5.

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El cervatillo se fue acercando, sigilosamente. Calculaba los movimientos que el joven ángel hacía frente a él, analizando su conducta.

Laura deseaba tocarle, que la cogiera confianza. Era un animal que su padre no había descrito, y a ella la motivaba ser la primera en verlo, ilusionada de un nuevo descubrimiento.

No obstante, había algo extraño, algo maligno en él. Laura no lo relacionó con su pelaje azabache, era algo en sus ojos que la hacían desconfiar. Aún así, se sentía misteriosamente atraída hacia el animal.

El pequeño ciervo quedó a unos pasos de ella. Se miraban fijamente, sin pestañear. Poco después, se fue acercando sigilosamente.

Su manera de caminar eran diferente al del otro. Andaba como si la estuviera acechando, pero Laura no se dio cuenta de ello.

Quedó a su altura. Tendió su mano y le acarició el cuello. El animal estaba frío.

Es fascinante, pensó el ángel. Los ojos del animal eran completamente negros como las tinieblas, pero había jurado que eran rojos. Aquel animal se dejó acariciar sin apartar la mirada de sus iris oscuros.

De repente, se sintió extraña. No respiraba de la forma en que lo hacía. Sentía un escalofrío recorrer su columna y el temblor de sus piernas aunque estuviera sentada.

Dejó de acariciar al animal y le miró desconcertada y temerosa ¿Acaso era lo normal?

De repente, lo que vio la dejó sin respiración.

Un aura negra salió del cervatillo, cambiando su forma. Del pequeño animal pasó a ser una bruma grande, tres veces superior a ella. Sus ojos cambiaron a unos espeluznantes verdosos-amarillentos.

El joven ángel dio unos pasos atrás, incapaz de apartar la mirada. Poco después, la figura se consolidó.

Una gran bestia, mitad hombre mitad cabra, se presentó ante ella. La bestia rufiaba, sin apartar sus ojos. Laura observó su cara y sus largos cuernos.

Aquel ser lo había visto en los libros de historia de su escuela, y eran conocidos por ser sus Némesis.

Un demonio.

-¿Te has perdido, pequeña? -dijo con una escalofriante voz.

No lo dudó. Se levantó y corrió lejos de él. El demonio rió, divertido por la la cacería.

Laura iba sin rumbo. No sabía a donde ir. Quería volar, pero las ramas se lo impedían. La única opción era volver al claro y despegar desde allí pero, ¿dónde estaba? ¿Y ha dónde iba?

No se volteó para comprobar si aquel monstruo la perseguía. Sus ropas empapadas se pegaban a ella, impidiendo la fluidez de sus movimientos. Si respiración tampoco la ayudaba a ir más rápido.

Se escondió detrás de un árbol, agazapada para que el demonio no la viera. Le despistaría, y así recuperaría algo de sus fuerzas.

No apareció. Laura esperó un poco más, pero aquel monstruo no estaba en su campo de visión.

Un aire caliente acarició su nuca. Un terrible escalofrío recorrió su cuerpo.

-Buu.

Laura salió corriendo de su escondite, oyendo la horrenda risa del demonio. Supo que estaba jugando con ella, que le divertía torturarla de ese modo.

Las lágrimas recorrieron su rostro. Nunca en su vida había estado tan asustada. Se maldito por su estupidez, por haber sido tan tonta en bajar sola.

Su madre tenía razón. Nunca debería de haber bajado. Estaba condenada.

Sin embargo, un rayo de esperanza apareció ante sus ojos. El claro la recibía con los brazos abiertos. No lo dudó y se dio más prisa en llegar.

Cuando salió de entre los árboles, estiró los brazos para sacar sus alas, pero algo se atoró a su pie. Cayó de cruces en la hierba, llevándose un buen golpe en su brazo derecho.

Gimoteó del dolor, pero se dio prisa para levantarse. Sin embargo, sentía como una fuerza invisible la aplastaba al suelo.

-¿Ya no vas a correr más? Con lo que me estaba divirtiendo persiguiéndote.

Laura se quedó estática al escucharlo. Giró su rostro, con el sello del miedo marcado en su cara.

-Por favor... No me haga nada.

El demonio sonrió más, disfrutando de su expresión.

Laura consiguió darse la vuelta e ir retrocediendo, intentando mantener la distancia que el otro aportaba.

-Deje que me vaya... por favor.

No respondió, sólo la observaba.

Su cabeza comenzó a doler. Laura gritó ante el fuerte dolor. Se hizo un ovillo en el suelo para intentar pararlo, pero aún así no hubo forma.

Miró al demonio con lágrimas en sus ojos. Aún la miraba, inmune a su dolor.

Poco a poco motitas negras aparecían en su visión. El aire dejaba de entrar por sus pulmones, y sentía que el cerebro iba a explotar.

A los pocos momentos, el ángel se desmayó, con el demonio mirándola vigorosamente.

Sucumbida por el Diablo #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora