Eternidad

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Era una noche como cualquier otra en la discoteca, solamente bailar, mientras unos cuántos chicos intentaban pegarme a su entrepierna y yo, sin miramientos, los rechazaba, pues ninguno era de mi agrado hasta que sentí un ligero agarre en mi cintura... estuve a punto de darte un golpe, pero noté que eras tú el causante del pequeño enfado, no pude decir nada, mi cuerpo se apretujo contra el tuyo al ritmo de la música, para después tornarse aquel baile en un poco más que eso, y sin más nos escondimos en la oscuridad de la noche hasta que esta nos abandono en tu habitación.

El pantalón... la camisa... todas nuestras prendas salieron volando a lo largo del pasillo que nos llevo hasta la cama, en la cual con suavidad me recostaste, haciendo de mi el receptor de tus caricias que mi piel erizaban y mi corazón, con fuerza hacían palpitar, para después, con pasión tus labios tomar mi alma, cómo si de un raro manjar se tratase... no podía más así que de todo el control tomé, poniéndome sobre tu pecho e intentando que tu miembro, el cuál siempre había anhelado, me quitará al fin la pureza y con una sonrisa torcida, hiciste lo que tanto había deseado desde el primer día que te vi, tal vez no lo hiciste con la mayor gentileza posible, pero aún así deje que lo hicieras a tu manera, una vez más mi cadera estaba entre tus manos mientras unos suaves movimientos mi interior abrían.

Boca abajo estaba ahora y entre mis glúteos tu falo, el cuál ahora sin esfuerzo alguno, entró en mi orificio para después iniciar un movimiento fuerte que provocaba en mi los más indescriptibles sonidos pero más que eso, los deseos más carnales y humanos que había tenido hasta ese momento... era un esclavo de la redescubierta lujuria que solamente por ti había sentido y sentiría por el resto de mi pobre existencia terrenal. Entrabas cada vez más en mi, supuse que querías hacerte uno conmigo pero simplemente me equivoque... lo único que habías hecho era llenarme con tus líquidos que, en ese entonces, sagrados eran para mí.

La mañana llegó, haciendo que mis ojos se abrieran para buscar a quien la noche anterior me había hecho suyo, pero pronto descubrí que ahí ya no estabas... eras mi más grande amor, siempre lo supiste, aún así no te importo y sólo dejaste a tu paso una nota... "Lo siento corazón... recuerda que para mí sólo existe una noche y no más", esa fue la gran despedida que mi príncipe azul me dio, no fui más que uno de muchos que su cama han llenado y su sed por sexo calmado, error fue el pensar que pudiera querer que alguien llenase, no sólo eso sino también su corazón.

No lo he vuelto a ver y no volverá a buscarme pues esa es su naturaleza, uno más fui, pero la esperanza aún no he perdido de que tal vez ahora que en mi lecho de muerte estoy, venga por mi... a despedirse como es debido, a disculparse por lo que me había hecho pasar y amarme aunque fuese al final de mi vida; eran ya mis últimos minutos. Entró corriendo por la puerta de la habitación del hospital, tenía sus ojos llorosos cómo si estuviese arrepentido de algo, pero la culpa no había tenido de mi destino, lo que me sucedía era deseo de una entidad superior a mí, superior a cualquiera.

Los ojos cerré y mi alma abandono mi cuerpo, ya no sentía los efectos de la quimioterapia, mucho menos el dolor, que a lo largo de dos años había acompañado mi cuerpo... ahora sabía que en el fondo de su corazón si me amaba y que a pesar de lo sucedido, también lo amaba, por ello siempre permanecí a su lado pues al fin su corazón había encontrado.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora