Capítulo 2.

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La puerta se cerró con un bam y la habitación quedó sumida en la oscuridad. Beth no podía ver a su acompañante, pero oía su respiración irregular tras ella. Apoyó una enorme mano sudorosa en su espalda y la empujó hacia delante, hasta que sus rodillas chocaron contra algo: una silla. Sin mediar palabra, la empujó hacia abajo y la obligó a sentarse. Una parte de Beth quería gritar, luchar, cualquier cosa para evitar lo que venía a continuación, pero no lo hizo. Sabía que sería peor si se resistía y que él estaba esperando que lo hiciera, así que se contuvo.

Una silla rechinó contra el suelo, moviéndose hacia donde Beth se encontraba sentada. La sala seguía a oscuras, sin embargo, escucho como se sentaba en la silla que acababa de mover. Uno de sus pies rozó los de ella. Sus ojos empezaron a acostumbrarse a la oscuridad y pudo distinguir su silueta, sentado con los brazos cruzados frente a ella.

Cuánto tiempo estuvieron así, sentados uno enfrente del otro sin decir ni una sola palabra, nunca lo sabría, pero cuando él finalmente se movió posando una mano sobre sus rodillas desnudas, le pareció que habían pasado horas. Su respiración se volvió irregular por el miedo, pero se obligó a si misma a tranquilizarse. Cuanto más miedo mostrará, más disfrutaría él y no pensaba darle esa satisfacción.

Sus dedos trazaban un extraño patrón sobre su piel, consiguiendo que se le pusieran de punta los pelos de la nuca. Estaba tan concentrada en el movimiento que no anticipó el primer golpe. El puño le dio de lleno en la mandíbula, derribándola de la silla. La boca se le llenó de sangre y tuvo que parpadear varias veces para que las lágrimas desaparecieran de sus ojos. Seguía sin poder verle, pero podía notar su sonrisa. Sus pasos resonaron en por la habitación, acercándose a ella.

Cerró los ojos. El miedo había pasado y había dado paso a la furia. Podía sentir como esta corría por sus venas, despertando en ella una sensación que era tan familiar como el respirar. Podría acabar contigo si quisiera, pensó y por un momento estuvo convencida de ello. Sabía que, si quería, podría hacer que la dejara en paz, que no volviera a tocarla nunca, que ninguno de ellos volviera a tocarla. El caso es que no sabía cómo hacerlo, al menos no todavía. Tal vez el también era consciente de esto porque se mantuvo alejado durante unos minutos, permitiéndole recobrar la compostura, antes de volver a golpearla.

Esta vez la pateó en las costillas, dejándola momentáneamente sin respiración. Las puntas de sus dedos comenzaron a cosquillear. Úsame, una voz le susurró mientras intentaba ponerse en pie, déjame acabar con él. Podía sentir un poder como no había experimentado antes corriendo por sus venas, activando todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo, ansiando ser liberado.

Alzó una mano para intentar protegerse de los golpes que no dejaban de llegar desde lo que parecía ser todas partes y, por un instante, estos cesaron. Incrédula, se alzó sobre un codo para mirar a su alrededor. Él se encontraba sobre ella, tan cerca que podía verle casi a la perfección, con el puño preparado para el siguiente golpe pendiendo entre ellos. Su rostro era indescifrable. Sin embargo, esto solo duró unos segundos porque parpadeo y Beth pudo notar como la sensación de poder la abandonaba.

Su acompañante no pareció ser consciente del cambio que se había producido momentáneamente, sino que siguió golpeándola hasta que no pudo moverse más.

Una hora más tarde se encontraba en su cuarto, doblada sobre la cama intentando encontrar la manera en la que pudiera respirar sin que todo su cuerpo doliera sin ningún éxito. Solo cuando empezaba a quedarse dormida, pensó que tal vez esa muestra de poder era su manifestación que comenzaba a aparecer.

Lo último que hizo antes de sucumbir al sueño fue recorrer con los dedos la cadena que llevaba siempre colgada del cuello. Era lo único que mantenía de su vida antes de Bernond, su única conexión con el mundo real. Y, no por primera vez, deseo que alguien la ayudara a salir de allí.



Todo su cuerpo dolía la mañana siguiente, pero aun así se forzó a levantarse de la cama. El castigo por perderse una jornada de trabajo dolería mucho más que la satisfacción que obtendría por quedarse un día en la cama.

Se vistió en silencio, sus compañeras de habitación charlando animadas a su alrededor. Intentó hacer caso omiso a sus miradas, algunas curiosas, otras compasivas, cuando sus heridas fueron visibles. Algunas cosas nunca cambiarían.

Acompañó a sus compañeras a desayunar y, como de costumbre, se sentó sola en una mesa al final de la sala. Sus únicos compañeros eran un par de chicos recién llegados, demasiado nuevos para saber que era mejor mantenerse alejados de ella.

Comió en silencio, consciente de las miradas que le dirigían algunos de sus compañeros, lo que significaba que su entrevista de ayer ya era de dominio público. Se sentía mareada y no creía que fuera a ser capaz de retener la comida, pero se obligó a comerse hasta el último pedazo. En Bernond nunca se sabía cuándo podrían volver a comer.

Pasó el resto de la mañana en silencio, trabajando a pesar de que cada musculo de su cuerpo protestaba ante el mínimo estímulo. Se encontraba recolectando su últimas manzanas del día cuando la vio por primera vez. Por un momento no estuvo segura de que ella estuviera allí en absoluto y tuvo que frotarse los ojos antes de volver a mirar en su dirección, pero allí se encontraba ella, justo al borde de la valla que separaba Bernond de la espesura que lo rodeaba. Su cabellera morena le cubría parte del rostro por lo que no pudo distinguir bien sus fracciones, pero algo en ella le decía que la conocía. Dio un paso hacia delante, hacia Beth y alzó una de sus manos como para tocarla, aunque Beth sabía que no podía atravesar la valla. Instintivamente Beth dio un paso en su dirección, pero antes de que pudiera acercarse demasiado una mano la agarró por el brazo y la apartó de allí.

"¿Qué crees que estás haciendo?" Le gruñó un guardia. Beth miró a su alrededor desconcertada en busca de la mujer, advertirle para que se fuera, pero cuando se giró hacia donde había estado un momento antes esta ya había desaparecido.

"He dicho: ¿Qué crees que estás haciendo?" Repitió el guardia agarrándola con más fuerza y arrastrándola de vuelta a su cesta rebosante de manzanas.

Beth no contestó, todavía se encontraba aturdida por lo que acababa de pasar. ¿Había habido una mujer de verdad mirándola o se lo había imaginado todo? Sacudió la cabeza confusa y dirigió su atención al guardia que la miraba claramente furioso con ella.

"Nada" respondió finalmente. "Tan solo estaba tomándome un descanso".

En cuanto pronunció las palabras se arrepintió de ello. Los descansos estaban estrictamente prohibidos a no ser que algún guardia o algún trabajador del centro lo concediera – lo que nunca era buena señal – por lo que incluso antes de leer la expresión del guardia sabía que estaba en problemas.

El guardia sonrió mientras sacaba de su cinturón el látigo que todos ellos llevaban para este tipo de ocasiones. El corazón de Beth comenzó a golpearla en el pecho violentamente.

"Quítate la parte de arriba"

Le costaba respirar y las manos le temblaban descontroladas, pero esta vez en vez de miedo sintió una furia que la dejó helada. Por un momento, la sensación de poder que tuvo el día anterior regresó y Beth se atrevió a levantar la cabeza y clavar la mirada en el guardia.

"No" escupió.

La sonrisa desapareció de su rostro por un momento, pero regresó unos segundos después. Bien, pensó Beth, déjame borrártela de la cara.

"¿Cómo has dicho?"

"He dicho que no" repitió Beth, con una voz que apenas reconocía como la suya.

El guardia se acercó a ella y la volvió a agarrar del brazo, tirando de ella hacia delante. De nuevo, algo dentro de ella se removió, ansioso por ser liberado, por mostrar todo lo que podía hacer.

Esta vez lo dejo salir. 


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⏰ Última actualización: Jul 30, 2019 ⏰

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