-¿Quieres parar?- Inés le dijo a su pequeña hija Andrea, de seis años de edad.

La mujer miraba detenidamente a su hija, que en esos momentos tenía una mirada con burla, tratando que aquella parte débil de su madre, que se había estado presentando desde ya hacía varios días, hiciese su aparición e Inés terminara por desviar la mirada hacia el frente, obligándola a poner de nuevo atención en el sinuoso camino que las conducía a la casa de los abuelos.

Pero ninguna de las dos pensaba ceder. Una se tenía que imponer como madre, mientras que la otra tenía que imponerse por simple capricho.

Inés no pudo ante esa mirada desafiante.

- Cuando lleguemos creo que tendré que platicar de nuevo contigo.

Inés con mucha frecuencia perdía los cabos y en ocasiones no podía controlar sus impulsos llegando a lo inesperado. Como en aquella ocasión en que por unos simples caramelos, Andrea había hecho estallar la ventana de la cocina en mil pedazos. Ella tuvo que golpearla porque ya sentía que su hija producía cierta influencia en ella, como si al fin hubiera conseguido sujetarla de los brazos. Y en todas aquellas ocasiones, ya hayan sido por juguetes, por ropa o por cualquier otra cosa, había aparecido aquella mirada, una mirada llena de inocencia, junto con sus pequeños rizos rubios y sus ojos de un color azul celeste, que le ponían el corazón en la garganta y hacía que se dejara dominar por ella.

Pero estaba decidida, ya no sucedería y ahora en adelante con todo rigor la castigaría aunque tratara de intimidarla con esa imagen de ángel.

-¡Te he dicho que no me mires así!

Y sin poder evitarlo, su mano descendió por los aires, golpeándola exactamente en la frente, con un golpe sordo que hizo soltar un fuerte llanto a la pequeña. Mientras esta se sobaba, Inés rápidamente regresó su mano al volante.

-¡Edes una madita...mama...edes una madita...!

-¿Qué me has dicho?-contestó la madre, levantando de nuevo su mano, amenazándola con pegarle de nuevo.

-¡Nada...nada!-dijo la pequeña con lágrimas en los ojos, pareciendo perlas al contacto con su piel.

-¡Mas te vale!-y la quedó mirando con sus ojos petrificadores.

-Po tu culpa papa se fue...

En ese momento Inés se quedó como un muñeco de cera en su lugar y con sus facciones pasmadas ante las palabras de su hija.

Mientras tanto, Inés había detenido el automóvil en la cuneta del lado derecho de la calle, bajo la sombra de unos árboles.

- No digas eso...no fue por mi culpa, él se quiso ir, ¿entiendes?, yo nunca quise que tu papi se fuera. ¿Entendiste mi amor?

Más tranquila, Inés tocó el suave cabello de la pequeña cabeza de la niña, que con lágrimas en los ojos veía a unos cachorros que jugueteaban del otro lado de la calle.

- Discúlpame- Y en su cara se notaba aquella expresión de arrepentimiento. – Te quiero.

Pero la niña estaba absorta mirando la calle, tanto así que incluso había dejado de llorar, y ahora sus ojos estaban tan abiertos como platos. Inés ya algo consolada pero no sin quitarse del todo aquella punzada de mortificación, comenzó de nuevo el viaje. Pero a mitad de camino, Inés fijó su mirada en un detalle que al primer momento había pasado por desapercibido. El espejo exterior derecho estaba totalmente hecho añicos, y su hija miraba sin parpadear, ahora con un gesto de rabia incontenible.

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AndreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora