy a pelear.
Me levanté y pocos segundos después, mi rostro recibió un gancho derecho que me dislocó la mandíbula, caí, fracasé.
Durante mi inconciencia, pude ver a mi madre, otro recordatorio de mi fracaso, que no podía olvidar, me atormentaba cada noche, cada día nublado, cada vez que cierro los ojos.
Esta vez, al despertar, una extraña atmósfera de paz me invadía.
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