l

97 10 6
                                    

Descanso en mi agonía. Disfruto en la oscuridad y lloro a la luz del día.

Volveré a coger la pistola.

No, no sonrías...

Todavía no me has vencido.

Volveré a coger la pistola con la que te amenacé aquel día. 

Es cierto, doy vueltas a mi cabeza buscando mi propio consuelo. Y ahogo las penas en copas de rancio vino, esperando mi muerte.

Se acabó.

Mañana puede que la coja, quien sabe.

Puede que te apunte a los ojos y te amenace.

¿Tú o yo?

O quizás acabemos los dos.

Desaparecerás del mismo modo que llegaste; sin avisar, invisible, apoderándote poco a poco de mis entrañas.

Haré de tu agonía una delicia, al igual que has echo tú quitándome el aliento noche y día.

Te espero inquieta a que vuelvas. Acaba con mi paciencia, hunde y destroza mi cordura. Pues en ese momento. ¡Dios me perdone! En ese instante desaparecerás para siempre.

Maldigo la hora en que te dejé entrar. Aparentabas seguridad, escondías tu cara como arma de doble filo.

Y no, no sonrías...

Que mi muerte no me entristece. Porque acabar con tu infame presencia es lo que me da vida.

No llegaste de casualidad. No, tú estabas esperándome para meterte en la herida más profunda del corazón que tanto anhelabas.

Ni yo sin ti, ni tu sin mi. Ninguno somos nada.

Si bien me quisiste ayudar, a tu manera, ojalá te marchases. No lo harás lo sé y yo no puedo alejarte. Para que nuestra relación acabe, como si de un casamiento se tratara...

"Hasta que la muerte nos separe"

MiedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora