"El Pobre Oso Teo"

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Fue un día tormentoso cuando encontré al viejo de camino a mi casa. Lo encontré en el parque de mi ciudad, sentado en una banca apartada de los juegos, todo mojado y moribundo. El agua le escurría de las canas de su larga barba y del gran abrigo canela que llevaba puesto, sus zapatos estaban llenos de lodo, estaba encorvado y su cabeza baja, parecía dormir.

Cuando lo vi me dio un feo vuelco en el corazón, ver a una persona de tal edad en esas condiciones deplorables. Sin querer mi mirada se dirigió hacia abajo y vi sus manos recargadas en medio de su barriga, sujetando un feo oso de peluche maltratado y sucio. Cuando capté lo que veía me asusté ¡Sus manos estaban completamente blancas! Temí que estuviera enfermo, o peor aún muerto, por lo que con paso apresurado, casi corriendo con mis horribles tacones, me le acerqué y lo cubrí con el paraguas. Me quedé ahí unos 3 minutos esperando a que reaccionara, peor no lo hacía. Tal vez debí ver si seguía consciente pero temía tocarle el rostro y buscar sus ojos ocultos debajo de ese sombrero de pesca, igual si lo hubiera hecho, mis papeles se hubieran desparramado en el suelo y 3 meses de mucho trabajo se irían al caño. El nerviosismo empezaba a comerme la paciencia, pues el viejo no parecía dar más señales de vida además de su delicado respirar. Estaba a punto de irme y avisar a las autoridades cuando el viejo reaccionó ¡Vaya susto me había dado! Ahora estaba más aliviada, pero mi preocupación nunca cayó. Cuando él alzó la vista estaba lista para encararle y preguntar el por qué estaba en este lugar y con un feo aguacero, pero no lo hice. Cuando lo vi, logré notar sus apagados ojos grises inyectados de tristeza y me dejó muda. No me moví en ningún momento, sólo me quedé observando esos ojos. El viejo al verme sonrió con mucha amabilidad y achicó los ojos al hacerlo –Gracias –.

– N-no hay por qué señor – Cielos…me había tomado por sorpresa.

Cuando reaccioné le ayudé a levantarse y lo acompañé a su casa, una linda morada con aires rústicos y brindando una cálida bienvenida. El viejo me dio asiento en su sala y subió para cambiarse de ropa, mientras yo esperaba viendo los arreglos de mesita tejidos a mano y las fotos llenas de personas en los estantes y sobre la chimenea encendida. Cuando el viejo bajó, ya cambiado y con un gran sweater gris me volvió a dar una amable sonrisa y en agradecimiento me invitó a tomar el té frente a su chimenea. Yo tenía mucho trabajo que hacer en casa y sólo me había quedado para ver si se encontraba bien. Iba a rechazar la propuesta, pero no me pude negar al volver a ver sus ojos. Parecía que  lloraba, pero sin soltar lágrimas.

Pasamos el resto de la tarde platicando de cualquier cosa. Me contó sobre su pequeña familia, conformada por su único hijo, su nuera y sus nietos. Su esposa había fallecido hace unos años y no tenía hermanos u otros conocidos, así que esa era la única familia que tenía, lo visitaban cada 6 meses y se quedaban las vacaciones con él.

Me contó cómo sus nietos le saludaban después de llegar del aeropuerto, llenos de euforia, energía y felicidad. Me contó cómo su hijo le abrazaba fuertemente y con cariño cuando lo veía, y cómo su nuera le saludaba con un dulce beso en la mejilla.  Hablaba de lo bien que se la pasaba con ellos cada 6 meses. Despertaban llenos de energía y se echaban un buen desayuno preparado por él mientras que al comer la mesa se llenaba de la plática mañanera. A medio día iban al parque a jugar con los niños, si bien es viejo, él me cuenta cómo le llamaban “¡Abuelito! ¡Abuelito!”  Y él se esforzaba por seguirles el paso, pues no quería perderse ningún momento con ellos. En la tarde, a la hora del té comían el rico pastel de fresas que su nuera siempre hacía sin falta mientras que los niños jugaban con el perro del vecino. Y ya en la noche todos se reunían en la sala frente a la chimenea acompañados de unas humeantes tazas con chocolate caliente y escuchaban los cuentos que su hijo siempre inventaba. A la hora de dormir todos daban gracias a dios, rezaban un poco, se daban un abrazo y subían a dormir.

Ahí el viejo paró el relato, pues sus ojos se llenaron de lágrimas, sus manos taparon su rostro y un sollozo surgió desde su alma. Me quedé sentada en mi lugar, sólo viéndole llorar. Nunca me levanté a consolarle, no sabía qué hacer en ese momento. Pero no duró mucho su sollozo, al cabo de unos minutos recuperó la compostura y se disculpó conmigo. No quería entrometerme pero al final pregunté el porqué de su llanto.

Él brincó al escucharme pero no se opuso a contarme, dijo que le vendría bien contar sus penas. Lo que me dijo me dejó sin palabras y con arrepentimiento de haber preguntado, con unas pequeñas lágrimas en mis ojos escuché su triste historia.

“Hoy era el día en el que mi preciada familia y yo iríamos al gran parque temático, pero como vez no están aquí y yo estaba en el parque mojándome hasta los huesos. Hace dos semanas mi hijo me llamó como de costumbre para avisarme de que vendrían, me decía alegre que mis nietos ansiaban verme, que mi nuera quería que probara el nuevo pastel que ella había hecho y que él sólo quería abrasarme tan fuerte cuando me viera y yo, sólo estaba feliz de escuchar su animada voz por el otro lado del auricular del teléfono. Mis meses sin ellos son vacíos pues siempre estoy solo y ellos son quienes renuevan mi alma cada vez que vienen. Hace 8 días terminaba de arreglar mi ropa para ir por ellos al aeropuerto pero.” Dio una pausa y volvió a soltar el llanto. 

“El avión donde viajaban, fue…fue secuestrado. Nunca me lo hubiera imaginado. Los pilotos y la seguridad trataron de negociar con el responsable pero ¡Ese hombre estaba loco por completo! Era un hombre bomba  y alardeó de suicidarse y llevarse a todos consigo. Nadie logro hacerlo entender y sin pensarlo dos veces, ni dudar detonó la bomba a la primera advertencia de los oficiales. Todos murieron en el avión, mi único hijo, su gran esposa, y mis nietos… ¡Oh mis nietos!” Su llanto agrandó y parecía haber olvidado que yo seguía presente.

“¡A mis hermosos nietos les arrebataron la vida injustamente! ¡Nunca tuvieron la oportunidad de hacer algo en sus vidas, nunca lograron experimentar el amor hacia alguna chica, tomar el té con los adultos o lograr subirse al tobogán del parque temático con su nueva estatura! Ellos no lograron vivir su vida. Y yo sigo aquí aun cuando los años me pesan.”

Yo nunca me moví y nunca logré consolarle. El pobre viejo dejó el pequeño osito sucio de antes en la mesita del centro y sin ánimos exclamó. “Esto fue lo único que lograron rescatar de mi familia, al pobre oso Teo. El favorito del más pequeño. Al cual, nunca volveré a ver.”

Y al final eso también fue lo que pasó con el viejo, pues nunca más lo volví a ver. Por más que pasara por el parque y fuera a su casa nunca me lo volví a encontrar. Y ayer que regresaba del estudio pasé por última vez al parque y me llevé una triste sorpresa. Pues en aquella banca donde habían encontrado al viejo, todo moribundo y llorando a su familia, estaba el pobre oso Teo con una pequeña carta en sus feas patas. “Gracias” era todo lo que decía y yo me sentí inservible y miserable, pues esa palabra no me la merecía, porque nunca hice algo especial más que oír una trágica historia sin consuelo. Esa noche lloré como nunca lo había hecho y el pobre oso Teo descansó en mis brazos, brindándome el consuelo que yo nunca logré darle a ese pobre viejo.

FIN.

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