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La sensación de la soledad era tan perturbadora. Ante la neblina negra de su mente, sentía el frío recorrer su piel como una escamosa y viscosa serpiente, de esas que su madre le contaba en sus cuentos cuando se iba a la cama.

Consiguió apretar más sus ojos, tomando consciencia de su cuerpo. Poco a poco, se atrevió abrirlos.

No había diferencia de cuando los tenía cerrados. La misma oscuridad le daba la bienvenida. Tardó en acostumbrarse en adaptar sus ojos al nuevo panorama.

Con el roce de sus manos, supo que se encontraba en la esquina de alguna habitación maloliente. El horrendo olor de putrefacción la daba náuseas. Su ropa se sentía pegajosa y mojada, y tenía la sensación de sentirse sucia.

Se puso en pie. Se cayó un par de veces por el fuerte dolor de las piernas aún entumecidas. Tanteó por las paredes de piedra en busca de una salida.

Su corazón latía con fuerza y las lágrimas escapaban de sus ojos. Sólo deseaba salir cuanto antes de ahí y volver a casa.

Escuchó un grito que la hizo paralizarse, pegándose más contra la pared, temblando. Una especie de brillo verde pasó por delante de ella. Su corazón dio un vuelco cuando pensó que la habían pillado, pero no fue así. La luz siguió por su camino, seguido de una especie de pesadas pisadas.

Pero fue suficiente para iluminar donde estaba y hacer crecer el terror de la chica.

De la luz entre los barrotes, montones de cadáveres se apelotonaban como colinas, algunos ya eran huesos y otros estaban en estado putrefacto.

Laura cayó al suelo, con la expresión más dolorosa y más aterrada que jamás tuvo. Jamás en su vida había visto tal atrocidad en un pequeño lugar.

Quiso gritar, pedir que la sacaran de allí, pero tenía más miedo de saber lo peor que le esperaba tras esas paredes.

No supo cuanto tiempo tardó en recomponerse, en intentar acostumbrarse a la nueva visión, cosa que no superó. Tenía que salir de allí cuanto antes.

Algo la llamó la atención, de uno de los cuerpos, se asomaba una especie de extremidad que le resultaba familiar. Con valor, gateó hacia allí para mirarlo de cerca.

No quedaban casi nada, pero supo que era un ala.

Y las pocas plumas blancas caían de ella.

Tuvo que ahogar un grito con sus manos mientras lloraba compulsivamente.

Ángeles. Estaba rodeada de los cadáveres de los ángeles, su especie.

-Ah... egh...

No pudo evitar vomitar.

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Pasó el tiempo y Laura estaba pegada en un rincón, como si fuera uno más de esos cadáveres. Su cuerpo estaba inerte y no tenía fuerzas para moverse.

Se estaba rindiendo, lo sabía, antes de saber lo que estaba pasando. Pero la pila de ángeles la extrañaba mucho.

Ella lo había visto, cuando un ángel moría, se convertía en polvo. Su cuerpo ya dejaba de verse como tal.

¿Por qué ellos no...?

De repente, algo la hizo despertarse. Por su mente pasó la cara de su hermano sonriéndola.

-...Manuel...

Su hermano podía estar en peligro.

Ahora tenía más motivos para salir de ahí.

Acostumbrada ya a la oscuridad, esquivó los cuerpos respetuosamente para no pisarlos e ir al otro lado de la habitación, donde una especie de relieve la indicaba de que debía ser una puerta.

Acertó. Intentó empujarla pero no se abrió, como suponía. Tanteó por los relieves y tocó una especie de grieta en la madera. Acercó los ojos y vio una primitiva cerradura en el otro lado.

Necesitaba algo para levantarlo. Encontró por su lado una espada angelical partida en dos.

-Perdón... -Se disculpó con el ángel propietario de su espada, aunque nunca sabría cuál de los cuerpos era.

Metió el partido filo por la hendidura, con cuidado de no cortarse. No fue difícil levantarla y notar que la puerta se abría por fuera.

Comprobó que no se escuchaba nada. Preparada, entornó la puerta poco a poco.

Un largo pasillo la rodeaba. De lejos, pudo ver los brillos de luz verde, ésta vez inmóviles. Cerró la puerta con cuidado y volvió a poner el cerrojo sin hacer ruido.

Se había escapado varias veces de casa, por lo que sabía que no tenía que dejar pruebas de su escape.

Y tampoco olvidó llevarse la espada rota, sosteniéndola por la empuñadura entre sus manos temblorosas.

Con un nudo en el estómago y los nervios a flor de piel, se alejó lo más que pudo de esa habitación.

Sucumbida por el Diablo #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora