Prólogo.

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Es un sueño, el mejor sueño que he tenido jamás.

Me miro frente al espejo y sonrío. Me veo sexy, muy sexy. Estoy enteramente trajeado: camisa blanca, pantalones negros, chaqueta de ejecutivo y una corbata rojo pasión. Sonrío. Estoy buenísimo, demasiado para ser real.

El calentón es instantáneo y, de repente, noto que mi cremallera se baja en cuestión de segundos y mi flácido pene comienza a salir como una serpiente que acude a la llamada de una flauta mágica -nunca mejor dicho-.

Tengo el pene tan largo que, en un abrir y cerrar de ojos, el trozo carnoso y sin vida ocupa más de la mitad de la habitación. Me llega por las rodillas. Me asusta y me excita.

Y de repente, noto un chupetón en la puntita. Y luego otro. Y así, voy notando una pequeña lengua recorrer los más de cuarenta y ocho kilómetros que tengo como miembro.

Me doy cuenta de que es mi mascota, Lazy, una perrita que me ha proporcionado los mejores ratos en la cama.

El pene, que no parece mío del gran tamaño que está alcanzando, comienza a levantarse, y de repente, atraviesa por la oreja a mi mascota y la estampa contra el cristal, el cual acaba lleno de sangre.

Mi pene disminuye al momento.

Me acerco al espejo y al principio pienso en llorar, pero luego me doy cuenta de que me gusta. Me gusta mi perrita estampada contra el espejo, muerta, sin vida, con un charco de sangre acumulándose a su alrededor.

Sonrío.

Saco la lengua y le chupo el culito, que tenía con restos de caca por mis pocos cuidados.

Y luego me bebo su sangre, la abro en dos y comienzo a penetrar sus intestinos.

El sueño termina y me despierto con una sonrisa. He averiguado una cosa:

Me gusta el sado.

Sado©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora