La Maceta

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Era una tarde cualquiera, para él al menos, pues pocas cosas interesantes pasaban en su vida, tal vez unas cuantas personas importantes, pero no muchas, algunas le llegaron a lastimar, mientras que él siguió amando, sin horizonte, sin límite existente. Trabajaba en una florería por las tardes, donde hacía arreglos, mientras que su jefe le observaba, resultando un poco incómodo, pero tanto tiempo llevaba conociéndole que no pensó mal de él. Su error ese fue, ser tan inocente, que jamás imaginó lo que iría a suceder.

─Gabriel, pasa a mi oficina.─ Le dijo su patrón al chico, el cual sin dudar lo hizo, pues no era extraño que hablasen en ella. Miró por un segundo en quién confiaba, pero un segundo después era otra persona, una que estaba dispuesta a lo que fuese por hacerlo suyo, así que quiso irse, pero no pudo, la puerta del lugar estaba ya cerrada. Un golpe en la nuca y no supo nada más.

El suelo era frío, sus manos se sentían igual, así que empezó a despertar por ello, para darse cuenta de que se encontraba encadenado. Miró hacía todos lados, encontrando a su jefe, observando fijamente sus movimientos.

─ ¿¡Que hace!? ¡Suélteme!─ Preguntó con desesperanza, mientras que su cuerpo se retorcía sobre el cemento helado. El hombre se abalanzó al chico, el cual no dejó de gritar; otro desliz determinante. Aquel pervertido cayó en la furia, no soportaba sus altos, eran demasiado... fastidiosos, así que sus manos apresaron el cuello de Gabriel, anhelaba el silencio, el grato silencio; las piernas del joven se agitaban, sus ojos empezaban a presentar petequia. El alma del florista dejo atrás lo material, siendo después de ello, parte del infinito. Unos minutos transcurrieron para que se diese cuenta de lo que había hecho.

Los días pasaron y nadie sabía nada de Gabriel, hasta que un día su cuerpo putrefacto, sin ninguna clase de evidencias, fue encontrado en un río cercano a la florería. Bello funeral se hizo al jovencito, pero su espíritu no descanso en lo absoluto, llevaría justicia por sí mismo, no había otra manera. El acoso por parte del hálito era constante, día y noche, las flores morían, no dejaba dormir al hombre, y cuando lo lograba torturaba a su mente, provocando culpa, hasta que notó que era inútil, jamás cedería ante sus reclamos de verdad. El único y verdadero objetivo de un alma en pena, era estar en paz.

La última vez que al asesino se le vio con vida, era obvio que advirtió su muerte, aunque la forma en la que fue asesinado, no era la más justa, pero tampoco se podía decir que no se buscó ese destino. En una de las mesas de preparación, amarrado, con los intestinos expuestos, y arreglado como si fuese una regordeta maceta, con flores que brotaron de su interior, estuvo expuesto durante una hora al público antes de que llegase la policía y lo moviera de ahí, entre las flores se encontró una nota, la cual las autoridades no quisieron mostrar a nadie, pero que les puedo contar lo que decía....

Lamento que tengan que limpiar mi desastre. Gabriel.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora