Parte 1

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—¡Oh, estoy tan emocionada de verlos después de tanto tiempo!

La abuela sonríe mientras nos abraza a todos, más a mi padre quién le corresponde con una sonrisa enorme. Noté, que a pesar de los años que no se habían visto, seguían manteniendo el mismo cariño de siempre. Luego se estiró para mirar con un puchero a mi madre, se acercó con un pequeño baile raro y mi madre sonrió entre dientes acercándose.

»—Mi queridísima Ophelia, tanto tiempo.

—Señora, Celia. La hemos extrañado muchísimo —ambas se miran y sonríen. Oh, aquí viene lo incómodo. La abuela me mira por encima del hombro de mi madre y entrecierra los ojos, como si quisiera leerme o ver mi alma. De todos modos, cualquiera de las dos opciones es un poco tenebrosa—. Audrey, no seas grosera. Acércate a tu abuela.

Muerdo mi labio inferior con mucha fuerza, no le tenía miedo a mi abuela porque básicamente no la conozco, pero tenía un aura raro que me hacía tenerle... Por así decirlo, desconfianza. Sin embargo, me acerqué lentamente hasta ella con suspenso, imaginé estar en una de esas películas de terror en donde en cualquier momento un monstruo aparecerá y me asustará, pero no es así. Seguí acercándome hasta que llegué a sus brazos, ella me rodea con fuerza y llegué a aspirar olor de gato.

—Uh, la pequeña Audrey ya no es tan pequeña —se echó a reír con gracia para después mirarme a los ojos, los seguía mantenido entrecerrados, como si buscara algo en mí—. Si supieras que cuando te conocí eras una cosita así de chiquita —me puso sus manos del tamaño que tenía cuando era una bebé—, y ahora eres toda una adolescente, muy bonita por cierto.

—Gracias, abuela —sonreí sonrojada. Ella bufó fingiendo estar molesta, enganchó su brazo al mío para guiarme hasta la sala de estar. La abuela empezó a hablar de algo pero no le presté atención, admirando el lugar. La casa por fuera estaba muy descuidada, podría atreverme a decir que estaba en ruinas, hecha pedazos, ¿pero por dentro? Era todo un paraíso victoriano.

—¿No estás escuchando lo que digo? Pff, pero qué cosas pregunto, eres una adolescente, ustedes nunca escuchan —la miré con el ceño fruncido, confundida. Ella chasqueó la lengua sentándose, imité su acción—. Te decía que no me digas abuela, me hace sentir vieja, mejor llámame Celia. Todos me conocen por ese nombre.

—Mamá, si ella te quiere decir abuela entonces déjala hacerlo —se entrometió papá con una sonrisa burlona, mi madre le pegó un manotazo nada disimulado y él se quejó por lo bajo.

—¡Ay! —chilló de repente Celia haciendo que diera un respingón—. Pero qué mala anfitriona soy, les daré de beber —caminó hasta llega al lado de mi padre, él la miró con un brillo divertido, rebelde—, y tú muchachito, rebelde, no cambias —le dio un casto beso en la mejilla—. Si quieren, puede ver lo que quieran mientras yo les preparo un té... —dijo mientras desaparecía por la puerta, luego entró de nuevo señalándonos a todos con un dedo amenazador—... pero no revisen debajo del mueble —luego sonrió yéndose.

Inmediatamente mi padre me miró con una ceja alzada.

—Mi madre es rara —se encogió de hombros restándole importancia—. Recuerdo mi infancia aquí, y tampoco dejaba que viera debajo del mueble... —se sentó al lado mío y mamá al frente nuestro—... es extraña, pero agradable. Sólo hay que seguir sus reglas.

Un rato después, cuando estaba a punto de dormirme en el mueble, apareció Celia con una bandeja llena de tazas y una tetera.

—Disculpen la tardanza pero estaba hablando con los gatos —me encogí más en el asiento reprimiendo las ganas de voltear hasta donde estaba mi padre y decirle que la abuela estaba más loca que una cabra, pero no hacía falta, él me pegó un codazo suave para que no dijera nada—. En fin, ¿qué tal se sienten? —me miró esperando una repuesta.

Orquídea de fuego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora