prologo

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Despertar de un sueño en el que soy
feliz, y descubrir justo al abrir mis ojos
que es todo una vil mentira de mi
cerebro en esas horas nocturnas, es algo
que me sucede a menudo. Mi piel añora
alguien que no existe, y aunque mis
besos...mi cuerpo y mi corazón no son
dueños de nadie desde hace muchos
años, en esas horas en las que me sumo
en un profundo sueño, tengo la sensación
de pertenecer a alguien...un hombre que
con su sola presencia es capaz de estremecer mi piel por completo, un
hombre que despierta en mi los más
profundos e instintos deseos que nunca
he experimentado en mi vida...cada
centímetro de mi piel, cada poro...cada
célula de mi ser tiene dueño en esos
efímeros instantes en los que el sueño
toma posesión de mi cuerpo.
Parpadeé aturdida como siempre me
pasaba cuando soñaba con esos labios
desenfrenados y pervertidos que
recorren mi piel sin reglas absurdas, esa
lengua tan real que provoca todo un
huracán de sensaciones en mi logrando
que suelte un suspiro de frustración al
darme cuenta una vez más cuando
despierto de este excitante sueño, que mi
vida es un completo y absoluto desastre emocional, por más que lo intento, no
puedo mantener ninguna relación
sentimental, aunque claro, tampoco es
que tenga mucho donde elegir.
Cerca de la hora del desayuno, salí
de la base científica y caminé en
silencio mirando el oscuro cielo, un
espectáculo sobrecogedor se cernía
sobre mí, espectros pululantes y una
lluvia de color que daban la sensación
de ser abducida en cualquier momento.
Arrodillado al lado de su cámara,
Joseph captaba pacientemente los
detalles que el ojo no es capaz de
apreciar, era una experiencia fascinante
estar bajo ese baile de sirenas. El
silencio nos rodeaba y Joseph ni se
inmutó cuando me senté junto a él, ensimismado, hasta diría que hechizado,
siguió detrás del objetivo
inmortalizando una de las tantas auroras
astrales que se podían ver desde la base
en las eternas noches de la Antártida.
Hoy más que nunca me empapaba de
la esencia, del espíritu de uno de los
lugares más inhóspitos de la tierra.
Trabajar aquí no es fácil, largas
jornadas de investigación sintiéndote
sola en medio de este océano helado con
temperaturas que te congelaban las
pestañas, definitivamente no es nada
fácil, pero mi trabajo era la recompensa
a tantos años persiguiendo mi gran
sueño, ser exploradora residente de
National Geographic, valía todo el
esfuerzo y los años de lucha por conseguirlo. En momentos como este,
sentada junto a mi inseparable
compañero de expedición Joseph, me
daba cuenta del enorme privilegio que
suponía ser bióloga marina en el
continente más frío de la tierra, ver las
auras antes de una larga jornada de
trabajo, o durante cualquier hora del día,
ya que podíamos observarlas en la
eterna noche en la que nos sumía la
Antártida, era un regalo para mis ojos.
La oscuridad total hasta el mes de
septiembre era lo que me esperaba en
los próximos meses, la misma oscuridad
en la que se encerraba mi corazón desde
hacía años, el tiempo no borraba la
agonía que se desencadenó dentro de mi
ser, y vivía desde entonces sin recordar cómo era ser feliz...o quizás nunca lo fui
y por eso no lo recordaba.
Miré al cielo sin pestañear y Joseph
captó con la cámara el incremento del
brillo del arco, formando ondas y
estructuras que parecían rayos de luz
alargados y delgados. De repente la
totalidad del cielo se llenó de bandas,
espirales, y rayos de luz que temblaron y
se movieron rápidamente de horizonte a
horizonte produciéndome un enorme
sobrecogimiento.
En el Polo Sur sólo amanece una vez
al año y sólo anochece otra vez al año, y
llevábamos semanas sin ver el sol, sin
ver nada a tan sólo unos pasos de
distancia, sólo la absoluta oscuridad.
- Que poco te queda para irte Nayade- dijo Joseph sin dejar de tomar
fotografías.
- ¿Percibo un ligero toque de celos?-
me miró y en sus ojos se reflejaba la
diversión.
- Tu qué crees? Te vas a ir a un lugar
donde no será imprescindible que
envuelvas la zona de la batería de la
cámara con calentadores químicos para
prolongar mínimamente la duración de
las baterías - sonreía ampliamente.
- ¿Me creerías si te digo qué no me
apetece mucho ir de viaje?- confesé con
sinceridad.
- Eso lo dices ahora porque te da
pereza tener que subirte dentro de unas
horas en el rompehielos que te llevará a la civilización - asentí mientras me
acurrucaba más dentro de la chaqueta.
- Como lo sabes...- resoplé. -sólo de
pensar en el trayecto en barco, las horas
interminables de vuelo con sus
respectivas escalas ya me tira para
atrás- me lamenté con el frío
comenzando a calar en mis huesos.
- Va no te quejes, en el fondo estás
deseando llegar a tu destino para ir
paseando del brazo de Chloe
escaneando a todo espécimen masculino
que se cruce por vuestro camino- sonreí
porque en el fondo tenía razón.
- Menos mal que me has recordado
una de las cosas positivas del viaje la civilización - asentí mientras me
acurrucaba más dentro de la chaqueta.
- Como lo sabes...- resoplé. -sólo de
pensar en el trayecto en barco, las horas
interminables de vuelo con sus
respectivas escalas ya me tira para
atrás- me lamenté con el frío
comenzando a calar en mis huesos.
- Va no te quejes, en el fondo estás
deseando llegar a tu destino para ir
paseando del brazo de Chloe
escaneando a todo espécimen masculino
que se cruce por vuestro camino- sonreí
porque en el fondo tenía razón.
- Menos mal que me has recordado
una de las cosas positivas del viaje-bromee
-Una??- comenzó a reír.- vais al paraíso terrenal soñado por miles de mujeres -
tuve que hacer un enorme esfuerzo para no reír a carcajadas ya que Chloe casi utilizó
las mismas palabras para convencerme.
- Dios sí! hombres musculosos, bronceados, con el ritmo de la samba corriendo
por sus venas, reyes del balón y la capoeira! Dios la capoeira no se me olvide- expresé
con énfasis causando su risa.
- Para que habré dicho nada, anda ves a despedirte de los demás.- me di la vuelta y
comencé a caminar de regreso a la base científica - oyeeee- de repente noté un tirón en
la chaqueta.- oye que te vas sin despedirte de tu costilla! no me das mi abrazo de despedida?- la voz falsamente lastimosa de Joseph me hizo reír.

Anda costillita ven aquí que te voy a echar de menos estas semanas- me burlé
mientras le abrazaba.
- Disfruta mucho, carga pilas y desmelénate con Chloe en Brasil, que luego cuando
vuelvas nos toca encerrarnos en el laboratorio de la base los próximos meses - esa era
la peor parte de pasar el invierno en la Antártida, el aislamiento completo.
- Si lo sé, no creas que se me olvida ese detalle- me acerqué y besé su mejilla -
Joseph por favor cualquier duda, o problema con quienes ya sabes me llamas por
favor - dije en tono serio.
Teníamos la exclusiva del hallazgo del siglo, el descubrimiento de 3.500 formas de
vida en el lago Vostok, una reserva de agua subterránea de la Antártida que ha estado
aislada de la atmósfera terrestre durante 15 millones de años, y este descubrimiento
tan relevante, nos tenía en jaque con unos científicos americanos que no dejaban de
incordiar, auto proclamándose los autores de tal descubrimiento. Sólo nos faltaban
algunas de las esperadas imágenes para completar el hallazgo.
- No te preocupes vete tranquila, y si ves a Iarah le das un enorme abrazo de mi
parte- hice una mueca de disgusto.
- No sé nada de ella desde hace meses, no responde a mis llamadas- dije con
tristeza. - - La última vez que hablé con ella se encontraba en Saô Paulo y las cosas no
le iban muy bien - recordé con pena nuestra última conversación por teléfono.
- Habrá empeorado su madre?- preguntó Joseph con gesto de preocupación.
- Espero que no, su madre era muy importante para ella- Iarah era una de los
mejores apoyos que tuve durante mis días más grises. Una guapísima brasileña que
alegró los días de todos los compañeros con su risa, su carácter afable y sus clases
improvisadas de samba en medio del comedor. Fue un mazazo enorme que se
marchara, Iarah era la única persona en la base con la que compartía mi secreto, mi
llanto en mis horas bajas, y las desilusiones de la vida que mi memoria se encargaba
de reproducir en mi cabeza.
- Me marcho ya que si no me dejan en tierra- miré el reloj y me sobresalté de la
hora que era.- Adiós Joseph, cuídate vale?- Me marché apresuradamente hacia la
base.
- Hasta pronto Nayade! Y por favor utiliza la cámara que te regalé- gritó a unos
metros de distancia.
- Joseph es enorme.- le grité desde la oscuridad y escuché su risa.
- No me hagas gritarte que tengo enorme!- alzó la voz para que le escuchara - me
voy a enfadar si no la usas- resoplé con los labios pegados dentro de la chaqueta por
el frío.
- Eres un fanfarrón!!Que siii...que si la usaré pesado! Pero ves preparando la
factura del fisioterapeuta, se me va a desencajar el brazo sujetando tremenda cámara-
dije refunfuñada y su risa se convirtió en sonoras carcajadas.
- Yo también te quiero Nayade- gritó de nuevo haciéndome reír.
- Y yo pingüino- me marché dejándole solo, y recordé mientras me alejaba nuestro
primer trabajo juntos con los pingüinos rey en la tierra del fuego en Chile. Desde
entonces trabajábamos codo con codo, sus fotografías eran las más solicitadas en las
revistas científicas, y aparte de buen profesional, Joseph era un gran hombre,
enamorado de una gran mujer como Liz, a la que tuve el placer de conocer el año
pasado en su boda.
A bordo del rompehielos me alejaba del continente antártico, surcaba las aguas
congeladas con las desavenencias de un clima hostil y las imágenes eran casi poéticas.
Desde la cubierta exterior saboreaba el silencio y la soledad, una constante en mi vida
desde hacía años. El regreso a Barcelona aunque sólo fuera por unos días, significaba
volver a la civilización, al ruido, al tráfico...y al pasado. Navegando por las aguas del
mar de Drake y escoltados por los albatros de ceja negra y los petreles gigantes del
sur, temía regresar al origen de mi dolor. La vida me obligó a tomar tragos amargos de
inexperiencia absoluta y de ilusiones irónicas, y el tiempo aunque no borraba las
cicatrices, si congeló mi corazón, creyendo que para sanar desde el interior, la soledad
de la Antártida era el lugar más adecuado.
Observé la superficie del mar en busca de ballenas Jorobadas y cuando una de
ellas emergió desde las profundidades yo ya había tomado la decisión de seguir el
consejo de Chloe. Liberarme del miedo a volver a vivir, escribir la primera línea de un
nuevo libro, y arrancar las hojas del pasado, tampoco significaba que tuviera que
volver a enamorarme de alguien, sólo se trataba de pasarlo bien, aunque en el fondo,
en un pequeño rincón de mi corazón creía en un amor de fantasía, uno que aparecía
en mis sueños, un hombre que arrastraba todas las ramas caídas de la desdicha y el dolor y se apoderaba de mi alma por completo.

la locura de nayade - Chloe Magne Donde viven las historias. Descúbrelo ahora